viernes, 9 de septiembre de 2005

¿Puede la democracia defenderse?

¿PUEDE LA DEMOCRACIA DEFENDERSE?

La inmensa mayoría de nosotros vio los atentados terroristas que atacaron objetivos emblemáticos de Estados Unidos con un coste elevadísimo en vidas humanas y, también, grandes desperfectos. La gran mayoría de nosotros quedó horrorizado (como muchos creí estar viendo una película) y una minoría (espero que sea muy pequeña) quedó satisfecha, o ‘comprendió’ o pensó: ‘se lo han buscado’. Creo que, a estos efectos, una posible clasificación es la siguiente: la izquierdona (que identifica la maldad total con Estados Unidos), la derechona (que lo tenía más fácil con la Unión Soviética que también representaba la maldad total; ahora es más complicado) y una tercera postura que defendería la democracia parlamentaria y los derechos humanos, a pesar de todas las carencias y limitaciones.

La derechona tiene o mantiene una utopía fuerte: la libertad, entendida al modo del liberalismo clásico. Utilizaré una frase preferida por la izquierdona: en la democracia ‘formal’ tienes libertad (o tienes derecho) a morirte de hambre. Pero las democracias occidentales ya no defienden este planteamiento. Una de las crisis de la izquierda democrática se debe a que la derecha democrática ha incorporado en sus programas una buena parte de las conquistas sociales, que antes eran patrimonio exclusivo de la izquierda.

La izquierdona tiene o mantiene una utopía fuerte: la igualdad, entendida de diversas maneras, pero hay algunos elementos comunes. El pastel, es decir, la riqueza colectiva debería repartirse de acuerdo con los criterios de justicia material que nosotros (es decir, la izquierdona que no cree en la democracia ni en el mercado) decidamos. Esta decisión de política redistributiva suele tener un énfasis tan fuerte en la redistribución que puede- y suele- provocar la huida de capitales. Se supone que no les importa ya que ‘a enemigo que huye, puente de plata’. La izquierdona quiere repartir de acuerdo con sus criterios finalistas (estados finales supuestamente justos) pero estos criterios suelen chocar con la ´lógica’ de una sociedad de mercado. Algunos, ya desesperados, quieren destruir el propio sistema utilizando cualquier medio. De momento, sus ensayos históricos han sido un fracaso.

Uno de los errores es suponer (lo que es propio de las utopías fuertes) un mundo feliz, en el que todos iremos cogidos de la mano y comeremos perdices. Es decir, una sociedad armoniosa y sin contradicciones. De ahí que el presente sea tan insoportable, despreciable e injusto. Está impidiendo la llegada de un mundo feliz. O sea, el punto final tan soñado por los totalitarismos, como dijo I. Berlin. Pero es, en el mejor de los casos, una ingenuidad. En el peor de los caos, una tragedia. Esta tragedia está vinculada al fanatismo. En la derechona, al fanatismo de la libertad sin más y de la propiedad privada.

Es decir, si estás enfermo, si tienes mala suerte, etcétera, allá tú. Ya te las arreglarás como puedas, solito. El Estado sólo es Estado gendarme. La libertad, en esta visión clásica, no respeta suficientemente la dignidad individual ni la autonomía personal. El fanatismo, en la izquierdona, está vinculado a estados finales supuestamente justos y para conseguirlos emplearemos cualquier medio. Simplificando podríamos decir: todos tendréis X. El problema es que alguien tiene que pagarlo. Si las personas, en general, no somos tan generosas como Teresa de Calcuta, habrá que imponer por la fuerza ciertos comportamientos y con bastante frecuencia. Los comisarios políticos alcanzarán un gran poder sobre la vida de los demás.

Lo anterior tiene que ver con ideas que provienen de Hegel, entre otros. En este sentido, la libertad (en un sentido laxamente liberal) tiene poco que ver con la libertad al modo de Hegel y los marxistas. Hay que hacer destacadas excepciones, entre ellas J. Elster, pero no es el momento de extenderse en esta cuestión. Es decir, en Hegel (y herederos intelectuales) la libertad se refiere a la capacidad de satisfacerse como individuo racional. Los defensores de esta tendencia creen que la gente puede haber sido manipulada. De ahí que mis deseos puedan no ser auténticos, no racionales. Todo esto es hermoso pero supone que hay comisarios políticos que deciden qué es lo racional, qué es lo no manipulado. Es decir, ellos deciden lo que yo, y todos los demás, debemos aceptar como racional.

Algunos juegan con dos barajas. Por una parte, despotrican sistemáticamente contra esta inmunda pocilga capitalista. Por otra parte, no quieren prescindir de coche, lavadora, viajes de recreo, buenos restaurantes y un largo etcétera. Tienen que hacerse perdonar porque viven de derechas y cotorrean de izquierdas. Pero vivir en la pobreza tampoco garantiza tener razón. Además, ya no está de moda ‘tener razón.’ Ahora todas las opiniones son igualmente respetables. O sea ¡qué mas da!

Pues bien, a diferencia de los antiguos ilustrados(no los modernos) y de los defensores de utopías fuertes, el gran filósofo escocés, D. Hume, pensaba que los seres humanos no somos completamente moldeables. Yo añadiría, no lo somos y es una inmoralidad intentarlo, como pretenden los comisarios políticos de toda clase y condición.

Finalmente, dos palabras sobre nuestro futuro. Si hay (insisto en el condicional), si hay una mayoría que no cree en la democracia, si cree que la libertad es de risa, si cree que los derechos individuales son un camelo y otras majaderías, nuestro futuro es muy delicado. Pero si, de verdad, la mayoría de la gente creyera que no vale la pena defender la democracia, entonces, espero que nos zurzan cuanto antes. La agonía, si ha de venir, que sea breve. Pero vale la pena pensarlo, vale la pena comparar y también reflexionar en la inexistencia de mundos felices. No los hay, pero siempre podemos estar peor. Aunque algunos parecen no creerlo.

Por todo lo dicho, sería inútil la frase de Serge July (en El Mundo-13-8-2001), ‘La mejor defensa contra el terrorismo, no es la guerra, es la justicia.’ Pues bien, ¿de qué justicia estamos hablando? No hay una única teoría de la justicia de modo que apelar a la justicia no basta. Hay que preguntar ¿de qué justicia estamos hablando? Además ¿hay algún modo de producción alternativo? Parece que no. Pero todo esto no significa bendecir lo existente. Yo no creo, como decía Hegel, que ‘lo real es racional’. Una cosa es creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles (lo que es falso) y otra cosa es creer- con todos sus defectos- que vivimos en el mejor de los mundos reales. Claro que los progretas viven en el mejor de los mundo reales pero se quejan como si vivieran en el peor de los mundos posibles.

Sebastián Urbina.

14 Septiembre 2001

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