sábado, 2 de junio de 2007

PRESENTACIÓN

PRESENTACIÓN DEL LIBRO


''LA TENTACIÓN DE LA IGNORANCIA''/7/Junio/2007.


Para los que no pudieron asistir y les hubiera gustado.



Presentación a cargo de ANTONIO ALEMANY, periodista.


A. El autor.

Datos caracteriológicos: un 'rebeco' que no soporta dos cosas: la estupidez y el lugar común, que es una forma suprema de estupidez. El libro que hoy presentamos es, en buena medida, un alegato contra la estupidez y el lugar común.


Datos profesionales: Urbina es un perfecto ejemplo- más que un ejemplo, una acusación- de uno de los males que asolan nuestra Universidad: la repugnante endogamia ideológica que prima, no la excelencia, sino la adscripción política. Urbina es profesor titular y debería ser catedrático. Y no es catedrático porque no pertenece a ninguna de las 'cuadras'- perfecto el símil equino- de la Filosofía del Derecho. El acceso a la cátedra no se basa en el mérito, sino en el do ut des- te doy para que mañana me des- y en la afinidad político-ideológica. Fuera de estos parámetros no hay cátedra posible.

Sin embargo, el docente universitario, el intelectual en su más noble acepción, no se define ni por el título oficial ni por el ránking en el escalafón docente: se define por la investigación y por la obra que lega. Y la obra de Urbina constituye un 'corpus' del más alto nivel que legitima, más que los oropeles del cargo, toda una trayectoria hecha de ciencia, investigación y obra publicada.

Cuando, en el breve currículo, les he citado la bibliografía urbiniana, les habrá llamado la atención que algunas de sus obras señeras están publicadas en inglés y en la editorial Kluwer. Lo que esto significa.

Para cerrar el capítulo biográfico: es un insulto a la inteligencia y a la justicia que Sebastián Urbina no sea lo que sus méritos acreditan: catedrático de Filosofía del Derecho.


B. La taxonomía.



Ejerzamos de taxónomos: ¿a qué género pertenece 'La tentación de la ignorancia'?

Hace más de cuatro siglos, Montaigne, usó por vez primera la palabra y el concepto 'Ensayo' para definir un nuevo género que tenía difícil encaje en los géneros literarios al uso. Aún hoy- cuando la ensayística ha alcanzado, en cantidad y calidad, brillantísimas cotas- los perfiles del ensayo permanecen borrosos. Hemos de referirnos al maestro fundador Montaigne y sus 'Essais' como una de las cumbres de la literatura de todos los tiempos, para definir el género ensayístico como un 'ejercicio' de reflexión literaria, filosófica, jurídica, sociológica, económica o lo que se quiera. Una reflexión que se traslada al lector desde la experiencia del autor que 'navega'- valga la expresión marítima- por el mundo de las ideas, de la propia experiencia y de la propia reflexión sin más reglas que las que decide el propio autor.

'La tentación de la ignorancia' es un ensayo. Yo diría que un ensayo arquetípico, en la línea de Montaigne al que, en bastantes de los pasajes, me lo recuerda Urbina.


C. El libro.


¿Qué quiere decirnos Urbina con su libro? No hay que hacer demasiado caso a los autores cuando, en la Introducción nos fijan los objetivos de las páginas que siguen a continuación.

Urbina nos dice que 'está cansado de trabajos académicos' pero todo el libro está penetrado por un academicismo sin el cual 'La tentación de la ignorancia' no hubiera sido posible. También nos dice que asume la función de la Universidad de 'aprender' y comprender', pero si el lector no ha 'aprendido' y 'comprendido' previamente en el sentido y nivel universitario del término, no aprenderá ni comprenderá el libro de Urbina.


A continuación, el autor nos dice que su objetivo es 'combatir la complacencia y la pereza mental, replanteándose críticamente los conceptos', lo cual es una obviedad porque toda obra medianamente inteligente- y esta lo es en grado sumo- siempre aspira a tan loables objetivos.


No, lo que pretende Urbina es un 'ajuste de cuentas' con los lugares comunes, estereotipos, verdades establecidas y demás conceptos políticamente correctos que invaden, no sólo nuestra cotidianeidad, sino ámbitos de la política, de la Justicia, del Derecho, de la Moral, de los Derechos Humanos o del nacionalismo, que se suponen impregnados de inteligencia crítica y cartesiana duda metódica.

El 'ajuste de cuentas' de Urbina alcanza, en algunos momentos, unas cotas de brillantez restellante. Su pluma es un estilete que disecciona conceptos sagrados, verdades absolutas y verdades establecidas con una metodología que yo calificaría de 'socrática', si hemos de hacer caso al Sócrates que nos transmite Platón en sus Diálogos, que nunca sabremos si es Sócrates de verdad o Platón 'creando' a Sócrates, de la misma forma que nunca tendremos claro si la famosa Oración Fúnebre de Pericles es de Pericles o de Tucídides- algunso autores dicen que es de Aspasia- o si el De Gaulle que entrevista Malraux en 'Les chenes qu'on abat', es el De Gaulle el que habla o a través del De Gaulle que recrea.


El hecho es que Urbina pone al servicio de su estilete un imponente nomenclátor de autores y de sus doctrinas para combatirlos a veces, para combatir a otros autores o para practicar un sincretismo o eclecticismo que le sitúa en el fiel de la balanza.


No voy a extenderme en un análisis pormenorizado de cada capítulo ya que es un ensayo individualizado e independiente- aunque hay un evidente hilo conductor a lo largo del libro- como lo son cada uno de los 'Essais' de Montaigne.

Pero sí debo subrayar que la condición de jurista de Urbina transpira por todo el libro y, de alguna manera, se le 'impone' de forma ostentosa.


Básteme, a modo de ejemplo, comentar brevemente dos capítulos. En el capítulo Tercero se refiere a la 'Racionalidad imperfecta' y su consecuencia, la frecuente irracionalidad. El capítulo concluye con un inteligente- y divertido- decálogo que contiene las diez actitudes que favorecen la irracionalidad. Una de las características de la obra de Urbina es su capacidad de pasar de la especulación pura-rayana en la especialización académica- al lenguaje de la calle en un proceso secuencia admirable que es el que la ha permitido suponer- no con el optimismo de la inteligencia, sino con el optimismo de la voluntad- que su libro es una obra 'de divulgación'.


Otro capítulo representativo del 'juridicismo'- perdón por la expresión- es el Sexto, que habla del Derecho y la Moral. Hay ahí una brillante exposición de la eterna disputa entre iusnaturalistas y positivistas. Urbina- como no podía ser de otra manera- es un admirador de Kelsen y de la escuela positivista posterior, pero, también, es un admirador de Antígona- aunque no la cita- cuando, en el memorable diálogo sofocleo con Creonte y que representa, hace 2.500 años, el conflicto entre legalidad y legitimidad, entre ley positiva ley natural, Antígona le espeta a Creonte- la legalidad que 'hay leyes que son anteriores y superiores a las suyas'. No estamos en el mundo jurídico sino en el metajurídico, iusnaturalista.


Urbina escribe un capítulo 'atormentado', consciente de que está circulando por un terreno pantanoso. Admite la 'no insularidad' del Derecho (que no está aislado) pero tampoco se sitúa en el positivismo puro y duro. El juez no es sólo 'la bouche que prononce les paroles de la loi', como decía Montesquieu y yo esperaba que nuestro autor abordaría el 'espinoso uso alternativo del Derecho'. No lo hace y, como le conozco, es por lo que presumo el carácter 'atormentado' de ese ensayo.


En el fondo, da lo mismo. Y es que, en el libro de Urbina, lo importante no son sólo sus conclusiones, sino, sobre todo, el 'camino', el 'método' en el sentido riguroso del término que es, precisamente, el camino. Este 'camino' es un festín para la inteligencia y, en definitiva, el alumbramiento de una obra completamente inusual en estos pagos.

Enhorabuena, Sebastián: has escrito un gran libro.


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Intervención de SEBASTIÁN URBINA, el autor.


Quiero agradecer el apoyo del Institut de Estudis Autonomics, que ha permitido llevar a buen puerto la reedición de este libro, al editor Lleonard Muntaner, por un trabajo bien hecho como es, afortunadamente, su costumbre, y agradecimiento a la presentación de Antonio Alemany, inteligente, ilustrada y generosa en exceso. Y a todos vosotros, ustedes, por su presencia y compañía.


Es cierto que se escribe en soledad pero se espera que la soledad sea compartida. De ahí la pertinencia de las palabras de Unamuno: 'Ponte en marcha, solo. Todos los demás solitarios van a tu lado aunque no los veas'. Se trate, o no, de soledades compartidas, este libro nace de una larga gestación. Como seguramente sabéis, una parte importante de la educación, al menos de la educación universitaria, que es la que mejor conozco, tiene que ver con la curiosidad intelectual. No se trata sólo de transmitir conocimientos, de manera ordenada y coherente sino, además, crear problemas. Tal vez alguien diga ¿Crear problemas? ¿No basta con los que ya tenemos?

Pero esta tarea, la de hacer problema de las creencias compartidas, la de oscurecer claridades y clarificar oscuridades, es una de las tareas básicas de todo buen profesor. Tan tonto es el que lo acepta todo, sin más, como el que, sin más, lo rechaza todo. La paulatina y dificultosa comprensión de la realidad, o mejor, de un segmento o aspecto de ella, exige continuos esfuerzos intelectuales pero, al mismo tiempo, el sometimiento a la crítica. Pero no sirve cualquier crítica. De nada sirve gritar, ni descalificar, ni siquiera afirmar o negar. De ahí la importancia de la adquisición de ciertos hábitos, como la capacidad de atención, la expresión rigurosa de las propias ideas, o la capacidad para discernir, en un contexto dado, lo que es relevante de lo que no lo es, etcétera.

Por desgracia, la Universidad española, en general, no suele utilizar (con la frecuencia e intensidad de las anglosajonas) los métodos propios de la clase socrática. Es decir, no sólo exponer conocimientos, como ya he dicho, sino, además, fomentar la reflexión, el diálogo y la justificación. Porque no se trata sólo de aceptar o rechazar algo. Se trata de saber, además, porqué se acepta o se rechaza. Y esta es la importante y difícil tarea de la justificación. Y las razones que justifican la aceptación o el rechazo de algo, deben ser públicas. Así pues, justificación y publicidad, o sea, debate civilizado, como claves de un proceso de aprendizaje que nunca termina. ¡Ah! y trabajo. Porque no hay milagros.

Y esto es lo que intenté en mis treinta años de profesor de Universidad. Pero la participación estudiantil, en clase, ha sido, casi siempre, muy limitada, por motivos que no vienen al caso en este momento. Han sido pocos los estudiantes que han tratado de plantear y plantearse problemas intelectuales serios. Pero el libro va dedicado a mis amigos y a los estudiantes. Pero no a todos. solamente a los que se esfuerzan por aprender y se arriesgan a pensar por si mismos. Y este es el objetico del libro. Alejar, lo más posible, la tentación de la ignorancia.

En este sentido, he incorporado al libro, algunas cuestiones que mis mejores estudiantes me preguntaban en clase y que, por falta de tiempo, no podía responder adecuadamente. En muchas ocasiones, la conversación seguía en los pasillos, una vez terminada la clase. Estas cuestiones que intrigaban a los más inquietos e interesados han sido, al menos en parte, el objeto del libro. Mi intención fue pedagógica. Es decir, he pretendido que las cuestiones tratadas fueran asequibles.

Pero la pregunta es ¿asequible, para quién? Mientras se escribe el libro suele aparecer, por las noches, el fantasma del editor que repite quedamente: 'Baja el nivel'. Pero este fantasma compite con el fantasma del autor, que insiste machaconamente, 'No bajes de las alturas'. Realmente, he intentado ser pedagógico. Esto forma parte de mi vida profesional como profesor. Pero, hay que insistir en ello, ciertas cuestiones no son fáciles de tratar. El límite a la simplificación es la distorsión. Pero no hay timbres, por desgracia, que avisen del cambio distorsionante.



En resumen, el lector tiene que saber que hay fortalezas que se resisten a ser conquistadas fácilmente. Únicamente los más pertinaces y obstinados logran abordarlas con éxito. Es el placer del montañero al conquistar la cima. Pero hay una importante diferencia, el saber es una aventura sin término.

El lenguaje cotidiano, tan importante e imprescindible para nuestra vida, no permite tratar, adecuadamente, ciertos niveles de complejidad. Este es el caso, por ejemplo, de los capítulos dedicados a la racionalidad humana.


Siguiendo con el símil de la escalada, a medida que el montañero sube la montaña y se acerca a la cima, sufre, al mismo tiempo, la falta de aire y la fatiga. Pues bien, salvando las distancias, podemos sentir el esfuerzo intelectual necesario al adentrarnos por terreno inexplorado y apasionante. Incluso si estamos cómodamente sentados. Es el precio que hay que pagar. De ahí que podamos afirmar que no hay vía regia para la ciencia y quien quiera llegar a ella debe escalar sus escarpados senderos.

Pero, en el libro, también se tratan cuestiones más 'comestibles' y que deberían interesar al ciudadanos responsable: libertad, igualdad, individuo, sociedad, nacionalismos, relativismo, etcétera.


En todo caso, saber más, no ha de verse como una penitencia. Por eso termino con una cita del más grande científico del siglo XX, Albert Einstein: 'No consideres el estudio como una obligación, sino como una oportunidad para penetrar en el bello y apasionante mundo del saber'.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Enhorabuena profesor. Asistí a la presentación de su libro y me hice con un ejemplar. Ya he devorado el capítulo que trata los nacionalismos y lo he asaeteado con acotaciones varias...
Sigo pensando que la pedagogía, la historia, la docencia en general podría resultar balsámica para frenar el separatismo y el odio que genera. Creo que la expresión "nacionalismo moderado" abarca conceptos antitéticos, al igual que "realidad virtual", "memoria histórica" y tantos otros manoseados por la izquierda. Es pasmoso, y le doy la razón, que internacionalistas de toda la vida se refugien en el nacionalismo más excluyente y xenófobo... ¡Vivir para ver! Coincido con su análisis sobre este fenómeno.
Cuándo hablaremos de Blas de Lezo, de López de Legazpi, de Juan Sebastián de Elcano, de Zumalacárregui, de Jacinto Verdaguer, de la verdadera lucha de Casanova y Villarroel... Si desde el Gobierno de la Nación no se habla de esos personajes y sus gestas, habremos, si no lo hemos hecho ya, perdido definitivamente la partida. Debería hacerse de forma continua y amena. ¡No necesitamos inventarnos batallas como hacen los separatistas! Las tenemos y además, muchas de ellas de un heroísmo conmovedor.
En otro orden de cosas, y en lo que respecta a la presentación, eché de menos más minutos para usted. (Los presentadores le comieron el tiempo) Y tengo una posible explicación ante la desidia estudiantil a la que se refirió en el acto. Mi experiencia es la siguiente: Estoy en quinto de carrera con un par de asignaturas pendientes de otros cursos. Mi deber es finalizar cuanto antes la carrera porque en casa me aprietan las clavijas que, además, me aprieto yo solito por pura responsabilidad. Se trata de estudiar y aprobar cuanto antes. No tengo tiempo, ni ganas de reflexionar sobre si la huelga de hambre de los Grapo y su alimentación forzosa son discutibles, tal y como usted nos planteó. Y sí, debo reconocer que la premura me obligó a optar por el manual de López Calera más que por sus apuntes. Sin embargo debo agradecerle, sinceramente el esfuerzo por hacernos pensar. Y disculparme, por la parte que me toca, por mi inmadurez y mis prisas.
Un abrazo, profesor, y gracias.

P.D. Todavía comento con mis allegados una clase suya, una de las pocas a las que asistí. Karl Popper pide a sus alumnos que cojan una hoja en blanco y describan la realidad. La mayoría se pone a redactar y un alumno avispado, de esos entre los que yo no me contaba, se detiene y le inquiere. Maestro, profesor, ¿Qué realidad describimos? ¿La mía, la de mi compañero, la suya...? la realidad depende del observador...
Si mi memoria no ha trastocado mis recuerdos caprichosamente, y le ruego me saque del error, ese momento único que sacudió mi mente de estudiante con prisas, ha valido la pena.
Y se lo agradeceré siempre.

Sebastián Urbina dijo...

Muchas gracias por sus comentarios y por su asistencia.

Por lo que dice de ciertos personajes de nuestra historia, tal vez le interese,si no los ha leído ya:

G. Bueno, España no es un mito. Claves para una defensa razonada.

V. Palacio Atard (ed.) De Hispania
a España.

Real Academia de la Historia, España como nación.

C. Alonso de los Ríos, La izquierda y la nación.

Anónimo dijo...

Distinguido Sebastián Urbina. Sinceramente, coincido con el señor Alemany. Usted se merece la Cátedra. No obstante, su altura, aunque el editor le vele "baja el nivel", es de catedrático.
Me interesaría saber si la obra editada por Lleonard Montaner, es la misma que la editada hace unos 3 años por la UIB (Ensayos Jurídicos).Gracias.

Sebastián Urbina dijo...

Muchas gracias.
Sí, es el mismo libro con pequeñas correcciones, letra más grande y formato diferente.

Anónimo dijo...

Tuve la suerte de ser alumno del profesor Urbina,justo el año antes de que adelantase su jubilación y fue sin lugar a dudas el mejor docente que encontré en la carrera ( y he estudiado derecho en 3 universidades distintas, una de ellas en el extranjero), nunca antes nadie había tenido las agallas intelectuales de planternos cuestiones que subyacen a todo ordenamiento jurídico, cuestiones difíciles que no se resuelven con un artículo de la ley en la mano, porque no todo el derecho esta en la ley.

Debería saber profesor que los buenos alumnos existen porque les motiva el hecho de algún dia llegar a discurrir como sus maestro.

En clase no podía evitar sentirme como uno de esos muchachos que tuvieron el placer de escuchar a Juan de Mairena (en boca del genial Antonio Machado).

Mi respeto y afecto.

Alejandro.

Sebastián Urbina dijo...

Alejandro:

Seguramente sabe que las dos grandes satisfacciones de un profesor son: el reconocimiento de sus alumnos, y las publicaciones, con el reconocimiento académico que supone, si son de calidad.

Verse reconocido por los buenos estudiantes, como usted, produce la satisfacción del deber cumplido. Las tradiciones (las buenas) se articulan sobre la base de una larga cadena de personas que a través de generaciones se pasan una metafórica antorcha. Yo la recibí de mis maestros, Aarnio y Peczenik. Ellos la recibieron de G. von Wright y Wroblewski, respectivamente. Tal vez yo haya merecido llevar la antorcha y pasar la. Parece que alguien la ha recogido. Usted y otros que, afortunadamente para mí, han expresado sus experiencias y sentimientos de forma parecida.
Espero que los buenos ex-alumnos, como usted, sigan el consejo de Cervantes: 'Prefiero el camino a la posada'.

Muchas gracias, Alejandro.