martes, 15 de abril de 2008

A MÁS A MÁS.


15/4/2008.



A MÁS A MÁS.





NACIONAL - CATALUÑA

Comité Audiovisual de Cataluña
La libertad de expresión en peligro

Las amenazas a la libertad de expresión en Cataluña han tomado la forma, no de agresiones de grupos minúsculos y muy radicalizados, sino la de creación de órganos institucionales, emanados del propio Parlamento

Ya no es sólo que grupos de mamporreros independentistas impidan hablar en la Universidad a líderes democráticos de la talla de Fernando Savater, Rosa Díez o Gotzone Mora. Ni que las “bandas de la porra” del nacionalismo radical boicoteen al típico estilo de la extrema derecha simples actos de presentación de la plataforma “Ciutadans de Catalunya”, encabezada por prestigiosos intelectuales inequívocamente democráticos, como Boadella, Félix de Azúa o Francesc de Carreres.

Ahora ya las amenazas a la libertad de expresión en Cataluña han tomado la forma, no de agresiones de grupos minúsculos y muy radicalizados, sino la de creación de órganos institucionales, emanados del propio Parlamento, con el apoyo casi unánime de los partidos, destinados a velar nada menos que por la “veracidad” de las informaciones que se difunden en Cataluña y con capacidad para imponer multas exhorbitantes, cerrar medios de comunicación o retirar concesiones a emisoras: en definitiva, con poder para acallar mediante la censura los medios y las voces que les resulten incómodos o peligrosos.

La creación del CAC (Comité Audiovisual de Cataluña) es efectivamente un salto cualitativo, el más grave quizá dado en toda la historia de la reciente democracia española, para reimplantarlos en una parte de España mecanismos y organismos de censura que, en este caso sí, nos retrotraen a la memoria los métodos de la censura franquista.

La deriva del nacionalismo catalán, insólitamente acompañado por el PSC de Maragall, hacia las procelosas aguas del autoritarismo y el pozo negro de la censura y la represión de quienes se oponen a sus planes, cada vez menos soterradamente independentistas y cada vez más abiertamente secesionistas, alcanza con la creación del CAC un punto que a muchos les resulta difícil de entender, pero que sin embargo corresponde a la lógica de desarrollo de todo nacionalismo excluyente.

¿Es posible –se preguntan muchos– que en Cataluña, en la Cataluña de la tolerancia, el seny, tan europeísta, nazca, de pronto, un órgano de censura franquista? ¿No será un exceso calificarlo así? En absoluto. La vía elegida por el nacionalismo catalán en los últimos años, una vía que aspira a extirpar de Cataluña todo signo y todo vínculo de pertenencia a España, desde la fiesta de los toros a la enseñanza en castellano, conduce inexorablemente –en tanto choca contra la evidencia de la realidad y contra la resistencia de amplias capas de la población– a tener que tomar medidas, cada vez más excluyentes, a fin de impedir, entre otras cosas, que esa realidad se ponga de manifiesto y esa población disconforme se exprese. De hecho, la existencia y aprobación del CAC no es sino la otra cara de la moneda del Estatut aprobado en el Parlament, con el apoyo de los mismos partidos. El proyecto de secesión va indisolublemente unido a la mordaza para quienes lo rechazan

Pero, a la vez, el CAC es un vivo retrato de la clase política catalana y de la burguesía burocrática allí formada. Esta “clase” –diferente de la burguesía productiva tradicional de Cataluña– lo debe todo al control del poder político. Los Maragall, Montilla, Carod, Bargalló –y en el fondo los Fornesa, Brufau, etc.– lo deben todo prácticamente a la política, al control del poder. Fuera de él, no son nada. De ahí que estén dispuestos a hacer cualquier cosa para mantenerse en el poder, Y para eso es vital cerrar la boca a los que se oponen, a quienes les combaten, a quienes les denuncian, a quienes pueden sacar a la luz los “carmelos”, los “tres por ciento”, el inmenso pozo de corrupción sobre el que está asentado el nacionalismo catalán.

La pregunta que debemos hacernos no es pues si la tradicional tolerancia de Cataluña hace imposible pensar en que el CAC sea una “censura franquista”, sino cuál es el proyecto de la clase política catalana, del nacionalismo catalán, para que hayan tenido que llegar a necesitar el CAC. Esa es la cuestión.

El escándalo del CAC ha llegado ya a organismos internacionales de defensa de la libertad de expresión (que han exigido su inmediato desmantelamiento), y hasta medios próximos al PSOE (El País) han calificado al CAC como “un camino peligroso”, precisamente cuando el Gobierno de Zapatero tiene en proyecto crear un Comité Audiovisual para toda España. Es de esperar que no cometa el error de sus socios catalanes, porque en España quien atente contra la libertad de expresión debería saber que tiene los días contados.

J. Albacete

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