jueves, 28 de agosto de 2008

LA TENTACIÓN DE LA IGNORANCIA.


Reproduzco esta presentación para una persona que quería leerla.





PRESENTACIÓN DEL LIBRO

''LA TENTACIÓN DE LA IGNORANCIA''

(Para los que no pudieron asistir y les hubiera gustado)



Presentación a cargo de ANTONIO ALEMANY, periodista.


A. El autor.

Datos caracteriológicos: un 'rebeco' que no soporta dos cosas: la estupidez y el lugar común, que es una forma suprema de estupidez. El libro que hoy presentamos es, en buena medida, un alegato contra la estupidez y el lugar común.

Datos profesionales: Urbina es un perfecto ejemplo- más que un ejemplo, una acusación- de uno de los males que asolan nuestra Universidad: la repugnante endogamia ideológica que prima, no la excelencia, sino la adscripción política. Urbina es profesor titular y debería ser catedrático. Y no es catedrático porque no pertenece a ninguna de las 'cuadras'- perfecto el símil equino- de la Filosofía del Derecho. El acceso a la cátedra no se basa en el mérito, sino en el do ut des- te doy para que mañana me des- y en la afinidad político-ideológica. Fuera de estos parámetros no hay cátedra posible.

Sin embargo, el docente universitario, el intelectual en su más noble acepción, no se define ni por el título oficial ni por el ránking en el escalafón docente: se define por la investigación y por la obra que lega. Y la obra de Urbina constituye un 'corpus' del más alto nivel que legitima, más que los oropeles del cargo, toda una trayectoria hecha de ciencia, investigación y obra publicada.

Cuando, en el breve currículo, les he citado la bibliografía urbiniana, les habrá llamado la atención que algunas de sus obras señeras están publicadas en inglés y en la editorial Kluwer. Lo que esto significa.

Para cerrar el capítulo biográfico: es un insulto a la inteligencia y a la justicia que Sebastián Urbina no sea lo que sus méritos acreditan: catedrático de Filosofía del Derecho.


B. La taxonomía.

Ejerzamos de taxónomos: ¿a qué género pertenece 'La tentación de la ignorancia'?

Hace más de cuatro siglos, Montaigne, usó por vez primera la palabra y el concepto 'Ensayo' para definir un nuevo género que tenía difícil encaje en los géneros literarios al uso. Aún hoy- cuando la ensayística ha alcanzado, en cantidad y calidad, brillantísimas cotas- los perfiles del ensayo permanecen borrosos. Hemos de referirnos al maestro fundador Montaigne y sus 'Essais' como una de las cumbres de la literatura de todos los tiempos, para definir el género ensayístico como un 'ejercicio' de reflexión literaria, filosófica, jurídica, sociológica, económica o lo que se quiera. Una reflexión que se traslada al lector desde la experiencia del autor que 'navega'- valga la expresión marítima- por el mundo de las ideas, de la propia experiencia y de la propia reflexión sin más reglas que las que decide el propio autor.

'La tentación de la ignorancia' es un ensayo. Yo diría que un ensayo arquetípico, en la línea de Montaigne al que, en bastantes de los pasajes, me lo recuerda Urbina.


C. El libro.

¿Qué quiere decirnos Urbina con su libro? No hay que hacer demasiado caso a los autores cuando, en la Introducción nos fijan los objetivos de las páginas que siguen a continuación.

Urbina nos dice que 'está cansado de trabajos académicos' pero todo el libro está penetrado por un academicismo sin el cual 'La tentación de la ignorancia' no hubiera sido posible. También nos dice que asume la función de la Universidad de 'aprender' y comprender', pero si el lector no ha 'aprendido' y 'comprendido' previamente en el sentido y nivel universitario del término, no aprenderá ni comprenderá el libro de Urbina.

A continuación, el autor nos dice que su objetivo es 'combatir la complacencia y la pereza mental, replanteándose críticamente los conceptos', lo cual es una obviedad porque toda obra medianamente inteligente- y esta lo es en grado sumo- siempre aspira a tan loables objetivos.

No, lo que pretende Urbina es un 'ajuste de cuentas' con los lugares comunes, estereotipos, verdades establecidas y demás conceptos políticamente correctos que invaden, no sólo nuestra cotidianeidad, sino ámbitos de la política, de la Justicia, del Derecho, de la Moral, de los Derechos Humanos o del nacionalismo, que se suponen impregnados de inteligencia crítica y cartesiana duda metódica.

El 'ajuste de cuentas' de Urbina alcanza, en algunos momentos, unas cotas de brillantez restellante. Su pluma es un estilete que disecciona conceptos sagrados, verdades absolutas y verdades establecidas con una metodología que yo calificaría de 'socrática', si hemos de hacer caso al Sócrates que nos transmite Platón en sus Diálogos, que nunca sabremos si es Sócrates de verdad o Platón 'creando' a Sócrates, de la misma forma que nunca tendremos claro si la famosa Oración Fúnebre de Pericles es de Pericles o de Tucídides- algunso autores dicen que es de Aspasia- o si el De Gaulle que entrevista Malraux en 'Les chenes qu'on abat', es el De Gaulle el que habla o a través del De Gaulle que recrea.


El hecho es que Urbina pone al servicio de su estilete un imponente nomenclátor de autores y de sus doctrinas para combatirlos a veces, para combatir a otros autores o para practicar un sincretismo o eclecticismo que le sitúa en el fiel de la balanza.

No voy a extenderme en un análisis pormenorizado de cada capítulo ya que es un ensayo individualizado e independiente- aunque hay un evidente hilo conductor a lo largo del libro- como lo son cada uno de los 'Essais' de Montaigne.

Pero sí debo subrayar que la condición de jurista de Urbina transpira por todo el libro y, de alguna manera, se le 'impone' de forma ostentosa.


Básteme, a modo de ejemplo, comentar brevemente dos capítulos. En el capítulo Tercero se refiere a la 'Racionalidad imperfecta' y su consecuencia, la frecuente irracionalidad. El capítulo concluye con un inteligente- y divertido- decálogo que contiene las diez actitudes que favorecen la irracionalidad. Una de las características de la obra de Urbina es su capacidad de pasar de la especulación pura-rayana en la especialización académica- al lenguaje de la calle en un proceso secuencia admirable que es el que la ha permitido suponer- no con el optimismo de la inteligencia, sino con el optimismo de la voluntad- que su libro es una obra 'de divulgación'.

Otro capítulo representativo del 'juridicismo'- perdón por la expresión- es el Sexto, que habla del Derecho y la Moral. Hay ahí una brillante exposición de la eterna disputa entre iusnaturalistas y positivistas. Urbina- como no podía ser de otra manera- es un admirador de Kelsen y de la escuela positivista posterior, pero, también, es un admirador de Antígona- aunque no la cita- cuando, en el memorable diálogo sofocleo con Creonte y que representa, hace 2.500 años, el conflicto entre legalidad y legitimidad, entre ley positiva ley natural, Antígona le espeta a Creonte- la legalidad que 'hay leyes que son anteriores y superiores a las suyas'. No estamos en el mundo jurídico sino en el metajurídico, iusnaturalista.


Urbina escribe un capítulo 'atormentado', consciente de que está circulando por un terreno pantanoso. Admite la 'no insularidad' del Derecho (que no está aislado) pero tampoco se sitúa en el positivismo puro y duro. El juez no es sólo 'la bouche que prononce les paroles de la loi', como decía Montesquieu y yo esperaba que nuestro autor abordaría el 'espinoso uso alternativo del Derecho'. No lo hace y, como le conozco, es por lo que presumo el carácter 'atormentado' de ese ensayo.

En el fondo, da lo mismo. Y es que, en el libro de Urbina, lo importante no son sólo sus conclusiones, sino, sobre todo, el 'camino', el 'método' en el sentido riguroso del término que es, precisamente, el camino. Este 'camino' es un festín para la inteligencia y, en definitiva, el alumbramiento de una obra completamente inusual en estos pagos.

Enhorabuena, Sebastián: has escrito un gran libro.


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Intervención de SEBASTIÁN URBINA, el autor.


Quiero agradecer el apoyo del Institut de Estudis Autonomics, que ha permitido llevar a buen puerto la reedición de este libro, al editor Lleonard Muntaner, por un trabajo bien hecho como es, afortunadamente, su costumbre, y agradecimiento a la presentación de Antonio Alemany, inteligente, ilustrada y generosa en exceso. Y a todos vosotros, ustedes, por su presencia y compañía.

Es cierto que se escribe en soledad pero se espera que la soledad sea compartida. De ahí la pertinencia de las palabras de Unamuno: 'Ponte en marcha, solo. Todos los demás solitarios van a tu lado aunque no los veas'. Se trate, o no, de soledades compartidas, este libro nace de una larga gestación. Como seguramente sabéis, una parte importante de la educación, al menos de la educación universitaria, que es la que mejor conozco, tiene que ver con la curiosidad intelectual. No se trata sólo de transmitir conocimientos, de manera ordenada y coherente sino, además, crear problemas. Tal vez alguien diga ¿Crear problemas? ¿No basta con los que ya tenemos?

Pero esta tarea, la de hacer problema de las creencias compartidas, la de oscurecer claridades y clarificar oscuridades, es una de las tareas básicas de todo buen profesor. Tan tonto es el que lo acepta todo, sin más, como el que, sin más, lo rechaza todo. La paulatina y dificultosa comprensión de la realidad, o mejor, de un segmento o aspecto de ella, exige continuos esfuerzos intelectuales pero, al mismo tiempo, el sometimiento a la crítica. Pero no sirve cualquier crítica. De nada sirve gritar, ni descalificar, ni siquiera afirmar o negar. De ahí la importancia de la adquisición de ciertos hábitos, como la capacidad de atención, la expresión rigurosa de las propias ideas, o la capacidad para discernir, en un contexto dado, lo que es relevante de lo que no lo es, etcétera.

Por desgracia, la Universidad española, en general, no suele utilizar (con la frecuencia e intensidad de las anglosajonas) los métodos propios de la clase socrática. Es decir, no sólo exponer conocimientos, como ya he dicho, sino, además, fomentar la reflexión, el diálogo y la justificación. Porque no se trata sólo de aceptar o rechazar algo. Se trata de saber, además, porqué se acepta o se rechaza. Y esta es la importante y difícil tarea de la justificación. Y las razones que justifican la aceptación o el rechazo de algo, deben ser públicas. Así pues, justificación y publicidad, o sea, debate civilizado, como claves de un proceso de aprendizaje que nunca termina. ¡Ah! y trabajo. Porque no hay milagros.

Y esto es lo que intenté en mis treinta años de profesor de Universidad. Pero la participación estudiantil, en clase, ha sido, casi siempre, muy limitada, por motivos que no vienen al caso en este momento. Han sido pocos los estudiantes que han tratado de plantear y plantearse problemas intelectuales serios. Pero el libro va dedicado a mis amigos y a los estudiantes. Pero no a todos. solamente a los que se esfuerzan por aprender y se arriesgan a pensar por si mismos. Y este es el objetico del libro. Alejar, lo más posible, la tentación de la ignorancia.

En este sentido, he incorporado al libro, algunas cuestiones que mis mejores estudiantes me preguntaban en clase y que, por falta de tiempo, no podía responder adecuadamente. En muchas ocasiones, la conversación seguía en los pasillos, una vez terminada la clase. Estas cuestiones que intrigaban a los más inquietos e interesados han sido, al menos en parte, el objeto del libro. Mi intención fue pedagógica. Es decir, he pretendido que las cuestiones tratadas fueran asequibles.

Pero la pregunta es ¿asequible, para quién? Mientras se escribe el libro suele aparecer, por las noches, el fantasma del editor que repite quedamente: 'Baja el nivel'. Pero este fantasma compite con el fantasma del autor, que insiste machaconamente, 'No bajes de las alturas'. Realmente, he intentado ser pedagógico. Esto forma parte de mi vida profesional como profesor. Pero, hay que insistir en ello, ciertas cuestiones no son fáciles de tratar. El límite a la simplificación es la distorsión. Pero no hay timbres, por desgracia, que avisen del cambio distorsionante.

En resumen, el lector tiene que saber que hay fortalezas que se resisten a ser conquistadas fácilmente. Únicamente los más pertinaces y obstinados logran abordarlas con éxito. Es el placer del montañero al conquistar la cima. Pero hay una importante diferencia, el saber es una aventura sin término.
El lenguaje cotidiano, tan importante e imprescindible para nuestra vida, no permite tratar, adecuadamente, ciertos niveles de complejidad. Este es el caso, por ejemplo, de los capítulos dedicados a la racionalidad humana.

Siguiendo con el símil de la escalada, a medida que el montañero sube la montaña y se acerca a la cima, sufre, al mismo tiempo, la falta de aire y la fatiga. Pues bien, salvando las distancias, podemos sentir el esfuerzo intelectual necesario al adentrarnos por terreno inexplorado y apasionante. Incluso si estamos cómodamente sentados. Es el precio que hay que pagar. De ahí que podamos afirmar que no hay vía regia para la ciencia y quien quiera llegar a ella debe escalar sus escarpados senderos.

Pero, en el libro, también se tratan cuestiones más 'comestibles' y que deberían interesar al ciudadanos responsable: libertad, igualdad, individuo, sociedad, nacionalismos, relativismo, etcétera.

En todo caso, saber más, no ha de verse como una penitencia. Por eso termino con una cita del más grande científico del siglo XX, Albert Einstein: 'No consideres el estudio como una obligación, sino como una oportunidad para penetrar en el bello y apasionante mundo del saber'.


1 comentario:

Anónimo dijo...

La obra completa es mejor.

FERNANDO SANTAYANA