jueves, 25 de septiembre de 2008

CRISIS ACTUAL

Dos libros para comprender la crisis actual

España Liberal , 25/09/08, 05:56 h
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Los libros de Enrique de Diego “Crisis Planetaria” (103 páginas) y “Mileuristas: los nuevos pobres” (78 páginas), ambos publicados por la editorial Rambla media, son dos textos cortos que se dejan leer con facilidad. “Crisis Planetaria” plantea la tesis central de que nos hallamos ante una crisis de modelo, causada por las ineficiencias generadas por el excesivo peso del sector estatal y paraestatal, incluyendo en éste último a todos aquellos que viven de la subvención pública. Según el autor, para salir de la crisis sería necesaria una importante liberalización, con el consiguiente desmantelamiento de muchas estructuras y esquemas estatales.

Dos libros para comprender la crisis actual

Los libros de Enrique de Diego “Crisis Planetaria” (103 páginas) y “Mileuristas: los nuevos pobres” (78 páginas), ambos publicados por la editorial Rambla media, son dos textos cortos que se dejan leer con facilidad.

“Crisis Planetaria” plantea la tesis central de que nos hallamos ante una crisis de modelo, causada por las ineficiencias generadas por el excesivo peso del sector estatal y paraestatal, incluyendo en éste último a todos aquellos que viven de la subvención pública. Según el autor, para salir de la crisis sería necesaria una importante liberalización, con el consiguiente desmantelamiento de muchas estructuras y esquemas estatales.

Para De Diego, el sistema vigente en España se caracteriza por una hipertrofia del Estado, reflejada por una gigantesca inflación de cargos políticos si se suman los correspondientes a la Administración Central, Autonómica, Provincial y Municipal. Son miles de cargos, cada uno de ellos con una corte de asesores. Y también por el descomunal crecimiento de grupos que, envueltos en una coartada supuestamente moral y caritativa, se afanan en vivir del presupuesto, es decir, a costa de los demás. Es lo que el autor llama el “pilla pilla presupuestario”, fenómeno en el que los términos del lenguaje se trastocan: el que pretendidamente desea hacer una obra generosa cobra dinero en lugar de darlo. De este modo, legiones de personas viven a costa de los sectores activos de la sociedad, de aquellos que pagan los impuestos, que el autor denomina las “clases medias”.

Resulta también interesante en el libro la reflexión acerca del proceso que ha llevado a donde nos encontramos. De Diego plantea el origen en la caída del muro de Berlín con la conversión de los antiguos marxistas en funcionarios de la mente. Aprovechando el dominio izquierdista en sectores clave como las universidades, los medios de comunicación, el arte, la cultura y el cine, la estrategia consistió en “regar” con millonarias subvenciones a estos grupos con el fin de que difundiesen en la sociedad unas ideas falsas que justificasen el mantenimiento de la casta política y la expoliación de las clases medias. Entre estas ideas cabe destacar lo que llamaríamos a) la “cultura de lo gratis” o creencia de que el Estado proporciona servicios gratuitos (cuando esto no existe pues todo lo paga el contribuyente), b) la palabrería de lo “social y la solidaridad”, que en realidad no es más que una coacción al que debe pagarlo todo o c) la identificación del Estado con los valores de la generosidad (cuando, en gran medida, constituye una suerte de latrocinio).

Para lograr su propósito, los gobiernos buscan unos “grupos mascota” y los subvencionan a cambio de apoyo, en una política claramente clientelista. Entre estos grupos cabría citar a feministas, ecologistas, grupos de gays militantes y, sobre todo, islamistas con los que, según De Diego, los progres coinciden en muchos aspectos de su ideología: el rechazo a la libertad y la responsabilidad individual, la mentalidad tribal y colectivista así como su oposición al capitalismo y a la cultura occidental.

Finalmente, el sistema acaba con las energías vitales del sector activo e innovador (las clases medias) y sobreviene una profunda crisis sin salida. Para el autor, la única solución consiste en desmantelar una buena parte del sector estatal, acabar con las subvenciones y establecer mecanismos que incrementen la capacidad de decisión individual como el cheque escolar o las pensiones de capitalización. Pero existe el peligro de que, ante la crisis, los ciudadanos se vuelvan asustados hacia el Estado y reclamen más protección exigiendo soluciones que ya no son posibles desde un esquema estatalista y que tenderían a agravar todavía más la crisis. Se hace por ello necesaria una mayor autoconciencia de las clases medias y una rebelión cívica que recupere los valore de libertad individual, responsabilidad, mérito y esfuerzo.

En “Mileuristas”, De Diego plantea la tragedia de toda una generación de jóvenes, la más preparada de la historia, con un nivel educativo que sus padres habían deseado para sí pero a) con unos salarios que rozan los 1000 euros y que resultan muy bajos para el nivel educativo alcanzado, b) con una gran falta de expectativas de futuro y c) sin posibilidades de ascenso en la escala social. Son personas que proceden de la clase media pero están en riesgo de dejar de serlo: no se emancipan, no procrean no son capaces de establecer una familia.

Estas personas tuvieron una infancia feliz y una juventud cómoda pero, según el autor, cayeron en la trampa de un sistema educativo en el que no se destacaron los valores del mérito y el esfuerzo. Un sistema educativo caracterizado por a) la demolición del bachillerato, b) la masificación de la universidad con la consecuente devaluación de los títulos y c) una escuela que educa en la adoración al Estado y no fomenta la iniciativa, el riesgo ni el esfuerzo.

Las consideraciones de De Diego por esta generación no pueden ser más pesimistas: “Hurtados los elementos de análisis para comprender su situación, anestesiado el espíritu crítico por una red de sentimentalismos evanescentes ecopacifistas, lo enervante de esta generación es su conformismo”. Y es que esta generación no puede salvarse sin un cambio radical del sistema.

“Crisis planetaria” y “Mileuristas”, dos libros para comprender la crisis actual.

Juan Manuel Blanco

Máster en Economía por la London School of Economics

Profesor titular de la Universidad de Valencia

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Almunia descoloca a Zapatero
De Eduardo San Martín (el 18/09/2008 a las 20:42:26, en Economía, 4937 Visitas)
Joaquín Almunia, antecesor de Zapatero en el secretaría general del PSOE, es un político cabal y coherente. Puesto a elegir entre la honestidad que le exigen sus actuales obligaciones como responsable de Economía de la Comisión Europea o prestarse a las maniobras de diversión del Ejecutivo español sobre la crisis económica, ha escogido siempre lo primero. Ayer estuvo en Madrid y disipó dos de las cortinas de humo tras las que Zapatero se oculta para eludir explicaciones más convincentes sobre el alcance de la crisis en España. En primer lugar, desmintió el relato exculpatorio que de Europa está construyendo una cierta izquierda, en virtud del cual toda la culpa recae en Estados Unidos y los pobres europeos nos limitamos a sufrir las consecuencias de tanto desatino; un relato al que Zapatero se adhiere fervientemente con sus repetidas alusiones al origen de la crisis. El comisario Almunia admitió que, en efecto, el tsunami financiero se originó en Wall Street, pero que los bancos europeos son igual de culpables por invertir los ahorros de sus clientes en productos basura comprados allí con enorme entusiasmo. En segundo, el ex dirigente socialista realizó una cerrada defensa del Banco Central Europeo y de la política seguida durante estos meses por la autoridad monetaria europea en contra de aquellos gobernantes, señaladamente Zapatero, que atribuyen al Banco parte de la responsabilidad de la crisis por no haber rebajado a tiempo los tipos de interés. “Gracias a la política del BCE, la repercusión de la crisis mundial en Europa ha sido menor”, afirmó contundente Almunia dejando al presidente español colgado de su propio argumento. Claro que la falta de sintonía entre ambos prohombres socialistas no es de extrañar: según confesión del propio Almunia, ambos no hablan desde el último congreso del PSOE, y seguramente no lo hicieron sobre la crisis. ¿Es posible que, en las actuales circunstancias, Zapatero rehuya hablar con un correligionario de enorme experiencia que ocupa un cargo económico de tanta relevancia en Europa? Como le ocurre a muchos gobernantes, Zapatero sólo parece hablar con quienes le dicen lo que quiere escuchar.
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España, segundo país menos competitivo de la UE Cambiar el tamaño del texto
Servimedia - Madrid
España es, en el escenario de la nueva economía global, el segundo país con menos competitividad exterior entre los 12 estados de la Unión Europea examinados en un estudio del Banco Central Europeo (BCE).
El estudio, titulado «Globalisation and the competitiveness of the Euro Area», ha sido difundido por el Banco Central Europeo dentro de su serie de «Papeles Ocasionales», con fecha de septiembre de 2008.
Sus resultados se basan en una una investigación de 150.000 firmas de 12 países europeos, que permite clasificar a éstos en función de la «competitividad general», que refleja el acceso efectivo a los mercados internacionales, y de la «competitividad del productor», que depende específicamente de la tecnología (la capacidad de producir a bajo coste) y los factores institucionales.

En ambas clasificaciones España figura en penúltimo lugar, sólo por delante de Portugal, que cierra los dos rankings. El país con más «competitividad general» es Bélgica, seguido, por este orden, de Finlandia, Holanda, Alemania, Francia, Austria, Dinamarca, Suecia, Reino Unido, Italia, España y Portugal.

Los autores del estudio señalan que «Portugal y España, y en menor medida, Italia y Reino Unido, se sitúan claramente al final del ranking de competitividad, se mida como se mida, lo que pone de manifiesto una desventaja tecnológica relativa y un entorno institucional menos favorable».

Por otra parte, el estudio del BCE también compara la evolución hasta 2007 de la competitividad exterior de los 12 países de la Eurozona que se apuntaron el euro en 1999.
En ese periodo, España acumuló una pérdida de competitividad exterior del 14,3%, la segunda más alta de todos los países estudiados, en este caso tras Irlanda, que vio empeorar su situación en un 23,1%.
Como consecuencia sobre todo de la apreciación del euro en relación al dólar y otras divisas internacionales, ni un solo país de la Eurozona mejoró su competitividad exterior entre 1999 y 2007.
Tras Irlanda y España, el mayor deterioro de competitividad correspondió a Luxemburgo (12%), seguido de Holanda (10,2%), Portugal (9,8%), Grecia (7,9%), Italia (7%), Bélgica (5,5%), Francia (3,9%), Alemania (1%), Austria (0,3%) y Finlandia (0,1%). A la vista de estos datos, los expertos del BCE destacan los dispares resultados entre los diferentes países y subrayan que «Irlanda y España parecen haber experimentado una pérdida de competitividad particularmente fuerte».

Otro dato destacado por el BCE es el de la evolución de los costes laborales unitarios.
En términos nominales, es decir, sin descontar el efecto de la inflación, en España crecieron un 26,4% entre 1999 y 2007, casi el doble que el 14% registrado en el conjunto de la Eurozona.
En esta misma línea apunta el apartado relativo a la marcha de la productividad.
El BCE señala que su crecimiento fue lento en la década 1995-2005 para los países del euro, pero de manera «particularmente marcada en Italia y España, en donde el crecimiento de la productividad laboral se ha situado significativamente por debajo del promedio de la zona euro en el mismo periodo».

Para potenciar la competitividad exterior de las empresas europeas, los expertos del BCE aconsejan proseguir con las políticas para desarrollar un mercado único integrado en la Unión Europea, más flexibilidad en los mercados, y más inversión en innovación y en formación del capital humano.

Además, señalan que, «para aprovechar todas las ventajas de los positivos efectos de la globalización, son necesarias nuevas reformas estructurales en la zona euro y en otros países de la Unión Europea para facilitar una reasignación rápida y suave de empresas y fuerza laboral, desde sectores retrasados a otros más avanzados y prometedores, y desde las compañías de baja a las de alta productividad».

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