lunes, 8 de diciembre de 2008

PROFUNDA REFLEXIÓN DE LA IZQUIERDA


"PEDRO CASTRO TENÍA RAZÓN"

Un columnista de El País también llama tontos de los cojones a los votantes del PP


El diario de Prisa presta sus páginas este lunes a Enrique Gil Calvo para que haga suyos los insultos del alcalde de Getafe, Pedro Castro, a los votantes del PP.

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Repitamos, una vez más, con Alain Finkielkraut: 'La izquierda ya no tiene ideas. Sólo enemigos'.

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(PD).- En la prensa hay de todo, incluso variedades de tonto. Entre los que escriben siempre y entre los que lo hacen a veces. Un buen ejemplo es este lunes Enrique Gil Calvo, veterano analista en las páginas del diario de PRISA. Su artículo se titula "Getafe" y en él argumenta largo y tendido para justificar los insultos del alcalde de la popular localidad madrileña. La culpa de todo, como no podía ser de otra manera, se le echa a Esperanza Aguirre. ¡Virgen santa!

Como subraya El Semanal Digital, pocas veces el columnista del diario El País, Enrique Gil Calvo, habrá ido tan lejos como este mismo lunes con ocasión de la ofensa proferida por el alcalde de Getafe y presidente de la FEMP, Pedro Castro, contra los más de diez millones de votantes del PP. En una columna titulada Getafe, Gil Calvo arremete contra la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre.

Lejos de censurar a Pedro Castro, Enrique Gil Calvo ahonda en su mensaje -del que se hizo eco El Semanal Digital-, destinado sin duda a abonar la semilla de la intolerancia entre los madrileños. Frente a lo que califica de "expresiones coloquiales" –en referencia al "¿por qué hay tanto tonto de los cojones que sigue votando a la derecha?", del regidor– el columnista habla de "una reacción desproporcionada donde las haya del PP" "¿A qué viene ese ataque de dignidad ofendida por parte de unos profesionales en el arte del insulto político como son los líderes populares, una vocación que han venido practicando con ensañamiento desde que Aznar se hiciera con las riendas de su partido?", se pregunta.

Gil Calvo se empeña en argumentar su cerrada defensa de Castro.

"A las huestes de Esperanza Aguirre no se les ocurre nada mejor que abrir un frente de batalla por una causa nimia contra el alcalde de Getafe y presidente de la FEMP. ¿Por qué han decidido hacerlo así? ¿Porque creen que es una pieza fácil de cazar, cobrándose con la cabeza de Pedro Castro el eslabón más débil de la cadena de mando socialista? A mí se me ocurre otra explicación mejor, y es que Castro tenía toda la razón: los madrileños son tontos al votar al PP contra sus propios intereses. Y esa verdad como un puño -sostiene sin sonrojo negro sobre blanco- es la que a Esperanza Aguirre no le conviene que se sepa, por lo que prefiere matar al mensajero para poder taparla".

Es lo que –según él describe rizando el rizo- llama la americanización de Madrid, pues también en Estados Unidos pasa lo mismo que aquí. Esto es, "las clases medias bajas y los restos de la clase obrera (el antiguo cinturón rojo de Madrid) votan contra natura a la derecha. ¿Y por qué lo hacen? Por la exitosa guerra cultural emprendida contra la izquierda por el fundamentalismo neocon, que ha seducido al pueblo llano con su populismo campechano. Y es que Esperanza Aguirre es la Sarah Palin española: una mujer de armas tomar que blande el lipstick para hacer creer a los electores que es una de ellos. Pues al igual que la gobernadora de Alaska, la gobernadora de Madrid exhibe la misma ignorancia política y esgrime la misma irresponsabilidad temeraria".

El afán de Enrique Gil Calvo por auxiliar a Pedro Castro no parece tener límites e insiste en que "nuestra Sarah Palin particular se está cargando los pilares esenciales del Estado de bienestar en Madrid: la sanidad (con falaz ocultación de las listas de espera), la educación (incluyendo la descapitalización de la universidad) y los servicios sociales (con sabotaje de la ley de dependencia). Es lo que Castro denuncia para despertar a los madrileños de su tontería, y por eso los hombres de Espe Palin intentan defenestrarle".

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Por lo que se ve, esto es lo que se puede esperar de los 'intelectuales orgánicos'. Por cierto, para contrarrestar las profundas reflexiones de la izquierda pueden entretenerse con la lectura de 'Por qué dejé de ser de izquierdas', J. Somalo y M. Noya, ed. Ciudadela. Y ya puestos, lean o relean 'El conocimiento inútil' de J.F. Revel y 'Camino de servidumbre' de F. Hayek.

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LA SOCIEDAD ABIERTA Y SUS ENEMIGOS

La izquierda y la libertad

Por Thomas Sowell

En su mayoría, los izquierdistas no son contrarios a la libertad. Simplemente defienden todo tipo de cosas incompatibles con la libertad. En última instancia, la libertad es el derecho de la gente a hacer cosas que no compartes. Con Hitler, los nazis fueron libres de ser... nazis. Sólo se es libre cuando se puede hacer cosas que los demás no aprueban.
Uno de los ejemplos más aparentemente inocuos de la imposición de los puntos de vista de la izquierda es la muy extendida exigencia de que los estudiantes hagan "servicios para la comunidad" si quieren ingresar en tal o cual centro de estudios. Son legión los institutos y universidades que no licencian, o directamente no admiten, a nadie que no haya tomado parte de esas actividades arbitrariamente de definidas como "servicios a la comunidad."
Qué arrogancia, la de aquellos que, no contentos con dictar a los jóvenes cómo deben organizar su tiempo, encima se permiten decir qué es y qué no es un servicio a la comunidad.
Por lo general, trabajar con los sin techo suele considerarse un servicio a la comunidad; como si fomentar y alentar la vagancia fuera en beneficio, y no en perjuicio, de la comunidad. ¿Qué pasa, que la comunidad está mejor cuando hay más tipos vagabundeando por sus calles, insultando a la gente, orinando en público y dejando jeringuillas en los parques infantiles?
Estamos ante un claro ejemplo de cómo la dedicación de fondos y esfuerzos a gente que no se ha hecho merecedor de ellos quiebra la relación entre productividad y recompensa. Por cierto, que ya puede usted convertir cualquier cosa en un derecho social para tal individuo o colectivo, pero no hay manera de que haya un derecho social para toda la sociedad, pues siempre habrá alguien que tenga que costearlo. En fin, que los derechos sociales no son sino imposiciones: se fuerza a unos a trabajar en beneficio de otros. Ya lo dice la célebre pegatina: "Trabaje más. Millones de personas que viven del Estado del Bienestar dependen de usted".
Con todo, la clave del asunto que nos ocupa no reside en las actividades concretas consideradas "servicios a la comunidad"; la clave, la pregunta fundamental es ésta: ¿quiénes son los profesores y los miembros de las juntas de selección para decir qué es bueno para la comunidad, o para los estudiantes? ¿Qué conocimientos esgrimen para pasar por encima de la libertad de los demás? ¿Qué es lo que revelan con sus imposiciones arbitrarias, aparte de su gusto por entrometerse en las vidas ajenas? ¿Y qué lecciones sacan los jóvenes de todo esto, aparte de que han de someterse a un poder arbitrario?
Supuestamente, la atención al prójimo hace que los estudiantes desarrollen su sentido de la compasión, su nobleza de espíritu. Pero es que, claro, todo depende de qué entendamos por compasión. Lo que está fuera de discusión es que a los estudiantes se les fuerza a vivir una experiencia propagandística que tiene por objeto hacerlos receptivos a la visión izquierdista del mundo.
Estoy seguro de los que defienden la obligación de prestar servicios a la comunidad saludarían la objeción de conciencia si de lo que se tratara fuera de hacer maniobras militares. De hecho, muchos de ellos se oponen rabiosamente a que se dé, opcionalmente, formación castrense en institutos o universidades, pese a que el número de quienes ven en ésta una contribución a la sociedad más importante que la derivada de atender a la gente que se niega a trabajar es sensiblemente superior.
En definitiva: los izquierdistas quieren tener el derecho a imponer a los demás su idea de lo que es bueno para la sociedad, derecho que niegan con vehemencia a todos los que no piensan como ellos.
La esencia del fanatismo consiste, precisamente, en eso, en negar a los demás los derechos que uno demanda para sí. Y el fanatismo es inherentemente incompatible con la libertad.

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