lunes, 22 de junio de 2009

VICENTE FERRER.









VICENTE FERRER: UN HOMBRE BUENO.





JAIME LEÓN | ANANTAPUR(ABC)
El oasis que representa el Campus de la Fundación Vicente Ferrer en Anantapur experimentó ayer otra jornada de peregrinación. De nuevo, miles de personas se acercaron a despedir al hombre que les llevó la esperanza: Vicente Ferrer. A las despedidas de los que querían agradecer al filántropo español su labor se unieron los recuerdos de amigos y familiares, que poco a poco iban llegando para asistir hoy al entierro en el vecino pueblo de Bathalapalli.

La familia. como en los dos días anteriores, presidió la capilla. Anne Ferrer, viuda del filántropo catalán, consolaba a aquellos que rompían a llorar, les estrechaba las manos y les abrazaba. Todo ello con música india en directo de fondo. «El primer día pensé que era increíble que viniese tanta gente. Hoy ya no tengo palabras», afirma Moncho Ferrer, hijo del cooperante español, quien asumirá el liderazgo de la Fundación. «Todo el mundo me mira para que continúe con la labor de mi padre. Es bueno tener esta responsabilidad».
El presidente del Congreso de los Diputados, José Bono, visitó la capilla, encabezando la representación española, formada por Soraya Sáenz de Santamaría, portavoz del Partido Popular en el Congreso, y Juan Manuel López Nadal, Embajador de la Misión Especial para Asia. «Vengo en representación del Rey y del pueblo de España a petición del Gobierno», explicó Bono. «Nadie muere mientras no se le olvida. Vicente Ferrer vivirá en el corazón de todos los que le conocimos y de todas las personas a las que ayudó».

Bono mantenía una amistad personal con el cooperante catalán, pertenece a la Fundación y en cuatro ocasiones ha visitado Anantapur a título personal. «Ferrer vino para bautizar, pero me contó que pronto se dio cuenta que no había agua ni para eso y entonces comenzó a hacer pozos para que pudiesen vivir. Manteníamos largas charlas sobre religión. Su religión era el amor».
Pero el presidente del Congreso no fue el único que tenía recuerdos de Ferrer. Muchos de los visitantes tenían historias que contar del catalán. «Salvó la vida de mi hija, gracias a una operación de corazón. He venido a darle las gracias», cuenta Mukesh. «Me dio de comer cuando no tenía nada y ahora trabajo para la Fundación. Para nosotros era un dios viviente», explica emocionado Rajiv.
Desde Manmad, primer destino de Ferrer en la India de donde fue expulsado en 1968 al despertar recelo entre las clases dirigentes, se desplazó Popur, quien trabajó con Ferrer en ese primer proyecto en la década de los 60. Consigo traía un periódico local con el obituario del cooperante. «Estuve con él en Manmad hasta que lo expulsaron. Después vino aquí. Todavía funcionan algunos de sus proyectos».

Jordi Folgado, director general de la Fundación Vicente Ferrer y sobrino del cooperante también guarda recuerdos de su tío. «Buscaba a alguien para dirigir la Fundación en España. Yo tenía experiencia en empresas y me lo ofreció. Le dije: convénceme. Un viaje a Anantapur me convenció. Vi cultivos donde 25 años antes había visto un desierto».

El obituario que trae Popur es una excepción. Sólo en diarios locales, principalmente del estado sureño de Andhra Pradesh, se han publicado informaciones del fallecimiento. Los medios de comunicación nacionales han obviado el suceso. En la India, el país con más pobres del mundo, las clases más acomodadas no ven con buenos ojos los esfuerzos extranjeros a la hora de paliar la pobreza -recordemos que Ferrer fue expulsado y la Madre Teresa de Calcuta fue en muchos momentos una polémica figura-. Los pobres no comparten esta postura, como prueba las muestras de agradecimiento que se han vivido en las últimas tres jornadas.

Vicente Ferrer llegó a la India en 1952 con la misión de finalizar su formación jesuita. Sin embargo, la extrema pobreza del subcontinente cambió su misión y su vida. Se instaló en 1969 Anantapur, considerada la región más deprimida por el Gobierno indio. Aquí trabajó las últimas cuatro décadas para mejorar las condiciones de vida de las castas más desfavorecidas de la injusta estructura social hindú. Su legado son cinco hospitales, 30.000 viviendas, cultivos y esperanza para 2,5 millones de personas.

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