sábado, 12 de diciembre de 2009

ANÁLISIS: ZAPATERO Y EL PP.












Zapatero, político desconocido y sin relevancia, recogió la herencia económica del PP

Un grupo de personajes políticos y empresariales de los que apreciamos su imprescindible anonimato, ha redactado un excelente análisis sobre el futuro a medio y corto plazo del Partido Popular, el acoso que sufre por parte del Gobierno y sus recientes querellas internas. Esta extensa reflexión no permite reducir su amplitud, por eso hemos decidido publicarlo en dos entregas

Nunca fue fácil para la derecha llegar al poder. Ni lo fue para el PP de Aznar de los noventa, ni lo está siendo ahora para Mariano Rajoy. Aznar ganó con un Partido unido y sin fisuras, con una cualificación reconocida en sus principales dirigentes, lo que generaba una amplia confianza, con un programa de reforma y revitalización democrática que suscitaba ilusión y esperanza y con un objetivo unánimemente compartido en el partido, de llegar al poder, provocando la alternancia política, para enderezar el declive español de esos años. Entre 1989 y 1996 pasaron muchas cosas, entre otras dos derrotas electorales y un atentado terrorista a su candidato, pero se superaron todos los obstáculos y se alcanzó el objetivo. Tuvieron que pasar 13 años y medio de Gobierno socialista presidido por un político de primera fila como Felipe González para alcanzar el poder.

En extraordinarias e insólitas circunstancias, el pueblo español decidió en marzo de 2004 que un político desconocido, sin experiencia ni relevancia, pero que supo aprovecharse de las circunstancias, llegase al poder. Después de una primera legislatura dedicada a hacer la autopsia al pasado, dividir a los españoles y a hacer el ridículo en general, logró capitalizar la herencia económica que le dejó el PP. Ésta hizo posible que se mantuviera la estela de bonanza hasta las elecciones de 2008, lo que permitió su victoria en las urnas, previo ocultamiento, en la campaña electoral, de la verdad sobre lo que se avecinaba en la cuestión económico-social.

Pero la crisis económica ha puesto a Zapatero al desnudo. Una persona de poco alcance, pero marrullero y aguerrido en el ejercicio del poder, un político sin talla pero sectario y caprichoso, carente de generosidad y arbitrario en sus decisiones y rencores, desprovisto no sólo del sentido del Estado, sino también del sentido de las cosas, enrocado en un apolillado e insolvente ideario socialista y radical sin comparación con ningún país europeo de la importancia de España. Un irresponsable doctrinario, en suma, que está desfalcando los caudales públicos con sus políticas de barra libre y ocultación de la realidad dirigidas a sostener su electorado y durar en el Gobierno todo lo que pueda, aunque sea a costa de arruinar a los españoles.

A lo que íbamos: queda demostrado que va a intentar permanecer al frente del Gobierno al precio que sea y que para ello se va a valer de todos los instrumentos internos y externos a su alcance. El camino más directo, sin andarse por las ramas es acabar con la oposición.

Esta es la decisión estratégica de Zapatero y de sus lugartenientes: dañar, destruir, aniquilar al PP, hasta que este partido sea algo etéreo e irreconocible, un alma en pena, penitente y evanescente, sin perfiles ni contornos, sin esencia reconocible, en estado vegetativo y, por lo tanto, impracticable para el Gobierno. Votar a un enfermo siempre echa para atrás. Naturalmente, es lo que pretende Zapatero.

Tomada esta decisión había que escribir un buen guión, con adictos a la literatura y al cine de espías; con expertos, en serio, en constelaciones planetarias; con gente con experiencia que se mueve, “como Alfredo por su casa”, en las cloacas del Estado, que fuera capaz de hacer el acoplo de material y construir una buena historia. Ésta debería partir de un hecho real, aunque fuera limitado, para que tuviera una cierta consistencia. Al mismo tiempo, había que asegurarse la red de distribución, para que el relato penetrase con eficacia en el centro del debate político.

Porque en primera instancia se trataba de suplantar la verdadera realidad de un país hundido, con más de cuatro millones de parados, un déficit desbocado a lomos de un gasto público improductivo... por una realidad postiza, virtual, adaptada al género de la ficción. Había que cambiar el escenario trasladando el foco de la sospecha política hacia el Partido Popular.

Recurrieron al célebre y circular efecto huevo-gallina, es decir, tanto monta, primero las grabaciones y luego el caso, o primero el caso nacido por casualidad como consecuencia de un ajuste de cuentas (Majadahonda) y luego la selección de las grabaciones más ajustadas al objetivo pretendido, añadiéndole todos los ingredientes propios de su género, como en los viejos tiempos.

GÜRTEL ha sido la palanca necesaria de una operación de largo alcance destinada a desestabilizar al Partido Popular (apuntando a la cabeza) pero teniendo cuidado en no producir su caída (“mejor la debilidad que la novedad”). Para ello, había que dar entrada en el guión a escenas descarnadas de cainismo, originales cárneos mostrando las disensiones internas, ataques puntuales de odio africano, estimulando el gen autodestructivo que ha acompañado siempre a la derecha española y que los diseñadores de esta operación conocen muy bien.

Dando un valor relativo a las encuestas y sabiendo que éstas también pueden obedecer a intereses, llama la atención que encuadrándolas en función de los distintos acontecimientos del caso Gürtel la distancia era de 3,5-4 puntos a favor del PP y así lo atestiguaron las encuestas en El País, La Razón o ABC. Sin embargo, con la aparición de las batallas de Caja Madrid y el caso Cobo,que trascendieron como enfrentamientos y divisiones internas, se produjo una caída vertiginosa en las encuestas, tanto del partido como de la valoración de su líder (ver la última encuesta de El País). Después, las cosas parece que volvieron a una cierta normalidad ( encuesta del domingo 8 de noviembre en El Mundo), pero éstas indican que la situación se encuentra en “un mírame y no me toques”. Es decir, que cualquier acontecimiento con repercusión mediática puede acabar por causar daños de difícil y larga reparación en el edificio Popular, cuya consecuencia más inmediata sería una desafección de parte de su electorado, que en la actualidad permanece unido por su animadversión a Zapatero y por la posibilidad de una victoria electoral. Pero la situación es delicada.

No es objeto de este análisis ahondar en las responsabilidades incurridas en el ámbito gubernamental al utilizar todos los resortes del Estado (Fiscalía, Policía, Sitel, etc.) para perseguir a un partido. Quede sin más constancia del hecho.

Desde el punto de vista de las consecuencias políticas nos parece que es más importante referirnos a los colaboradores necesarios, coguionistas y distribuidores de este grave episodio político, cuyas motivaciones últimas conviene indagar.

No hay nada novedoso que añadir del comportamiento de las televisiones públicas afines al Gobierno, ni de sus acérrimos defensores como el Grupo MEDIApro que han actuado al dictado (atención al señor Roures). Pero sí del Grupo Prisa, que ha tenido la exclusividad de las filtraciones del sumario en sus hechos más relevantes: aquellos en los que se contenían los ingredientes más ajustados a la finalidad de la historia que se estaba construyendo. Las buenas relaciones de este grupo con el ministro del Interior, y por añadidura con la Fiscalía, le han valido un papel preponderante e imprescindible en este asunto, yendo a degüello a través de El País y la Ser contra el Partido Popular y, sobre todo, manipulando la situación política, llevándola al terreno del enfrentamiento interno dentro del partido, debilitando el liderazgo de Rajoy y dejando ver, ladinamente, cuáles son sus preferencias en una posible sucesión.

La situación económica del Grupo Prisa, con 6.000 millones de deuda en su balance –es decir, más de lo que valdría si se produjera una liquidación de sus empresas– y al mismo tiempo el impulso y la creación desde el Gobierno Socialista de un grupo de comunicación alternativo competidor de Prisa y que tiene intención de romper el monopolio de ésta en la conformación de la opinión de la izquierda, no le deja ningún margen de maniobra, sino más bien le exige redoblar el esfuerzo cortesano en los aledaños del poder, en lo que tiene tanta experiencia. Tampoco puede olvidar cuál es el sesgo de sus lectores.

La manipulación de la información que de forma recurrente tiende a erosionar la posición política y la imagen de Esperanza Aguirre y ensalzar la de Alberto Ruiz-Gallardón es una constante estratégica del diario de la izquierda española, que esconde motivaciones muy claras y nunca benéficas.

Zapatero llegó al poder por el Grupo Prisa, que manipuló políticamente el atentado del 11-M y durante tres días, a través de las consignas de Rubalcaba, bombardeó la opinión pública española, convirtiendo el tiempo de reflexión en un plebiscito irreflexivo y furioso contra Aznar y la continuación del PP en el Gobierno. Sin duda, esperaban otro pago por los servicios prestados, pero Zapatero les volvió la espalda y propició MEDIAPro. Mariano Rajoy es una persona honesta, en el servicio público, en el servicio a España y a los demás.

PRISA no quiere, después de seis años de Zapatero –al que todavía deben seguir apoyando ante el peligro de ser mortalmente cortocicuitado en el ámbito financiero– correr el riesgo de que llegue al Gobierno alguien, no precisamente bien impresionado por la actuación del grupo y que, además, tiene a bien caracterizarse por ser soberanamente independiente.

El candidato de Prisa es alguien de la casa, es decir, Gallardón. El problema de Gallardón es que efectivamente está en el partido, lleva desde el AP de Fraga, que fue su mentor político, pero no es del PP. Su corazón (o sus corazonadas) y, sobre todo, sus intereses, están con los que teóricamente cortan el bacalao en este país, es decir, los grupos de interés, cuyo mascarón de proa es el Grupo Prisa. En numerosas ocasiones, Gallardón ha puesto por encima su persona y sus aspiraciones que el interés de su partido y, por lo tanto, de las ideas que le dan sentido y lo cohesionan. Su labor de gobierno no está en consonancia con los presupuestos básicos que sustentan las señas de identidad del PP.

La deuda del ayuntamiento es de 7.000 millones de euros, subida de impuestos desorbitada, obras mastodónticas sin planificación y que perjudican, sin explicaciones, al pequeño comercio, a los vecinos, etc. ¿Esta no es en gran parte la política que el PP critica del PSOE?

Gallardón sería el candidato de Prisa y de la constelación social de ese grupo. Pero no tiene apoyos en el partido, ninguno (bueno, sí, el de Fraga), porque su poder no emana ni se enraíza ni en las bases del partido ni en su estructura social y electoral básica. No parece probable que circunstancialmente pudiera recibir el apoyo, si se produjera un punto crítico en una crisis de partido, de los hombres grandes Ligas, precisamente porque se trataría de personas serias y razonables, que saben lo que eso significaría en el interior del partido. Ni siquiera en el caso de que el apetecible puesto de alcalde quedase vacante como consecuencia de una operación política de diseño, que teóricamente llevaría al desalojo del mismo por ascenso (algo así como si se tratase de un teorema político de Arquímedes). Asimismo, ha quedado rebasada por los acontecimientos la creencia, ahora que España se hunde y Gallardón sube los impuestos, de que Gallardón representa a la vanguardia progresista del partido y que por lo tanto añade votos por el centro al PP. Esto ya ha caducado. (La Gaceta)

1 comentario:

María dijo...

"El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia y la prédica a la envidia; su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria" Winston Churchill otra vez.