domingo, 26 de junio de 2011

MARTIN AMIS Y EL STALINISMO.

LÚCIDA CRÍTICA DE MARTIN AMIS AL ESTALINISMO
Los porqués de 'Koba el Temible'


FERNANDO PALMERO
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MADRID.- "¿Por qué?". La misma pregunta con la que Stéphane Courtois cierra 'El libro negro del comunismo' (Planeta, Madrid, 1998) es el origen de 'Koba el Temible. La risa y los veinte millones' (Anagrama, Barcelona, 2004), la nueva aportación autobiográfica de un autor, Martin Amis, que no deja de derrochar talento literario en todo lo que escribe desde que se dio a conocer con 'El libro de Rachel', premiada con el Somerset Maugham en 1973.
A medio camino entre el ensayo político, la novela y las memorias (que supondrían, en este caso, la continuación de 'Experiencia' -Anagrama, Barcelona, 2001-), 'Koba...' gira en torno a esa pregunta inicial que se hace el autor y que va dirigida a todo un siglo de cuya memoria también nosotros somos herederos: ¿por qué? ¿Por qué no existe sino indignación y estremecimiento ante lo que significan Dachau, Buchenwald o Auschwitz y, sin embargo, palabras como Slovki, Vorkutá o Kolymá no nos dicen absolutamente nada? ¿Por qué “todo el mundo ha oído hablar de Himmler y Eichmann” y “nadie sabe nada de Yeyov ni de Dzeryinski”?
Sin pretender erigirse en autoridad académica ni aportar material historiográfico que no se conociese ya, Amis traza un boceto de la geografía del terror estalinista compendiando (aunque no es éste un libro sólo de citas más o menos ordenadas o de referencias bibliográficas) textos como los Solzhenistsyn o Robert Conquest y relatos como los de Shalamov o Eugenia Ginzburg, entre muchos otros. Y lo hace con el estupor de quien no comprende por qué la mayor parte de los intelectuales europeos y americanos, desde los años 30 hasta hoy, cerró los ojos ante lo que estaba ocurriendo en uno de los regímenes más salvajemente brutales que haya conocido la humanidad.
"Hay varios nombres", continúa Amis, "para designar lo que ocurrió en Alemania y Polonia a principios de los años cuarenta: Holocausto, Shoá, Viento de la muerte (...) No hay nombres para designar lo que ocurrió en la Unión Soviética entre 1917 y 1935 (aunque los rusos, simbólicamente, hablan de 'Los Veinte Millones' y de la 'Stalinschina', la época de Stalin). ¿Cómo habría que llamarlo? ¿La Carnicería, el fratricidio, la Matanza del Espíritu? No. Llamémoslo 'Dsachtó'. Llamémoslo Por Qué”.
Propaganda
Pero este vacío léxico no es más que un vacío innoble en el recuerdo de lo que fue el siglo XX. Y no es casual. Es el resultado, entre otras cosas, de una compleja estrategia de propaganda organizada por los bolcheviques, con especial cuidado y dedicación, desde el instante mismo del triunfo de la Revolución de Octubre. Su objetivo: organizar a los intelectuales.
En 'El fin de la inocencia' (Tusquets, Barcelona, 1997), Stephen Koch explica en qué consistía esa red de información desplegada por todo el continente europeo y EEUU, que "controlaba periódicos y emisoras de radio, dirigía compañías de cine, creaba clubes de libros, tenía revistas, patrocinaba giras de publicidad, empleaba a periodistas y encargaba libros".
A Willy Münzenberg, el hombre que puso en marcha aquel emporio de 'agitprop', no le costó convencer a Stalin, aunque sí a Lenin en 1921, que lo aceptó a regañadientes por el odio que sentía hacia los "humanistas burgueses". El principio de Münzenberg era bien sencillo: "Debemos evitar ser una organización puramente comunista y atraer a la gente de buena voluntad". Y esta gente de buena voluntad, escritores, intelectuales, periodistas, actores, directores de cine... gente, en fin, famosa, prestigiosa e independiente se encargaría de propagar la idea de un rostro amable del régimen y asegurar al mundo entero que en la patria de los soviets todo iba bien y se estaba gestando la verdad de la Utopía. Algunos de estos prominentes hombres viajaron hasta la URSS para contarlo.
H.G. Wells entrevista a Stalin
Resulta ahora estremecedor leer la entrevista ('Las grandes entrevistas de la historia', Aguliar, Madrid, 1997) de H.G. Wells a Iósif Stalin, publicada en 'The New Statesman and Nation', el histórico semanario laborista de Londres, en octubre de 1934, cuando ya eran visibles los resultados de la colectivización llevada a cabo entre 1929 y 1933.
"En tanto que crimen contra la humanidad, eclipsa al Gran Terror", dice Amis, que recuerda que "Stalin mató alrededor de cuatro millones de niños durante la colectivización y arruinó al país para el resto del siglo". Sin embargo, Wells, tras la entrevista al tirano le comenta: "Aún no he podido apreciar lo que han hecho en su país, porque llegué ayer. Pero ya he tenido ocasión de ver rostros felices de hombres y mujeres saludables, y estoy convencido de que aquí está ocurriendo algo de proporciones muy considerables. El contraste con 1920 es sorprendente”.
Y sin embargo, esta complacencia no fue sólo producto de la propaganda, sino de la necesidad de identidad que toda vida que se quiere épica requiere para autoafirmarse. ¿Y quién no quiere estar siempre en el bando de los buenos? Amis cuenta cómo en 1941, cuando su padre, en cuya memoria está escrita la obra, se afilia al Partido al que será fiel durante 15 años, había ya más que indicios suficientes de lo que ocurría en la URSS: "En 1931 había protestas públicas en Occidente contra los campos de trabajo soviéticos. También había informes convincentes sobre el violento caos de la colectivización y sobre el hambre de 1933 (...) Y estaban los procesos de Moscú de 1936-1938, que se celebraron delante de periodistas e informadores extranjeros y que pudo seguir todo el mundo".
Y hay más: "Agosto de 1939: el pacto nazi-soviético. Septiembre de 1939: invasión-reparto nazi-soviético de Polonia (y otro pacto: el Tratado sobre Fronteras y amistad germano-soviético). Noviembre de 1939: anexión de Ucrania occidental y de Bielorrusia occidental. Junio de 1940: anexión de Moldavia y Bucovina. Agosto de 1940: anexión de Lituania, Letonia y Estonia, y asesinato de Trotski".
Estalinistas y fascistas
Su padre, como algunos otros, decidieron un día dejar de creerse la versión estalinista y pasaron, irremediablemente, a ser considerados fascistas. Como aún hoy es habitual escuchar en conversaciones entre gentes más o menos cultivadas para referirse a quienes hacen crítica del socialismo. Con tanta ignorancia como simplismo. Con tanta eficacia, por tanto. Como se ha calificado también al libro de Amis.
Porque es curioso que un libro que se limita a comentar parte del material ya publicado sobre la contribución sangrienta que ha significado el comunismo en la historia de la humanidad siga generando controversias ideológicas. De la misma forma que hay quienes niegan el Holocausto nazi y son considerados unos locos fanáticos o peligrosos, callar durante años lo que para la historia de la humanidad ha significado el comunismo es ponerse en el papel de estos fanáticos que siguen queriendo que la realidad no enturbie los placeres de un sueño que configura su identidad política y personal y que, según dicen, les mantiene unidos a la esperanza.
La función de la utopía
Tal es la función de la utopía: permitir soñar con la bondad del hombre, incluso cuando la historia ha demostrado ya lo contrario. Lo que ocurre es que muchos prefieren hacerse la pregunta de si ha sido el comunismo algo más que una increíble colección de crímenes o, fundamentalmente, un movimiento de lucha contra la liberación del hombre. Según el 'Libro negro...', la cifra total de muertos en regímenes comunistas a lo largo del siglo XX se acercaría a los 100 millones de personas: 20 millones en la URSS; 65 millones en China; un millón en Vietnam; dos millones en Corea del Norte; dos millones en Camboya; un millón en Europa Oriental; 150.000 en América Latina; 1,7 millones en África y 1,5 millones en Afganistán.
En el lenguaje de los medios, aún hoy, sigue teniendo más importancia el mito que las cifras, y no es extraño el uso de la palabra comunista con sentido absolutamente positivo cuando se quiere alabar de alguien su implicación en la lucha por la libertad. "Parece", viene a concluir Amis, "que 'Los Veinte Millones' no tendrán nunca la dignidad fúnebre del Holocausto. Esto no es, o no sólo es, una muestra de la asimetría de la tolerancia. No sería así si en la naturaleza del bolchevismo no hubiera algo que lo permitiera".
Quizá ese algo fue lo único que Hitler no pudo apropiarse. En sus conversaciones con Rauschning ('Hitler me dijo', Librería Hachette, Buenos Aires, 1940), el Führer no tiene dudas: "Aprendí mucho del marxismo, no tengo por qué ocultarlo. No hablo de esos fastidiosos capítulos sobre la teoría de las clases sociales o el materialismo histórico, ni de esa cosa absurda que llaman 'el límite del provecho' u otras pamplinas por el estilo. Lo interesante e instructivo en los marxistas, son sus métodos (...) Todo el nacionalsocialismo cabe en él. Fíjese usted: las sociedades obreras de gimnasia, las células de empresa, las demostraciones de masas. Todos esos nuevos medios de la lucha política han sido casi todos inventados por los marxistas. Me bastó apoderarme de ellos y desarrollarlos y así tengo ahora el instrumento que necesitábamos (...) Lo que queda del marxismo es la voluntad de construcción revolucionaria, que ya no ha menester de apoyarse en muletas ideológicas y que se forja un instrumento de poder implacable para imponerse a las masas populares y al mundo entero. De una teleología de base científica, sale así un verdadero movimiento revolucionario, provisto de todos los medios necesarios para la conquista del poder". (El Mundo)
   

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Martin Amis está en apuros. Aunque recibe grandes anticipos por sus libros, su popularidad está eclipsada por la de escritores como Irvine Welsh. Amis está, pues, bajo presión para maximizar su perfil mediático, su último recurso para mantener sus productos literarios en circulación. Por eso no resulta sorprendente que haya presentado su absurdamente tardía denuncia de Stalin como un rifirrafe con su “amigo” Christopher Hitchens: las riñas públicas han sido siempre muy populares en los diarios británicos. Como truco publicitario, esta maniobra ha funcionado lo suficientemente bien como para generar una amplia cobertura en prensa, pero el libro ha sido ridiculizado por los historiadores. Toda la pelea con Hitchens sirve para iluminar y oscurecer a un mismo tiempo ese curioso fenómeno de las celebridades, entendida como reificación de lo humano.
Stewart Home

Anónimo dijo...

Si la riña mediática entre Amis y Hitchens ha sido tan provechosa es por la poca intensidad del debate. Los asuntos en los que Amis y Hitchens están en desacuerdo son irrelevantes. Resultan mucho más importantes los puntos de vista que comparten y la manera en que se usan para manufacturar consenso en un pseudo-debate mediatizado. Hitchens escribe en su “réplica” a Koba publicada en The Athlantic Review (septiembre 2002): “En numerosos pasajes [Amis] sostiene, en ocasiones no con poca simpleza, que la ideología es hostil a la naturaleza humana, lo que implica que el socialismo teleológico fue en parte o completamente así. No vamos a discutirnos por ello. Corruptio optimi pessima: no puede concebirse mayor crueldad que la que practican aquellos que están seguros, o se les asegura, que están obrando bien. Sin embargo, uno puede llegar a semejante conclusión de una manera complaciente, o por lo que yo me atrevería a llamar de manera dialéctica. ¿Alguien puede creer que, de haber triunfado la revolución rusa de 1905, habría conducido directamente al gulag y a las colectivizaciones forzosas? La respuesta es, obviamente, que no. Semejante revolución podría incluso haber impedido la guerra en los Balcanes y la Primera Guerra Mundial. Los espíritus que animaron aquella revolución fueron Lenin y Trotsky, que fueron derrotados por las fuerzas de la autocracia zarista, la Iglesia Ortodoxa y el militarismo. Perdón, pero nadie puede molestarse mucho en argumentar convincentemente que el fascismo hubiera sido mejor de haberse dado las circunstancias propicias. Y no hubo disidentes en el Partido Nazi arriesgando sus vidas por la razón de que el Führer había traicionado la verdadera esencia del Nacional-Socialismo. Como Amis medio reconoce, en su cumplido en passant hacia mí, esa cuestión simplemente no viene al caso.”