viernes, 14 de octubre de 2011

EL OASIS APESTA





La iglesia y mi bandera







En la iglesia de cualquier pueblo de España está presente la bandera nacional este día a los pies de la Virgen del Pilar. No voy a armar un escándalo en la iglesia y menos en una ceremonia religiosa. Ni mi educación ni mi fe me lo permiten. Me levanto para marcharme, aunque antes le digo a esa voz destemplada: “Me encargaré de que este incidente se conozca en toda España”’.


Carmen Leal


Jueves, 13 de octubre de 2011
11:10 (LaVozdeBarcelona)









No lo podía creer, me estaban echando de la iglesia. ¿Por qué? Era el día de la Virgen del Pilar y Fiesta Nacional de España y yo llevaba una bandera española. Ocurrió así, este 12 de octubre de 2011. Es la Fiesta Nacional desde 1931. Iglesia del Pilar, en Barcelona, calle Casanova 175. En una especie de sótano o gruta muy amplia donde el 12 de octubre de cada año se celebra una misa baturra. Acude muchísima gente por las rondallas y las jotas que se cantan y bailan durante la ceremonia.






Hace años que acudo sola o acompañada a esta misa y siempre he llevado una bandera de España. En el trayecto desde mi casa a la iglesia me suelen obsequiar con algún exabrupto como “franquista” o “facha”, cosa habitual en Barcelona, ya que confunden la enseña nacional constitucional con una fidelidad hacia tiempos de la dictadura. Cosas de la poca cultura social y política que reciben en las escuelas los jóvenes de hoy en día. Hay también aplausos, claro, e incluso halagos. Como en los toros, división de opiniones.






Voy sola y llego cinco minutos antes a la iglesia que está a rebosar. La concelebración de la misa con un obispo de Perú le ha añadido a la ceremonia un plus de interés. Con la bandera española en el brazo izquierdo y sujetando los bordes, sin ondearla, casi pegada al vestido, no se percibe. Recorro la nave lateral derecha y, a continuación, la izquierda. No hay sitio. En la nave central ni soñarlo. Un señor ataviado con el cachirulo típico de Aragón se da cuenta de mi investigación. Hablamos, me pregunta de dónde soy, tiene amigos en mi pueblo e intenta buscarme una silla. “Ya no tiene usted edad de estar toda la misa de pie”, me dice.






Sigo buscando y me coloco al final, en el fondo de la iglesia. Atisbo en los últimos bancos un lugar. Me acerco y pido permiso a la señora para ocuparlo, “pase, lo guardaba para mi marido pero se retrasa, no viene”, me dice. “¿Le molesta a usted la bandera?”, le pregunto pensando en la incomodiad del mástil que apoyado en el suelo llega hasta el hombro. “En absoluto, señora, todos somos españoles”, me responde.






Ocupo el lugar y enseguida comienza la misa. Veo subir al altar a los sacerdotes y al obispo peruano, de blanco con la mitra y las ínfulas colgando por detrás. Suenan las guitarras y comienzan los cantos. Rememoro mi niñez, mis padres, mis abuelos, las fiestas familiares. De alguna manera, el roce de la bandera me acerca a ellos. La Nación une los muertos a los vivos, los que se han ido con los que han de venir, en un continuo.






El sacerdote manda sentarse, sigue la música y de repente una voz destemplada en tono bajo me saca de mi mundo interior y me dice: “No puede estar usted aquí”. ¿Qué? “Que no puede estar usted aquí, en la iglesia, con esa bandera?”. No había caído en la cuenta de que estaba en Barcelona y aquí no se toleran los símbolos de España. ¿Cómo que no? ¿Quién lo manda? “Son ordenes del obispo, señora”. ¿Me echan de la iglesia? “No, señora, a usted no. Es la bandera la que no puede estar en la iglesia”. No doy crédito a lo que esta sucediendo.






En la iglesia de cualquier pueblo de España está presente la bandera nacional este día a los pies de la Virgen del Pilar. No voy a armar un escándalo en la iglesia y menos en una ceremonia religiosa. Ni mi educación ni mi fe me lo permiten. Me levanto para marcharme, aunque antes le digo a esa voz destemplada: “Me encargaré de que este incidente se conozca en toda España”. En Barcelona, y por orden del obispo, a una señora con todos los años cumplidos le echan de una iglesia por el delito de llevar una bandera de España el día de la Hispanidad y de la Virgen del Pilar. El virus nacionalista ha llegado a intoxicar hasta al obispo de Barcelona.




Carmen Leal es profesora de Lengua y Literatura españolas

1 comentario:

Aurora dijo...

Esta es una de las ocasiones en que me avergüenzo de la Iglesia.

Lamento decirlo porque soy cristiana, y católica. Bueno, no soy una buena católica, pero no es culpa mía, son ellos, las autoridades de la Iglesia, quienes cada vez me apartan más de ella.

E insisto, son las autoridades. Me descubro ante tanto cura y tanta monja que han dedicado su vida a atender a los demás. Atención espiritual, atención física... se dejan la vida atendiendo enfermos, dando de comer a quienes sin ellos morirían de hambre... ¡Chapeau por ellos!

Pero esos obispos, catalanes y vascos, que olvidan el Evangelio y no son capaces de dejar que sea el César quien intervenga en los asuntos del César; esos que dicen ser "hombres de Dios" pero no se limitan a ocuparse de los asuntos de Dios... a esos me gustaría encontrármelos cara a cara algún día. Por lo menos me iban a oír.

...y espero que algún caiga sobre ellos la maldición del Evangelio, y piensen que más les hubiera valido colgarse al cuello una rueda de molino y tirarse al mar.