jueves, 15 de diciembre de 2011

EL LEGADO DE LA IZQUIERDA







LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA


El legado

Por Horacio Vázquez-Rial



El título no alude al espanto de lo que los socialistas dejan a deber, el sin-pa zapateril, sino a lo que cada uno de nosotros deja tras su paso por este valle de lágrimas. Por lo pronto, por lo que no hemos hecho, debemos 24.000 euros per cápita para la cuenta de 2012.






¿Somos responsables? Sí, aunque lo hayan hecho otros, porque lo permitimos. Porque en 2008, cuando ya era evidente el desastre, una mayoría de españoles volvió a elegir a este tipo que ahora dice –cumbre de buenismo– que su deseo más íntimo es que Rajoy sea bueno para España, frase propia de cualquier idiota de café pero no de un político que ha dirigido el Estado durante casi cuatro años.






¿Se sienten los españoles en general responsables de algo? Hay unos cuantos millones que han vuelto a votar al PSOE: esos no sólo no se sienten responsables, sino que piden más de lo mismo. Están, además, los que han votado a IU: el responsable, según ellos, es el capitalismo –si los apuran un poco, el de los judíos, porque, como decía Bebel, el antisemitismo es el socialismo de los imbéciles–. Están los nacionalistas periféricos, soberanistas, independentistas o jodiendistas (que son los que no quieren separarse de España pero piensan seguir jodiendo); esos no son responsables de nada: todo el mal, sin mezcla ninguna de bien, viene de Madrit. Están los votantes de UPyD, que tienen toda mi simpatía y a los que me encantará ver con grupo propio en el Congreso: no sé si se sienten responsables, dirán que no, porque estuvieron haciendo oposición, pero después de que su máxima dirigente pasara largos años en el PSOE y fuera elegida diputada por ese partido; no estoy seguro de que cumplan el requisito planteado por Bono, el de gritar "¡Viva España!" sin ruborizarse, aunque sean defensores, en principio, de la unidad nacional.






Desde que fui padre por primera vez me cuestiono si hice bien o mal al tener hijos –viejo dilema, expuesto ya por hijos del Imperio Romano cuando se hizo evidente que éste se hundía–, me asombro y me asusto del mundo en que los voy a dejar y los observo constantemente. Soy consciente de que aprenden de una manera distinta de aquella en que yo aprendí, y tal vez cosas distintas. Las que pueden servirles realmente, porque cada época produce, junto a sus toxinas, sus antídotos. Las fantasías son diferentes pero tienden a lo mismo: Superman y los nuevos héroes buscan justicia, de acuerdo con el mandato bíblico.






Nosotros creímos, bien o mal, por la vía cierta o por la de la experiencia, en la política. Lo cual no implica creer en los profesionales de la política: más bien al contrario, tratamos de hacer política desde donde estuviéramos, procuramos indicar a los profesionales los caminos éticos mediante el expediente de acompañarlos y, así, suponíamos, orientarlos. La desilusión fue grande al ver que, cada vez que alguno de ellos decía entender el mensaje, hacía exactamente lo opuesto a lo que se le había reclamado. Y sin embargo seguimos ahí hasta hoy mismo, aunque ahora nos movamos como en un campo de minas. De tanto en tanto –y no voy a precisar cuáles son las excepciones porque todos las conocemos– aparece un político que demuestra que ha entendido realmente el mensaje y actúa en consecuencia, pero comprobamos que el aparato no lo deja llegar hasta el corazón del poder, que hay mil y una triquiñuelas eficaces a la hora de dificultar una carrera. O cortarla sin más y mandar al prota al infierno del anonimato.






La clave está en por dónde empezó cada uno de nosotros. Podemos legar nuestra experiencia, pero se trata de una experiencia condicionada. Por los libros, los discursos, el cine, la música. He contado muchas veces que soy quien soy porque me crié en una casa con biblioteca y piano. Y teléfono. Y radio. Y televisión desde 1958, cuando yo tenía once años. Lo primero que podemos legar es, pues, aquello que condicionó nuestra experiencia. Me quedé admirado cuando mi hijo se adhirió sin reservas a Rocco y sus hermanos. A la estética y la ética de mi adolescencia. Y me tranquiliza ver que, así como Visconti entró en sus vidas, ni Rayuela ni Cien años de soledad han hecho mella en sus corazones.






Yo sólo dejaré palabras. En ellas y con ellas me he movido siempre. Pero las palabras sólo significan lo que cada uno quiere que signifiquen, si no es tan blando e inútil como para aceptar que signifiquen lo que quiere quien manda. Las de mi legado son palabras de hombre responsable: comprometido, se decía no hace mucho, y aunque eso siempre quería decir comprometido con la izquierda, es verdad que uno puede cambiar el sentido de la expresión: comprometido con la verdad, que no es de izquierdas pero tampoco de derechas. Está más cerca y más lejos. Y es más dolorosa pero más limpia.



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