sábado, 17 de diciembre de 2011

LA LEY DEL SILENCIO







LA LEY DEL SILENCIO.





REPARTO Marlon Brando, Eva Marie Saint, Karl Malden, Lee J. Cobb, Rod Steiger, Pat Henning, Leif Erickson, James Westerfield, John Heldabrand, Rudy Bond, Martin Balsam, John Hamilton PRODUCTORA Columbia Pictures. Productor: Sam Spiegel PREMIOS






1954: 8 Oscars, incluyendo película, director, actor (Brando), actriz sec. (Marie Saint)


1954: Globo de Oro: Mejor película: Drama


1957: Seminci: Espiga de Oro: Mejor película










Algunas interpretaciones de ‘La ley del silencio’ dicen que el director Elia Kazan intenta justificar, con esta película, su denuncia de compañeros de profesión ante el Comité de Actividades Antiamericanas. La tristemente famosa " caza de Brujas", promovida por el senador McCarthy. La interpretación se basa en que, en este drama cinematográfico se habla, entre otras cosas, de la delación.






Sin embargo, no me interesa el motivo concreto por el que Kazan hizo esta película. Puede que intentara justificarse, o puede que no. Pero no trato de juzgar a Kazan. Me interesa la película. Y lo que ésta dice y lo que sugiere.






Al argumento de la película es el siguiente:






La actividad de los estibadores de los muelles neoyorquinos está controlada por un mafioso llamado Johnny Friendly. Otro personaje es Terry Malloy, un ex-boxeador que trabaja para él y ha sido testigo y autor indirecto de alguna de sus fechorías. Pero cuando conoce a Edie Doyle, hermana de una víctima del mafioso Friendly, sufre una honda transformación moral que lo lleva a arrepentirse de su vida pasada. Por medio de Edie conoce al padre Barrie, quien anima a Terry para que acuda a los tribunales y cuente lo que sabe.






Como sabéis, no hay ninguna descripción que sea completa, auténtica y excluyente. La realidad, aunque sea en forma de película, es demasiado rica para ser contada de manera total y exhaustiva. Lo que siempre hacemos es destacar algunos aspectos de la realidad que consideramos relevantes. Por ejemplo, no me interesaré por los pantalones de Terry, o las faldas de Edie, porque no lo considero relevante. Sin embargo, también son parte de la realidad. De la realidad de la película que estoy comentando.






¿Qué me parece relevante de la película? Me parece relevante el miedo, el amor, la transformación moral que pueden sufrir las personas, el mal organizado y el valor. Entre otras cosas, porque podríamos hablar de los sindicatos. Pero no hay tiempo para analizar todas las cuestiones interesantes. Además, los sindicatos americanos nos caen algo lejos, y no son equiparables a los españoles. De los sindicatos españoles bastaría decir (creo que con la excepción de USO) que viven de la subvención pública y exhiben un penoso (y, a veces, violento) sectarismo de izquierdas. Dadas las limitaciones de tiempo, me centraré en el miedo y en el valor.






El miedo (aunque no hay un solo tipo de miedo) es una emoción caracterizada por un intenso sentimiento, normalmente desagradable, provocado por la percepción de un peligro, real o imaginado, presente, futuro, o pasado. El miedo es una emoción primaria que se deriva de la aversión natural de los seres humanos al riesgo o la amenaza, y se manifiesta también en los animales no humanos.






La máxima expresión del miedo es el terror. Haré dos comentarios al respecto. Uno hace referencia al dolor, vinculado al miedo, y otro al terror, como máxima expresión del miedo.






Jeremy Bentham, fundador del utilitarismo, un londinense a caballo entre el siglo XVIII y XIX, decía que ‘la naturaleza ha colocado al hombre bajo el gobierno de dos dueños soberanos, el dolor y el placer’ Lo que aquí interesa decir es que si, de manera natural, los seres humanos huimos del dolor, también huiremos del miedo, porque nos produce dolor, o angustia. Luego veremos diversas maneras de huir del miedo y si esta huida está siempre justificada. Dejemos dicho que lo más importante no es tener miedo sino la capacidad y la voluntad de superarlo.






Ahora digamos algo del terror. El terror tiene una clara dimensión política. Como el miedo. Fijémonos en unos pocos ejemplos. La Revolución francesa es conocida como el ‘Reinado del Terror’. Y esto sucede cuando los ideales emancipadores se sumergen en un baño de sangre. ¿Cuál era el objetivo del Terror Revolucionario? Destruir toda oposición, destruir toda alternativa, destruir el pasado. Y conseguir la obediencia absoluta.


Más modernamente, el nazismo también utilizó el terror para exterminar a los oponentes, en general, y a los judíos, en particular. Cámaras de gas, campos de exterminio. Algo similar sucedió con la experiencia comunista.


Los comunistas no solamente utilizaron el Gulag para aniquilar a los llamados ‘enemigos de clase’. Los procesos de Moscú, en la década de los años treinta, sirvieron para ejecutar y deportar a cientos de miles de comunistas, o simpatizantes.


Pero este objetivo de expandir el terror para conseguir la obediencia ciega y la aniquilación de la autonomía personal, podía compartirse con otros objetivos. Por ejemplo, disponer de mano de obra barata para extraer minerales, talar bosques o construir grandes obras de infraestructura para convertir a la Unión Soviética en una potencia mundial.


Pero hay algo más, en esta historia de crueldad y barbarie. Como nos dice Martin Amis, en ‘Koba el temible’, ¿Cómo es posible que la mayor parte de los intelectuales europeos y americanos, desde los años 30 hasta fechas recientes, cerrara los ojos ante lo que estaba ocurriendo en uno de los regímenes más salvajemente brutales que haya conocido la humanidad? Es decir, el totalitarismo comunista.


Aquí entra en juego el miedo. ¿Miedo, a qué? En el interior del paraíso comunista, miedo a ser eliminado. En Occidente, miedo a ser considerado un anticomunista. Recordemos que Jean Paul Sastre, desde su atalaya de intelectual comprometido, lanzó la frase: ‘un anticomunista es un perro’. En unos momentos en que la cultura de izquierdas dominaba los medios de difusión, las universidades y los centros de cultura, ser marginado por la intelectualidad comprometida (es decir, de izquierdas) era una especie de muerte cultural.


Recordemos, por ejemplo, lo que sucedió con Jean Paul Sartre y Albert Camus. Sartre, que se había convertido al Comunismo, decía a Camus (que militó en el PC pero lo abandonó a principios de los años cuarenta) que para revolucionar el orden de las sociedades humanas, era obligatorio que ellos, como intelectuales, se ensuciaran las manos. Camus le respondió que él no quería ser “ni víctima ni verdugo”, separándose así de la doctrina oficial soviética. A partir de este momento se produjo una campaña de desprestigio contra Camus, encabezada por Sartre y apoyada por la gran mayoría de la intelectualidad francesa. Camus se convirtió en un marginado ‘maldito’. Ahí tenemos un ejemplo. El miedo a ser marginado, excluido.


Volvamos a la película y luego nos acercaremos a nuestra realidad. La España de hoy. Como se ve en la película, al miedo que la mafia portuaria extiende sobre todos los que están relacionados con este mundo, tiene dos objetivos, ganar dinero y paralizar las conciencias. Esta congelación de las conciencias permite que se acepten comportamientos que, al menos en principio, repugnan. Por ejemplo, matar, dar palizas, cometer injusticias y otras fechorías. Pero todos, o casi todos, tienen miedo. Carecen del valor suficiente para rebelarse. Este es el objetivo central del mal organizado.


Sin embargo, la libertad y la dignidad, exigen, a veces, un precio que pagar. Con otras palabras, la libertad y la dignidad no son gratis. Y el que no es capaz de luchar por su libertad y su dignidad, cuando están amenazadas, se expone a perderlas. Y a mentirse como si no las estuviera perdiendo, si es incapaz de rebelarse. Recordemos lo que nos decía Cervantes por boca de Don Quijote:


“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.






Y con esto llegamos a nuestro presente. De este modo podremos, más fácilmente, mirarnos al espejo. Tenemos que preguntarnos, por ejemplo, si la restringida libertad que sufren los castellanohablantes en Cataluña y en otros sitios de España, las humillaciones que sufren, el recorte de derechos, y un largo etcétera, hubieran sido posibles sin interiorizar el miedo a ser tratados como ‘charnegos’, ‘forasteros’, ‘españolistas’ o ‘anticatalanes’. Hablo de la ley del silencio. De la nuestra. Por supuesto, hay una grave responsabilidad de los dos grandes partidos (cada uno con su respectiva cuota), pero no es el momento de referirme a ellos.


Y tampoco hablaré del otro gran ‘territorio comanche’, el País Vasco. Esto exigiría otra charla. Ahí es nada. Casi mil muertos, asesinados por ETA, con la ayuda de sus terminales. Asesinatos, secuestros, palizas, guardaespaldas, miedo, y un largo etcétera. Pero esta vez me ceñiré al oasis catalán.


Me refiero, pues, a la ley del silencio que nos sugiere mirar hacia otro lado. La que facilita el autoengaño. La que nos empuja a asimilar el lenguaje y los modos del opresor. Como si no pasara nada.


Pero es cierto, el nacionalismo ha convertido la crítica y la disidencia en patología. De forma parecida al comunismo. Recordemos que las críticas al comunismo eran vistas como expresión de enfermedad mental. De ahí que los críticos fueran encerrados en hospitales psiquiátricos. En el oasis catalán, no se encierra en psiquiátricos al disidente, pero nadie quiere estar enfermo, ni ser señalado con el dedo como ‘anticatalán’. Y por eso no dice lo que no hay que decir. Se mimetiza con el paisaje nacionalista.






El acoso moral de los nacionalistas, con la ayuda de los medios de difusión subvencionados y los centros educativos manipulados, hacen mella en las defensas de los humillados. Y éstos, suelen disimular la humillación, hasta ponerse de parte de los verdugos. Por ejemplo, se excusan por no hablar catalán. Porque tienen miedo. Por ellos y por sus hijos. Quieren integrarse a marchas forzadas. O sea, desaparecer como murcianos o andaluces, para convertirse en catalanes. Catalanes de segunda, por supuesto. Salvo excepciones, como el bachiller Montilla.


Y los catalanistas le dicen al ‘charnego’: ‘el catalán desaparecerá en pocas décadas por culpa del castellano’. Y el ‘charnego’ asume una culpabilidad que no le corresponde. Y procura no ser visto como un ‘charnego’. Y aprende rápido los mensajes explícitos e implícitos. Resumiendo: no hay que decir ‘España’ sino Estado español; Cataluña no es una Comunidad Autónoma, sino una Nación. Es bueno que te vean comprando un libro y una rosa el día de Sant Jordi; en ciertos ambientes, no hay que hablar el español, la lengua de Franco. Y un largo etcétera.






Luego vendrán otras consignas que un buen ‘charnego’ tiene que aceptar, como: ‘Madrit nos roba’, o el tristemente famoso, ‘Me cago en la puta España’, que pronunció el rufián Rubianes en TV3, con las risas periféricas del respetable público y del periodista de turno.


Y la manifestación posterior de las Juventudes del PSC (un partido catalanista más del Oasis), en la que estuvo la Carmen Chacón, Ministra del Gobierno Español, con un sweter que decía: ‘Todos somos Rubianes’. Todos los que son como ella, entendámonos. Pero un buen ‘charnego’ tiene que sonreír, o aplaudir, ante estas manifestaciones de catalanidad.


Ahora bien, en última instancia, las personas son libres y por tanto responsables, para decidir su propio destino. Algunas deciden ser ovejas en vez de ciudadanos, y se arremolinan en la masa indiferenciada de la tribu. Es nuestra ley del silencio. Dejar que siga mandando sobre nuestras vidas, depende de ti, depende de mí, depende de nosotros, y de ellos.


Hay un matiz importante que no quiero pasar por alto. No es lo mismo realizar un acto moral que un acto supererogatorio. Los actos morales son debidos, si alguien pretende ser un sujeto moral. En cambio, los actos supererogatorios son los propios de héroes y de santos. No son moralmente debidos. Por ejemplo, si vemos una casa en llamas y entramos para salvar a alguien, poniendo en riesgo nuestra vida, no estamos realizando un acto moral (que es debido) sino un acto supererogatorio, que no es moralmente debido. Con independencia de que pueda haber casos fronterizos, entre los actos morales y los supererogatorios, en los que pueda haber dudas. Por cierto, las dudas son inevitables en el mundo de la acción humana y de ahí la existencia de problemas morales, o de otro tipo.


Termino con unas palabras de don Francisco de Quevedo, que no pasan de moda:


"No he de callar por más que con el dedo,


ya tocando la boca o ya la frente,


silencio avises o amenaces miedo.




¿No ha de haber un espíritu valiente?


¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?


¿Nunca se ha de decir lo que se siente?"






Sebastián Urbina.

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Esta charla, y posterior coloquio, tuvo lugar en el local de UPyD en Palma de Mallorca. Arturo Muñoz, destacado militante, excelente profesor y amigo mío (se nota en sus comentarios) hizo la siguiente reseña del acto.




Una vez más, el segundo cinefórum de UPyD contó con la presencia del Doctor en Filosofía del Derecho, Sebastián Urbina. Es para nosotros un verdadero lujo contar con su colaboración. Tanto en la ponencia inicial, como en el coloquio, Sebastián Urbina trató los aspectos éticos, políticos, jurídicos, e incluso psicológicos, de un gran clásico del cine como es La ley del silencio (On the waterfront, 1954). La fusión de imagen y reflexión fue de gran provecho.



Mucho más allá del contexto en el que Elia Kazan la dirigió –lo ocurrido entre él y otros directores de cine a causa del Senador Mcarthy- Sebastián Urbina analizó los verdaderos motivos por los que se trata de una película inolvidable. Partiendo de la sentencia de Jeremy Bentham -la naturaleza del hombre se guía por dos soberanos, el placer y el dolor- Urbina incluyó en el segundo el miedo, la aversión al riesgo, y la parálisis moral e intelectual de quienes ceden a la coacción en sus diversos grados y modalidades.

 Destacó los modos característicos de las ideologías totalitarias, que inducen al disidente a la impotencia, convirtiendo la discrepancia en patología o en tema tabú, o mancillándola ante la opinión pública. Citó el caso de Sartre y Camus; éste manifestó su rechazo del comunismo al conocerse la realidad del estalinismo, mientras el primero optó por dar la espalda a los hechos. Y señaló que intelectuales y docentes del panorama español no están exentos de incurrir en esta conducta.


El Dr.Urbina distinguió entre actos morales y actos heroicos. A nadie se le puede exigir convertirse en un héroe, pero la moralidad es debida, pues se basa en lo más esencial del hombre, es decir, la libertad de escoger cómo comportarse. Eso es precisamente lo que abre la puerta a una acción distinta al mero acto reflejo o instinto estereotipado. La consecuencia de la libertad es que nos hace responsables de nuestros actos. De ahí que existan leyes, normas y principios éticos para orientar la conducta, pues sin la condición previa de la libertad, no tendrían sentido alguno.


La prudencia, el silencio y el miedo son humanamente comprensibles –sobre todo cuando se tiene algo que perder- pero ser moral implica meterse en líos, implicarse y complicarse la existencia frente a la injusticia, la mentira y la coacción. Lo contrario es lo opuesto a ser humano en el sentido estricto de la expresión. De ahí que sobreponerse al miedo sea el síntoma que convierte a la víctima en el azote de sus verdugos, y es la base a partir de la cual afrontar la coacción, como es el caso del personaje de Marlon Brando contra un insuperable Lee J. Cobb.


El Profesor Urbina publicará próximamente un libro titulado “Escribir nuestro tiempo”.











6 comentarios:

María dijo...

Y fue un lujo escucharles a los dos ;)

Anónimo dijo...

Magnífico artículo el de la ley del silencio.
Los sindicatos en España son delincuentes: todos sabemos como sabotean en tiempo de huelga: nadie puede negar esa evidencia.

Sebastián Urbina dijo...

Muchas gracias. Estas cosas animan a seguir...

Anónimo dijo...

Mi reconocimiento hacia usted, don Sebastian, y todos -pocos- los que se manifiestan de manera publica contra el poder establecido, máxime cuando ese pder es injusto e inmoral como aquí ocurre. Lo fácil, que es lo que hace la mayoría, es hacer como que nada ocurre o no darse, o querer darse, por enterado pues ya sabemos que hay verdades incomodas en todos los ordenes de la vida.

Y ya que comenta lo del cine para ilustrar una situación, recuerdo una película "La caja de música", creo que se llamaba, que refleja bastante bien lo que comento. Lo de las verdades incomodas y lo difícil que es asumir la verdad, sobretodo cuando esa verdad nos afecta personalmente o va en contra de lo que hemos creído siempre. No todos, ni mucho menos, se atreven a dar ese paso, a muchos les es mas fácil, como vemos todos los días, seguir viviendo -al menos aparentemente- en la mentira que afrontar este tipo de cuestiones. Solo los mas honestos y valientes son capaces de esto.

Escéptico

María dijo...

No nos puede dejar huérfanos, Sebastián. No se lo permtiríamos ;)

Sebastián Urbina dijo...

Bueno, con estos amigos soy capaz de iniciar la guerra de las Gallias.

Muchas gracias y un abrazo.