miércoles, 18 de julio de 2012

EL MITO DE LA AUTODETERMINACIÓN




 




EL MITO DE LA AUTODETERMINACIÓN.

Evidentemente no puede hablarse de la autodeterminación como un verdadero derecho, pues el mismo no está reconocido en el ordenamiento constitucional, y así, sabemos, lo más que puede presentarse es como pretensión amparada por la libertad de expresión o el derecho de participación. 


Ocurre asimismo que las credenciales democráticas de la autodeterminación son más bien escasas en la medida en que su solicitud debilita la condición del Estado que necesita para cumplir adecuadamente sus funciones, a saber, la garantía de la paz y la protección de los derechos fundamentales de los ciudadanos, de un horizonte de estabilidad y firmeza que el cuestionamiento autodeterminista hace peligrar.



Hay otro argumento contra la autodeterminación todavía a utilizar que apunta a la debilidad de sus propios supuestos intelectuales. Mientras, por ejemplo, el federalismo remite a una idea política de considerable complejidad y artificio, y supone una construcción mental llamativa por su riqueza y equilibrio, pues aspira a compatibilizar la unidad y pluralismo políticos , conjugando a la vez integración y autonomía, la autodeterminación es un concepto extraordinariamente simple, reducido al atractivo de una solución única e inexorable de los problemas de la comunidad, en realidad exclusivamente dependientes de la traba del yugo extranjero del que hay que liberarse por encima de todo. 



La elementariedad de la autodeterminación radica en su condición de mito. Se trata por tanto antes que de un concepto ideado para comprender o explicar la realidad, de una referencia mental que debido a su simplicidad resulta adecuada para la movilización y el enganche masivos. El capital político del mito autodetermista, depende de su sencillez comprensiva: hay una causa, o mejor un culpable, de los problemas políticos de la comunidad.  


Nuestra infelicidad, la situación de atraso, marginación o retardo económico o social en que nos encontramos , se debe a un único factor, que explica todo y cuya remoción es la condición necesaria y suficiente de nuestra superación o desarrollo. En un segundo paso, habrá que convocar a la comunidad, a la nación, a un acto del que depende el futuro que nos merecemos para abandonar el Estado que no queremos y cuya pertenencia nos oprime. 


La autodeterminación es la puerta a la independencia, que nos dejará ser como somos y, solos, construir nuestra propia felicidad política.

Quizás en el mundo tan intercomunicado en que nos encontramos la elementariedad de la trama autodeterminista no se asuma con claridad. Seguro que ningún nacionalista vasco suscribe en su integridad las tesis sabinianas que , a finales del siglo XIX , atribuían al contagio españolista la postración de Euzkadi. Pero hoy no es difícil escuchar simplezas sobre el expolio fiscal español, o sobre la tierra de riqueza y prosperidad, maná y leche, que espera a quienes abandonen la nave en el naufragio del Estado español. 


A veces y como corresponde a un pensamiento de la debilidad intelectual de los planteamientos autodeterministas se añaden al discurso argumentos próximos al racismo y el decisionismo. Desde luego, antes de nada, los que no somos nosotros y no nos dejan ser nosotros, por supuesto son menos que nosotros. Al nacionalismo acecha una pendiente peligrosa que es la de la descalificación, saltando de la autoestima al desprecio a lo diferente, conjugando el narcisismo con la descalificación de los demás. 


Recuerdo otro artículo reciente más en La Vanguardia en el que su autora, cuyo nombre no mencionaré, penosamente volvía sobre tópicos andaluces bordeando el límite prohibido. Hay, asimismo, una creencia irracional en la naturaleza salvífica de la decisión, cuando la autodeterminación liberadora permita la recuperación auténtica de la identidad secuestrada. ¿No es ilógico pensar que nuestro futuro depende del gran día de la autodeterminación, cuando nazcamos de nuevo, configurando sin trabas nuestro porvenir político?


Ocurre entonces que el nacionalismo es un constructo ideológico complicado. Debe al liberalismo un impulso creador indudable al aplicar a la colectividad las potencialidades del individuo y al transferir al pueblo el ideal de la autonomía.


 Pero la autodeterminación, como momento de la verdad de la nación, si no estamos hablando de los supuestos coloniales, remite a un horizonte mental mítico en el que el pensamiento retrocede a estadios claramente anteriores a la Ilustración, y reaccionarios por tanto, con los que asociamos correctamente a la ideología nacionalista. 
(Juan José Solozábal/El Imparcial)

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