martes, 7 de agosto de 2012

EL NEOLIBERALISMO NO ES PECADO




 EL NEOLIBERALISMO NO ES PECADO.
 



EL NEOLIBERALISMO QUE NOS INVADE.
El catedrático de Sociología, Ignacio Sotelo, dice en El País: ‘uno no sale de su
asombro al comprobar que el PP, proponiendo más de lo mismo, no haya
logrado desprenderse ni un ápice del neoliberalismo que nos ha llevado
al desastre... el PP sigue confiando en el mercado sin plantear
siquiera la cuestión clave, qué política económica habría que poner en
marcha para cambiar el modelo productivo’.
Veamos más de cerca estos ‘asombros’.

Guy Sorman dice que la URSS se desmoronó porque el sistema económico socialista no era viable. Desde entonces, solamente hay una economía, la economía de mercado, la economía liberal. No hay alternativa. Al menos de momento.

Hoy está reconocido que la política económica (New Deal) de Roosvelt en los años treinta, agravó la crisis. Hizo lo que tanto gusta a la izquierda, intervenir. Ayudó a las empresas con problemas, las empresas improductivas recibieron dinero público, lo que dificultó la competencia y la innovación, retrasando la recuperación. Salvando las distancias, en la crisis económica mundial de 1973 se siguió con las medidas keynesianas intervencionistas. Pero tampoco funcionaron.

Johan Norberg dice que la creciente prosperidad del planeta se debe al capitalismo. Un estudio acerca de la política comercial de 117 países entre 1970 y 1989 demuestra que con políticas librecambistas el crecimiento era entres tres y seis veces superior al de los Estados proteccionistas.

Xavier Sala nos dice que la historia nos da ejemplos de la superioridad de las economías de libre mercado sobre las economías planificadas. Es el caso de Alemania Federal frente a la llamada República Democrática Alemana, o el de Corea del Sur, con una renta catorce veces superior a la de Corea del Norte. O Hong Kong, Singapur, Taiwán y un largo etcétera.

Carlos Rodríguez Braun dice que la percepción exclusivamente asignativa del mercado (como asignador de recursos) oculta su eficacia fundamental en el descubrimiento de recursos, el intercambio y la creación de riqueza. O sea, los menos favorecidos tienen en el mercado una buena oportunidad para dejar de serlo. Aunque la llamada cultura del subsidio proclama lo contrario. Hablando de subsidios, recordemos que algunos grupos de presión (los buscadores de rentas) tratan de identificar sus particulares intereses (que pagamos todos) con el interés general.

¿Y qué sucede con el origen de la crisis económica actual que, según Ignacio Sotelo, es responsabilidad del neoliberalismo?

Según parece, tanto la administración Clinton como la administración Bush presionaron a Fannie Mae y Freddie Mac (entidades esponsorizadas
por el gobierno) para que expandieran sus créditos a familias de renta baja, aunque esto supusiera entrar en el mercado subprime, el de las famosas hipotecas. Como dice Juan Ramón Rallo, después del 11 de Septiembre, la Reserva Federal de EEUU comenzó a inflar la oferta crediticia para tratar de impedir una crisis económica. Los bajos tipos de interés, que llegaron a situarse en el 1% durante 2003, favorecieron que los bancos comerciales y otros agentes financieros tuvieran tanto numerario como para prestar incluso a individuos de escasa reputación y solvencia (subprime).

Milton Friedman recordaba que F. Hayek tenía razón al insistir en que las causas de la crisis, el paro, la inflación y la depresión debían ser rastreadas en los sistemas públicos intervencionistas y no en el mercado libre... Uno de sus mayores aciertos fue advertirnos contra la tentación de buscar fundamentalmente el atajo político en la lucha por la libertad. Atajo estéril y peligroso porque, como muy bien escribió, ese es el mundo de los socialistas de todos los partidos. Pues bien, el ‘socialismo de todos los partidos’, el intervencionismo, es una enfermedad que también afectó a la Administración Bush y Carter. No sólo a la de Clinton. Ahí estaría el origen de la crisis y no en el neoliberalismo.


Ignacio Sotelo critica al PP que siga creyendo en el mercado. Esto nos empuja a la siguiente pregunta. ¿Y si no confiamos en el mercado, en qué? A menos que confiemos en la bondad natural de las personas para organizar la economía, tendremos que apelar al Estado. Es típico de la izquierda. Una tramposa manera de afrontar el problema es la de comparar una realidad (la economía de mercado actual) con una idealidad (una sociedad utópica de izquierdas). Por supuesto, siempre gana la idealidad. Sin embargo, para no hacer trampas hay que bajar de la nube y comparar dos realidades. ¿Cuál es el modelo productivo alternativo a la economía de mercado? No lo hay.


La visión de la izquierda y de Sotelo, es la de un capitalismo ‘salvaje’ (el capitalismo siempre es ‘salvaje’; en otro caso, no es capitalismo) que nos lleva al desastre y que sólo el socialismo ‘civilizado’ (el socialismo siempre es civilizado; en otro caso, no es socialismo) nos lleva a la felicidad colectiva. Pero hay que rechazar esta simplona visión izquierdista, así como la propuesta, explícita o implícita, de más Estado. Se han dado cuenta, incluso en Suecia, el modelo a imitar por todos los socialdemócratas del mundo. Han tenido que adelgazar el llamado Estado del Bienestar para que pueda subsistir. Por no hablar del fracaso del ‘socialismo realmente existente’.


En fin, a la izquierda y a Sotelo les encanta lo público, que supone coacción. ¿Cómo? ¿Por qué coacción? Una vez que nos hemos desprendido de la idea de una posible y deseable ‘moral cálida’, propia de las sociedades primitivas, se entiende con claridad que, en nuestras sociedades extensas, aplicar esta moral cálida implica utilizar la coacción. ¿Por qué? Porque los fuertes lazos solidarios, propios de las sociedades tribales, no existen en las sociedades extensas actuales, salvo en la familia y la amistad íntima. Y claro, hay que imponer por decreto ‘la moral cálida’, la bondad, la solidaridad.


Frente a la visión constructivista y diseñadora de la izquierda, hay que recordar que el mercado, el dinero o el lenguaje, por ejemplo, son subproductos. Es decir, son órdenes espontáneos. Y lo mejor que pueden hacer los izquierdistas (y asimilados) es no meter las manos. Una vez más, la izquierda incurre en La fatal arrogancia. Como nos dice F. Hayek, un grupo de hombres inteligentes cree que pueden diseñar una economía o una sociedad mejor de lo que lo harían las aparentemente caóticas interacciones de millones de individuos.


¿Es que acaso el capitalismo no necesita el Estado de Derecho? El mejor capitalismo (ya que el capitalismo puede subsistir sin democracia) es el que se apoya en instituciones democráticas que garantizan la propiedad privada, la seguridad jurídica y los derechos individuales. Pero no se trata de más gobierno o de más Estado. Al contrario, se trata de gobiernos más pequeños, eficaces y controlados. O sea, confianza en la sociedad civil, en el individuo y su libertad, más que en Papá-Estado y sus burócratas.


Sebastián Urbina.
 (Reposición)

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