domingo, 4 de agosto de 2013

EL DESIERTO VERDE.

 (Lo que ven en la foto es un juego de niños comparado con el proyecto que pueden leer, más abajo. Algo maravilloso, milagroso.)





Un sol abrasador y temperaturas alcanzando los 50 grados en verano, sumados a la hostilidad de un ambiente árido y seco, hace difícil (o imposible) creer en la posibilidad de un «vergel» en medio de tanta inclemencia. La imagen mental de un desierto no suele asociarse con un ambiente fresco, dominado por árboles frondosos regalando frutos. Sin embargo, lo que parece un cuento de ciencia ficción es una realidad. 

Poblar un desierto de plantas es lo que se han propuesto los creadores del llamado Sahara Forest Project, una empresa noruega que no duda en reconocer que esta idea parece un sueño o que parece «demasiado buena para ser real». Parten de una premisa sencilla consistente en utilizar aquello que se tiene en cantidad como es el desierto (aridez, sol), dióxido de carbono (CO2) y sobre todo, la estrella de esta fascinante historia: agua salada; para obtener así: agua dulce, energía limpia y una producción sostenible de alimentos.

El mar es el protagonista de este colosal proyecto que pretende hacer frente a nada menos que la escasez de alimentos; el aumento en el consumo de energía; la escasez de agua; el cambio climático y la desertificación. Para ello, cuentan con tres tecnologías claves. Energía solar, técnicamente denominada energía de concentración solar (CSP, de sus siglas en inglés) que aporta calor y electricidad a todo el sistema a través de unos espejos que concentran y reflejan la luz del sol.

Revegetación del desierto

En segundo lugar, los singulares invernaderos de agua salada, donde el agua de mar es evaporada aportando la humedad y el refrigeramiento necesarios para un cultivo de alta calidad incluso en condiciones desérticas, y que puede ofrecer tomates, pepinos, pimientos y también flores recién salidos del «horno desértico». Por último, se cuenta con una serie de tecnologías para la revegetación del desierto, como los llamados «setos evaporadores», que protegen y humeden las plantaciones al aire libre además de preparar la sal para su comercialización.

Estas y otras tecnologías, hacen de este proyecto uno de los más ambiciosos de origen a fin, en infraestructura y sobre todo, en cuanto a objetivos. De hecho, se pretende exportar a todos los desiertos del mundo. Solo basta contar con zonas de altas temperaturas, áridas, de muy baja humedad, con terrenos bajos y distancia del mar que tengan una pequeña actividad agrícola o vegetación natural.

Pero los beneficios (o las intenciones) no se quedan ahí. Como se pretenden aprovechar al máximo todos los recursos implicados, aparte de comercializar sal, se aprovecha el agua, antes de convertirse en dulce, para cultivos de plantas tolerantes a la salinidad (halófitas). Y por si esto fuera de poco, un espacio para las algas, que es una de las fuentes más prometedoras de bioenergía y nutrientes.

Crear empleo en el desierto

Aún así, es importante conocer los efectos que tendrá sobre la población. Para empezar, con una estimación anual de 720.000 pepinos durante 10 años, el coste de los mismos rondaría los 75 céntimos y actualmente en el mercado cuesta la mitad. Pero con un proyecto de esta envergadura se trata de pensar a gran escala. Se pretende no solo generar grandes cambios sino también introducir mejoras en la comunidad creando empleo. Una instalación tipo que contaría con 50 megavatios de energía solar concentrada; 50 hectáreas de invernaderos de agua salada, podría producir anualmente 34.000 toneladas de vegetales, emplear a más de 800 personas, exportar 155 GWh de electricidad y capturar más de 8250 toneladas de dióxido de carbono.

Absorber CO2 para frenar el cambio climático, es también el objetivo de un proyecto alemán. Investigadores de la Universidad Hohenheim en Stuttgart han desarrollado una técnica, denominada «Carbon farming», que consiste en plantar a gran escala, en zonas áridas y secas (desiertos, una vez más) la llamada «Jatropha curcas», una planta oleaginosa que consideran la más idónea para capturar CO2. «Hemos propuesto plantar árboles y cambiar el medio ambiente. La captura de CO2 en nuestro proyecto no vuelve a la atmósfera sino que queda almacenado en las plantas durante 20 años. Proponemos una captura real del CO2. Y cambiaremos las concentraciones del mismo en la atmósfera de manera considerable», afirma Klaus Becker, autor del estudio y profesor de la Universidad Hohenheim en Stuttgart.

Aunque uno de los lugares preferidos para esta técnica son los Emiratos Árabes países como Namibia o Angola son también buenos para el objetivo», comenta Becker. De momento, se ha probado, y lo que es importante, ha funcionado en Luxor (Egipto), Madagascar y la India. El sistema es parecido al de Qatar aunque menos complejo y con el añadido de que con las semillas de esta planta se obtiene biodiésel. Según los investigadores, una hectárea de Jatropha puede capturar hasta 25 toneladas de dióxido de carbono atmosférico por año, durante un periodo de 20 años. «Somos capaces de cambiar el clima regional si plantamos los árboles adecuados en los lugares adecuados», concluyó el profesor.

Almería, el desierto español

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