sábado, 21 de septiembre de 2013

SINVERGÜENZAS. CAT

 

 

 (Los que, como muchos socialistas y no pocos peperos (con sus respectivos compañeros de viaje), siguen con la idiotez de 'buscar un encaje de Cataluña en España', son tan miserables como los propios separatistas catalanes. ¡Ya basta de comedias! ¡Estamos ante una tragicomedia! 

Sólo espero que esta penosa e ilegal vía al esperpento- parecida a la de la Primera República- sea pacífica.)

 

QUÉ HACER CON EL PROBLEMA CATALÁN?

Como cada año por estas fechas, el Madrid con mando en plaza se despierta por unas horas de la siesta para entregarse al preceptivo alarde patriotero que suele suceder a la llamada Diada.

Rutinario humo de pajas en el que, entre aspavientos y miasmas, se dan en exigir urgentes soluciones a un problema, el catalán, que ese mismo Madrid de los dontancredos ha dejado pudrir durante cuarenta años. Y entre la hojarasca de retórica huera destacan dos falacias recurrentes. La primera es el supuesto implícito de que todo conflicto tiene que tener solución. La segunda, el a priori cínico de que el asunto se podría resolver echando mano de la cartera y soltándole unas monedillas a Artur Mas.

Testimonio ambas de una de las grandes lacras de la España contemporánea: la profunda ignorancia histórica de sus clases dirigentes. Porque muchas disputas políticas, simplemente, no tienen solución. Sin ir más lejos, la crónica de los últimos dos siglos en Occidente no es más que la narración del choque entre dos valores absolutos incompatibles entre sí: la libertad y la igualdad.

Y los nacionalismos, todos, forman parte de ese mismo callejón sin salida intelectual. El nacionalismo es una enfermedad moral que no posee cura. La empecinada obsesión de no querer admitir esa evidencia remite a una fantasía pueril, a saber, la quimera de que sería posible viajar en el tiempo hasta el siglo XIX y extirpar el germen separatista que entonces se inoculó en la cultura cívica catalana. Pero la Historia no tiene marcha atrás. El vacío de la labor nacionalizadora que aquellos ilustres irresponsables de la Restauración no supieron hacer es nuestra penitencia.

En eso, tenía razón Ortega. Con los micronacionalismos únicamente cabe la conllevancia, tratar de paliar los estragos más virulentos de un mal que hay que saber crónico. En cuanto a lo otro, dan ganas de parafrasear a Clinton, de gritar "¡No es la economía, estúpidos!". Porque nunca falta algún progresista mesetario presto a ofrecer una tercera vía equidistante entre el acatamiento a las leyes y la sedición.

Ni respeto por el Estado de Derecho, pues, ni tampoco apoyo expreso a la sublevación. He ahí el justo medio aristotélico donde se siente cómodo el PSOE poszapateril. La clave del famoso "encaje", predican, consistiría en otorgar un regalo vitalicio a los catalanes. Un regalo en metálico, huelga decir. Cataluña ha de ser primada sobre –y contra– todos los demás. Tediosa cantinela biempensante que solo olvida lo fundamental, esto es, que la almendra del nacionalismo nada tiene que ver con la economía. Québec era separatista siendo la región más pobre de Canadá. Y sigue siendo separatista ahora, pese a representar el segundo territorio de la Federación por nivel de renta.

 Eslovaquia era un mísero campo de patatas antes de romper con la mucho más próspera República Checa. Y hoy continúa siendo un mísero campo de patatas, pero henchido de orgullo por su flamante soberanía nacional. Por el contrario, en Baleares, la comunidad española con un déficit fiscal más acusado (un 14,2% de su PIB), el independentismo criptocatalanista jamás ha salido de la marginalidad.

Porque el nacionalismo no es un problema contable, por mucho que se empeñen en decir lo contrario los filisteos de turno. Con cupo fiscal o sin cupo fiscal, los catalanistas seguirán minando la soberanía española sin tregua. ¿Qué hacer, entonces? Lo primero, sin duda, superar el miedo, ya crónico en la derecha democrática española, a ser tildados de neofranquistas. 

 Ese pánico paralizante que les inhabilita para afrontar una política cultural activa en defensa de principio constitucional tan básico como el de la indisoluble unidad nacional. La Kulturkampf debiera ser una obligación para los poderes públicos.

Lo segundo, en fin, algo tan simple como que el Estado esté. Que se perciba su existencia en la vida cotidiana de los siete millones de catalanes para los que ahora resulta invisible. Desde las patrullas de los coches de la Policía Nacional (a estas horas, ocultos en los garajes), hasta la televisión y radio estatales, esos melifluos apéndices vergonzantes de TV3. Que hay un cincuenta por ciento de separatistas, dicen las encuestas oficiosas. Y lo raro es que solo haya un cincuenta por ciento, tal como es esa tropa. Los de la siesta.
 (José Garcia Domínguez/ld).

 

 

 xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

 

La vía catalana y la impunidad


La sociedad nacionalista de Cataluña ha entrado en una espiral de ficción tan irracional que la realidad es lo único que no importa. La entrega apasionada al sueño de la independencia lo inunda todo. Ya no cuentan los hechos, ni las consecuencias. Están entregados a una pasión poseídos por los efluvios de la tierra prometida. Por fin ricos y libres. Nada es racional, ni tiene medida, la euforia lo inunda todo. Es como si hubieran caído en esos momentos mágicos de la celebración de un gol. Todos se abrazan, beben y ríen encantados de haberse conocido. Es la fuerza que da el número. Y la obscenidad.

El mismo día en que la Comisión Europea, por boca de su vicepresidente, Joaquín Almunia, y su portavoz, Jaume Duch, dejó sentado que, en caso de secesión, Cataluña quedaría automáticamente fuera de Europa, Oriol Junqueras y Francesc Homs declaraban sin inmutarse que eso era imposible. No les importan los hechos ni las consecuencias. Niegan la realidad con la misma desvergüenza que manipulan la historia. TV3 les sirve de fondo de pantalla y el entusiasmo de la gente, de bálsamo. Saben que el respetable aplaudirá todo lo que digan con tal que le reafirmen el sueño que TV3 les ha recreado cada segundo de sus días.

Es el éxtasis de la vía catalana, la culminación de un resentimiento, muchas cobardías y todos los egoísmos sociales. Quieren quedarse con el oro prometido por los bandoleros. Y el que se quede descalzo que se joda. La ideología más conservadora y ruin de los derechos históricos. Pero hablan de democracia, del derecho a decidir y de la fuerza de la calle. La impostura más impresentable de la transición para acá.

Hay dos maneras de ver la vía catalana, la de los partidarios y la de quienes recelan y temen su amenaza. Los primeros se han hecho amos del cortijo, se sienten poderosos y propietarios del futuro. El mayor indicio de su domino es el desprecio por cualquier mirada ética que cuestione su egoísmo ramplón y su simpleza social. El éxtasis en el que viven asusta. Han perdido la medida de las cosas, todo les parece posible, y hasta el abismo que pudiera devorarles les parece insignificante ante el sueño que están a punto de alcanzar. He aquí su peligro: una masa enfervorecida sin frenos racionales que les haga recapacitar y medir su apuesta. Como un poseído de los dioses, se entregan al delirio sin importarles riesgos y hacienda. Cosa paradójica, pues es por ella por lo que han perdido la honestidad.

Los segundos, los que ven la vía catalana con recelo y temor, cada día se vuelven más transparentes. Les temen como a esas turbas sudamericanas que de vez en cuando vemos en los telediarios, que con la disculpa de un disturbio social asaltan supermercados y se llevan todo lo que encuentran a su paso. Estos, con la misma impunidad que aquellos salen a la calle para quedarse con todo. Es en ella donde se sienten inmunes y pierden la vergüenza. Porque hay que tener muy poca vergüenza social para despreciar los derechos del resto de españoles.

Pues no, la soberanía es del pueblo español y solo la delincuencia se la puede expropiar. Quien se refugia en la cadena para exigir los derechos que son de todos ha de saber que no está exigiendo un derecho, sino apoderándose del de todos. El ciudadano concreto que se engancha a la cadena ha de saber que, aunque pase inadvertido en ella, los males del futuro los ha ayudado a provocar. No sólo son culpables los dirigentes políticos, también lo son los ciudadanos de la calle que han preferido servirse del tumulto para sacar provecho del expolio.

P. S. En cuanto se imponga la evidencia de que Cataluña no podrá seguir en la UE, los líderes más radicales de la independencia comenzarán a sostener que los países más ricos de Europa no están en la Unión. Y si no, al tiempo. Estar fuera será entonces un chollo. Y el rebaño, entusiasmado. Cuando un delirio llega hasta aquí, es razonable tener miedo.


 (Antonio Robles/ld).

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

 UN DETALLITO MÁS DE LO MAJOS QUE SON.
 
Aragón / POLÍTICA

La Generalitat celebra un acto catalanista en Teruel al margen del Gobierno aragonés.

/ . El consejero de Cultura acude a reivindicar la lengua catalana en la parte de Aragón que consideran «Países Catalanes». (ABC)


Hacen lo que les sale de la entrepierna. Y no pasa nada. Pruebe usted y verá lo qué pasa. En fin, envíe postales de felicitación a los separatistas catalanes. Y otra a Mariano, el pobre. ¡Está tan atareado!

No hay comentarios: