domingo, 10 de noviembre de 2013

AMOR A ESPAÑA.

 (Usted pensará que es un caradura de tomo y lomo. Pues no. Se equivoca. Ahí lo ven. Fuera de sí. Tanto es su amor a España que emociona.

Y pensar que es el mismo Rubalcaba que fue Vice-Presidente del líder planetario ZP. El que dijo que el concepto de 'nación' es discutido y discutible. Es decir, el de nación española. ¡Qué transformación ha sufrido don Alfredo!
 
Y yo sin enterarme. ¿Y usted?)
 
 
 
 
 
 
 
 . El secretario general asume el discurso de Susana Díaz y defiende que «ningún partido tiene tanta pasión por España como el PSOE»
 
 
 
PSOE

Pasión por España



Tanta pasión tiene el PSOE por España que su avatar catalán le ha comprado a los secesionistas el derecho a decidir, es decir, el derecho de autodeterminación, como si Cataluña fuera una colonia africana. Como resultado de tanto ardor, la demoscopia le da ahora mismo 13 escaños al PSC, que está en caída libre desde que se empeñó en aprobar un Estatuto que convertía al Estado en residual, por ponerlo en palabras de Maragall. Supongo que lo siguiente era el tratamiento de residuos.

Es brutal, en efecto, la pasión que vienen demostrando los socialistas por España. Pero sólo por media. Digamos que se trata de una parafilia. De la otra media no saben cómo librarse; la han querido aislar, acorralar, encerrar entre cordones sanitarios. La han presentado como si fuera el pelotón de fusilamiento de García Lorca, once millones de tíos disparando al unísono. Pasión tremenda, de las que te hacen polvo: no tuvo inconveniente Zapatero en reabrirle a la amada heridas que llevaban décadas restañadas.

Por apasionamiento han contado en la conferencia de la catarsis con Garzón, hombre tan fogoso que se olvidó de que Franco estaba muerto, pidió su partida de defunción y le quiso juzgar en un banquillo de cadáveres, pasándose por la entrepierna la prudente exigencia de que los reos estén vivos, la amnistía y ese principio de irretroactividad penal que la judicatura garzonita sólo invoca cuando hay etarras y sacamantecas (valga la redundancia) de por medio. Enamorados de España, la agitan con la efusión del amante enloquecido.

No es pasión, don Alfredo, lo que se pide al gobernante ni al aspirante, sino serenidad y respeto al imperio de la ley. No vayamos a acabar compitiendo en sentimentalismo con los nuevos románticos del movimiento nacionalista-secesionista catalán. Ojalá nos dijera el PSOE que España les deja fríos e invocaran ese mínimo patriotismo constitucional con que los alemanes conscientes sobrellevan su nación. Así, al menos, se atendrían a los valores del 78 y a la letra de la ley. En vez de partirse las manos aplaudiendo a Pere Navarro –desconcertante muestra de pasión por España, e inmensa sorpresa para el premiado–, exíjanle la renuncia al derecho a decidir, y a lo mejor empezamos a creerles. Ardorosos.

(Juan Carlos Girauta/ld)

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