jueves, 28 de noviembre de 2013

FALTA DE RESPETO.



 (Si los padres no quieren enterarse, y siempre dan la razón a sus retoños frente al profesor, será difícil arreglar la caótica situación educativa. 

Y si los políticos siguen con leyes tan nocivas como la LOGSE, terminarán por hundir la educación y el país.

Entérese. Una clase no puede funcionar sin que el profesor tenga, y le sea reconocida, la autoridad que ha de tener cualquier docente. Y, por supuesto, ha de recibir respeto de sus alumnos. Si estos mínimos no se alcanzan, no hay nada que hacer. Seguiremos cayendo. Tal vez sea lo que merecemos.)








DIMITIR.

"Dimitir no es un nombre ruso", reza una de las más conocidas pancartas que han proliferado en las manifestaciones españolas en los últimos meses, ya que a la clase política de este país se le critica su incapacidad para renunciar a su cargo cuando la ocasión así lo pide. Incapaces de reconocer un error o de asumir que no están capacitados para la función que han de desempeñar, los políticos no dimiten. Sin embargo, cada vez más en España, y desde luego en el resto del mundo, lo que empieza a ser preocupante es la gran frecuencia de dimisiones por parte del profesorado de educación secundaria y primaria. La tendencia no es nueva, pero no deja de agravarse.

¿A qué se debe este alarmante abandono de uno de los cargos más importantes de la sociedad?

Los motivos más importantes
Muy representativo es el caso de Richard Ingersoll, que daba clase en dos institutos, uno público y otro privado. Tras seis años como docente Ingersoll abandonó y se doctoró en Sociología. Como profesor en la University of Pennsylvania, ha dedicado su carrera de investigación a desentrañar las razones de este fenómeno tan preocupante: el reemplazo constante del profesorado.

Los profesores rotan constantemente, algo que puede ser perjudicial para los alumnos. Según Ingersoll, enseñar "era originariamente un periodo de tiempo en el que las mujeres se dedicaban a algo antes de obtener su verdadero trabajo, que era criar a las familias, o un trabajo temporal para los hombres hasta que dejaban las aulas y se convertían en administradores".

El sociólogo observa que la situación parece habernos llevado de vuelta a los comienzos, ya que entre un 40 y un 50 por ciento de los profesores abandona las aulas en los cinco primeros años de dedicarse a la docencia, lo que incluye el 9,5 por ciento que dimite antes de concluir su primer año como profesores. Así lo confirmaba un estudio realizado por el propio Ingersoll y publicado en Education Week.

El problema que se plantea es bilateral: por un lado, algo ocurre con estos profesores, incapaces de enfrentarse a su vida laboral y, por el otro, los más damnificados de esta constante rotación son los alumnos, que se hallan en las fases más fundamentales de su educación y no tienen a qué atenerse. ¿Qué pasa con estos profesores que abandonan, o que no llegan a entrar nunca en el aula?

La figura del maestro
Ingersoll habla desde la propia experiencia, y alude una razón fundamental: "Una de las razones más importantes por las que yo dimití es algo intangible, pero es muy real: se trata simplemente de la falta de respeto". Continúa añadiendo que "los profesores en los colegios nunca cortan el bacalao. Tienen muy poco que decir. Se les dice lo que tienen que hacer. Es un trabajo de muy poca autoridad".

Tanto en los niveles socioeconómicos bajos como en los elevados, cada vez es más frecuente la figura del padre que defiende a su hijo a ultranza. Estas declaraciones remiten a lo degradada que ha quedado en España (y en otros lugares, como se ve) la figura del maestro, a la que antes sí se tenía un gran respeto. Ya no sólo los alumnos, cuya mala educación sea quizá otro debate, sino la administración y las autoridades competentes. Además, a menudo se alude a la libertad de cátedra para recordar la libertad del profesor en su vida diaria laboral pero, como afirma Ingersoll, es importante que el profesorado tenga algo que decir al respecto de la organización escolar, los planes de estudio, los horarios, las coordinaciones de materias, los problemas de los alumnos... De hecho, probablemente sea quien más tiene que decir, ya que es quien imparte los programas estipulados y quien trata a diario e intensamente con el alumnado.

Las razones de los demás profesores son igualmente nebulosas, y también por ello muy poderosas. La periodista Liz Riggs ha hablado con muchos de estos docentes, de escuelas públicas y privadas, y muchos de ellos alegaban "razones personales".

"Estamos expuestos a una elevadísima exigencia a todos los niveles", dice Emma, de 26 años, exprofesora en una escuela de pública de Kansas. "Parece que los profesores no son gente real, la única razón que me hacía seguir eran los niños".

Los motivos eran muy similares en el resto de los casos. Como se suele afirmar, el horario de trabajo no es malo (¿seguro? ¿trabaja un profesor sólo durante las horas que abre el colegio? ¿tiene tiempo en su jornada laboral destinado a preparar sus clases?) y en Navidad y verano las vacaciones son muy largas (¿qué sucede cuándo un profesor tiene que impartir una nueva asignatura al año siguiente? ¿no debe preparar todo un año de clases durante el verano? ¿quién remunera ese duro trabajo?). En cualquier caso, y a pesar de las sentencias tan escuchadas del envidiable horario del profesorado, sí parece claro que no son motivos de horarios o vacaciones los que les llevan a dimitir.

Si el niño siempre tiene la razón (como, por cierto, el cliente...) el profesor no tiene nada que decir. Además, a la falta de respeto y consideración que se le tiene al profesor desde los cargos directivos hay que sumar la actitud de los padres que, sin quererlo, está conduciendo al descrédito total del maestro

Tanto en los niveles socioeconómicos bajos como en los elevados, cada vez es más frecuente la figura del padre que defiende a su hijo a ultranza: la psicología posmoderna que rechazó el azote en el culo no ha recaído en un término medio y se ha ido al extremo opuesto. Los niños están entre algodones y, como la princesa del cuento, perciben el más mínimo guisante que les incomode la vida. Si el niño siempre tiene la razón (como, por cierto, el cliente...) el profesor no tiene nada que decir. Así, administración y sociedad minan y anulan poco a poco una de las figuras más importantes en la formación de los niños y, por tanto, en la educación de las generaciones futuras.

Otros motivos
El sueldo no es generoso, y desde luego no es razonable teniendo en cuenta la responsabilidad y la energía que implica este trabajo. "Teniendo en cuenta lo que se espera de los profesores, su sueldo es una vergüenza", dice Hayley, antigua profesora cuyos bajos ingresos influyeron en su decisión de dejar el trabajo. "Sí, cuando te apasiona algo deberías hacerlo al margen de lo que te paguen, pero cuando consideras el tiempo, el esfuerzo, los estragos emocionales y todo lo que los profesores tienen que ejecutar cada día, es dolorosamente obvio que la enseñanza no es un trabajo rentable. Ojalá lo fuera", afirma la joven.

Los profesores son los 'mejoradores' de las personas, de modo que nos conviene que sean buenos, capaces y felicesA todo ello habría que añadir, en el caso de España, las numerosas manifestaciones de la 'marea verde' que están teniendo lugar últimamente. Los profesores son víctima fundamental de los recortes y la educación pública, cuya calidad ya de por sí estaba puesta en entredicho, se halla en peligro de extinción. Una de las pocas cosas que debería protegerse de la crítica situación financiera, pues es fundamental para el desarrollo humano (y, por tanto, económico: pero no hay que confundir qué se deriva de qué) está siendo la principal damnificada.

Por eso, si nos hallamos en una época de cambio, quizás cabe replantearse el trato que, tanto el Estado como los diferentes grupos sociales (directivos, padres) le otorgan al profesor. Decía Séneca, el filósofo latino, que hay que estudiar, no para saber una cosa más, sino para saberla mejor. Y como es cierto eso, es cierto que los profesores son los mejoradores de las personas, de modo que nos conviene que sean buenos, capaces y felices: así, nosotros lo seremos también
(Marta Jiménez Serrano/El Confidencial)

2 comentarios:

chicholorenzo dijo...

De entrada no me parece tan preocupante que haya tantos profesores que dimitan, eso es señal de que todavia queda gente con algo de decencia, lo que de verdad me preocupa es que la mayoria de los que no dimiten son la escoria de la sociedad y en sus manos hemos dejado la educacion de nuestros hijos y para muestra el boton de Mallorca, lider destacado en fracaso escolar, los responsables de ese fracaso se dedican a hacer politica y adoctrinamiento catalanista y a crear en sus alumnos el odio hacia españa.
Por otra parte esa señora que tanto se queja del sueldo del profesor y del ¿trabajo duro? que tenga la decencia de callarse la boquita, que se vaya a trabajar en un barco de los que faenan en el Gran Sol o a la construcción y que venga despues hablando de trabajo duro, porque se les ha ido la pelota a todos estos profesores privilegiados que todavia siguen quejándose.

Sebastián Urbina dijo...

Estoy de acuerdo.
Pero sí es preocupante que dimitan los buenos. Los necesitamos pra dignificar la educación y la salud mental de nuestros hijos.