jueves, 13 de marzo de 2014

INDIVIDUO Y GENTE.











 INDIVIDUO Y GENTE. 


PERCIVAL MANGLANO Y J. GARCÍA DOMÍNGUEZ.


Individuo y sociedad 2014-03-11

Por qué se equivoca D. José García Domínguez


Afirma D. José que los "liberales ingenuos (…) aún creen en la existencia de la fantasía antropológica llamada individuo". Añade que "lo que puebla el universo fáctico es la gente". Esto explica, según D. José, que "la mitad de los catalanes" haya "cambiado de patria con la misma facilidad y rapidez con que se puede cambiar de marca de desodorante". Creo que D. José se equivoca. Para explicar por qué lo creo, permítanme recurrir a un ejemplo vinculado al recientemente conmemorado Día Internacional de la Mujer: la atávica práctica de la mutilación genital femenina.

Esta práctica consiste en la amputación a edades muy tempranas (la mayoría antes de los siete años) de distintos tejidos de los genitales femeninos sin ningún fin médico. Un informe de Unicef publicado a finales de 2012 estima que en el mundo hay unas 125 millones de mujeres mutiladas. La práctica persiste en 29 países, todos ellos africanos salvo Yemen e Irak. En 14 de ellos, más de la mitad de las mujeres han sido mutiladas, y en Somalia, Guinea, Yibuti y Egipto lo han sido más del 90%.

La gran novedad del estudio de Unicef es que pregunta a la población de estos 29 países si está de acuerdo con la práctica de la mutilación. El resultado es que la mayoría, tanto mujeres como hombres, la rechaza. Así, más del 50% de las mujeres se declara en contra de la práctica en 19 de los 29 países. En Yibuti, por ejemplo, el 93% de las mujeres han sido mutiladas, pero el 51% la rechaza. Los hombres también son mayoritariamente contrarios, incluso más de lo que las mujeres creen. Además, en 24 de los 29 países hay distintos tipos de legislación en contra de la referida práctica. Entonces, si la opinión mayoritaria es contraria a la mutilación y la legislación la persigue, ¿por qué continúa?

La respuesta está en las tablas 6.2 y 6.3 del informe. A la pregunta de qué beneficios trae la mutilación, la mayoría cree que ninguno, pero entre los que sí que le encuentran uno citan en lugar destacado el de la "aceptación social" (al que se suman otras presiones sociales del tipo "mejora las perspectivas de matrimonio" o "es una exigencia religiosa"). Es decir, se sigue mutilando a las mujeres por culpa de la presión social. Individualmente, los habitantes de estos países están generalmente en contra de la mutilación, pero como miembros de un grupo son incapaces de impedirla.

De hecho, este es precisamente el fin que persigue la mutilación: anular la individualidad de la mujer. Lo hace extirpándole los órganos que producen la sensación individual por antonomasia, la del placer sexual. Y es que las convenciones sociales de estos países exigen que la mujer no actúe motivada por sus placeres u opiniones personales sino como un engranaje del sistema social. Debe ser, ante todo, un miembro del grupo. Además, el aspecto social de la mutilación es tan fuerte que quien toma la decisión de mutilar no es quien lo va a sufrir sino sus padres, tíos, abuelos y jefes; si la decisión de la mutilación fuese individual de las niñas, la práctica habría desaparecido hace tiempo (a quien quiera conocer el testimonio de una mujer que luchó para sobreponerse a la mutilación moral que conlleva la mutilación física, y que logró afirmar su individualidad contra viento y marea, le recomiendo el libro de la senegalesa Khady Koita Mutilada).

El informe de Unicef pone de relieve que hay un yo individual y un yo social, y sus opiniones no son siempre las mismas. La misma persona puede opinar de manera distinta según se le pregunte en privado o en público; puede oponerse en privado a una práctica y, sin embargo, llevarla a cabo abrumada por el qué dirán público. Y aquí es donde entra en juego la defensa liberal del individuo que critica D. José. Los liberales lo que plantean al poner en valor al individuo es que efectivamente haya una esfera de decisión privada; que la persona pueda juzgar y decidir sobre lo que le interesa individualmente, blindada por así decir de las coacciones sociales del grupo. Esta es la base del derecho a la intimidad y a la libertad de opinión y de expresión. La libertad del individuo se basa en que su pertenencia a un grupo no conlleve su sometimiento a los deseos de dicho grupo.

Las ideologías nacionalistas, socialistas y tribales (aquellas que repiten el mantra de que "para educar a un niño hace falta un pueblo entero") buscan imponer la opinión del grupo sobre la persona, exaltan la unidad de la gente y abominan de los egoísmos individuales. La ideología liberal busca proteger a la persona de la imposición grupal otorgándole la libertad, tan obvia como revolucionaria, de poder decir, simplemente, "no". Que el liberalismo no siempre consiga sus propósitos no quiere decir ni que sea ingenuo ni que sea utópico ni, sobre todo, que el individuo no exista. Eso, en todo caso, sería lo que sus adversarios querrían que pensásemos. La mayor victoria para las fuerzas separatistas catalanas sería imponer la idea de que la unidad básica de opinión en Cataluña es "la gente" y no el individuo.
Por último, permítanme despedirme con estos versos de Octavio Paz ("Elegía interrumpida") en recuerdo de las víctimas del 11-M:
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
La que murió noche tras noche
y era una larga despedida,
un tren que nunca parte, su agonía.

 

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Réplica a Percival Manglano 2014-03-12

Por qué San Agustín de Hipona no estaba equivocado


Acaso intuyendo el rastro de la heterodoxia en un párrafo a cuenta del gregarismo manifiesto de los catalanes, don Percival Manglano ha dado en afear mi escepticismo antropológico, el que me impide creer en esa fantasía prometeica tan cara a algunos liberales llamada individuo. Sostenía yo en aquel escrito que los individuos no existen, que lo que existe es la gente, cosa bien distante y distinta, por lo común tan huérfana de épica como de lírica. Aunque sentenciar, por ejemplo, que en este mundo ya no proliferan la belleza o la bondad no significaría estar contra la belleza y contra la bondad; simplemente, se trataría de una triste constatación empírica. 

De modo análogo, descreer del individuo, esa ficción utópica por entero soberana, autónoma e independiente, no implica en absoluto repudiar sus atributos ideales; solo se trata de una muy desoladora observación fáctica.

Que me equivoco al no dar carta de naturaleza a la quimera en cuestión, enfatiza el señor Manglano en el título de su pieza crítica. Pero ahí quien yerra, me temo, es él. Porque el error, de serlo, no habría que atribuírmelo a mí sino a San Agustín de Hipona. Y es que, igual que la historia toda de la filosofía constituye una pequeña nota a pie de página en la obra de Platón, la gran querella política de la Modernidad está incluida por entero en una legendaria disputa teologal que se produjo hace mil seiscientos años, la que enfrentara al predicador Pelagio con San Agustín. Optimista crónico, Pelagio infiere del libro del Génesis que el hombre es libre para decidir por sí mismo, al haber sido creado a imagen y semejanza de Dios; en gozosa consecuencia, la soberana voluntad de ese ser ungido por la divinidad no conocería límites. De Marx a Von Mises y de Hayek a Lenin, la totalidad de los hijos putativos de la Ilustración, tanto los de la rama socialista como los de la liberal, no son más que simples epígonos secularizados de Pelagio.

Agustín, a diferencia de Pelagio, no era un miembro de la elite intelectual que apenas conociera al pueblo de oídas. En su calidad de cura y obispo, Agustín tuvo que tratar con la pobre gente a diario. El de Hipona accedió a la condición humana no por los libros, sino por la vida. Por eso sabía que los hombres, los reales, los de carne y hueso, son como niños, incapaces de gobernar sus apetitos y sus pasiones. Para el autor de las Confesiones, el hombre no es más que un pobre juguete en manos de fuerzas irracionales que no controla

En la psicología agustiniana la libertad es una mera ilusión. Y no se equivoca. Ése sería, por cierto, el significado último de un pecado, el original, imposible de redimir. De Montesquieu a Isaiah Berlin, y de Hobbes a John Gray, los apóstoles del liberalismo escéptico son descendientes en línea directa de San Agustín. ¿Quién representa, pues, la ortodoxia del liberalismo? La respuesta es simple: nadie. La ortodoxia, como el individuo, tampoco existe.
 (José Garcia Domínguez/ld)

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LIBERTAD Y CIENCIA


Procedemos de una tradición judeo-cristiana en la que la libertad humana juega un papel fundamental. Algunos filósofos creen (equivocadamente) que puede haber reflexión filosófica al margen o, incluso, en contra de la ciencia, y algunos científicos creen (equivocadamente) que la única racionalidad es la racionalidad científica, entendida como racionalidad empírica o como racionalidad lógico-formal.

 Siguen soñando con el Círculo de Viena y creyendo que el análisis lógico es el único y auténtico método filosófico y que el conocimiento sólo procede de la experiencia, entendida como lo inmediatamente dado (‘the given’, como dicen los anglosajones). Pero, ¿qué es lo que percibimos directamente, sin interferencias? Lo que percibimos directamente (si es que es así) ha venido en llamarse sense-data algo así como datos de los sentidos, pero resulta que podemos tener experiencias de cosas que no existen.
La ontología de los ciudadanos normales (como yo) se refiere a sillas, mesas, coches, etcétera, pero la de los científicos (en cuanto científicos) se refiere a electrones, neutrinos, quarks, leptones, etcétera. Seguramente no existe una aprehensión directa de la realidad, dado que ya estamos lejos de la metodología de Bacon que suponía al investigador como un observador pasivo que se limita a describir, neutralmente, la realidad, o mejor, una parte seleccionada de la misma.

 A este respecto, recordemos que para seleccionar lo «relevante» necesitamos valoraciones, necesitamos teorías. La realidad no es «relevante» en sí misma. La ciencia no trabaja (o no trabaja sólo) con la realidad entendida al modo de una mesa o una silla sino que, entre otras cosas, trata con campos magnéticos, agujeros negros, o la naturaleza granular de la estructura de la materia.
En tal sentido, dice Hawking que «los agujeros negros son un caso, entre unos pocos en la historia de la ciencia, en el que la teoría se desarrolla en gran detalle como un modelo matemático, antes de que haya ninguna evidencia a través de las observaciones de que aquélla es correcta».
Y la mecánica cuántica no predice un único resultado de cada observación sino que predice un cierto número de resultados posibles y nos da las probabilidades de cada uno de ellos. Además, la ciencia se encuentra, en ocasiones, con hipótesis alternativas que explican igual de bien los mismos hechos.

 Finalmente, las descripciones científicas no son reflejos completos y perfectos de la realidad sino representaciones esquemáticas que podríamos calificar como «mapas» de la realidad, pero sabemos que los mapas no son la realidad, ni la reflejan. Estos breves prolegómenos no pretenden poner en duda la enorme importancia de la ciencia. La ciencia y la tecnología no sólo son importantes hoy sino que, previsiblemente, lo serán todavía más en un próximo futuro. Lo que pretendo es tomar distancias frente a una visión simplista de la ciencia (que algunos mantienen, aunque ya han pasado décadas desde el florecimiento y ocaso del Círculo de Viena) que la ve, entre otras cosas, como conocimiento seguro. 

Lo mismo digo de su visión del método. Algunos creen (equivocadamente) que la metodología científica es equiparable a un algoritmo, es decir, a un conjunto ordenado y finito de operaciones que permite hallar la solución de un problema. 

No es cierto. Ni siquiera en la ciencia se puede prescindir del «juicio» humano, que no es deductivo, que es falible. Destacados filósofos de la ciencia como Kuhn o Newton-Smith, entre otros, avalan estas afirmaciones. Y en relación a las ciencias formales recordemos lo que dijo Einstein: «En la medida en que las leyes matemáticas se refieren a la realidad, no son ciertas; y en la medida en que son ciertas, no se refieren a la realidad». Y en cuanto a las ciencias empíricas, no podemos alcanzar, como ya he dicho, la certeza absoluta sino solamente la certidumbre práctica, vinculada a la minimización del error. 

Todo lo anterior pretende criticar una visión (simplista) que estipula separaciones radicales entre ciencias (usualmente llamadas ‘maduras’) y las llamadas ciencias sociales. 

Las primeras serían racionales y objetivas, mientras que las segundas serían subjetivas y pseudo-racionales. Este programa simplista ha tratado de naturalizar la sociedad en el sentido de que deberían imponerse metodologías «libres de valores» y, por consiguiente, «objetivas».

 Esto haría desaparecer la subjetividad humana. De este modo, dicen, el comportamiento de los individuos podría explicarse por medio de leyes causales. Igual que explicamos a los caracoles podemos explicar a los seres humanos. Esto plantea enormes problemas para entender adecuadamente la acción humana intencional, que no voy a comentar aquí. Dice Ph. Meyer, que «la libertad, científicamente hablando, puede ser una ilusión, pero el polimorfismo de las interacciones de la herencia y el medio, la extraordinaria diversidad humana que resulta de ello y la ilusión trascendental de la humanidad judeo-cristiana la hacen necesaria». 

Por otra parte, hay que tener en cuenta que el Principio de Incertidumbre de Heisenberg (cuanto con mayor precisión se trate de medir la posición de la partícula, con menor exactitud se podrá medir su velocidad, y viceversa) rompe el sueño de un modelo determinista del universo. Pero terminaré con algo que me parece más importante y tiene que ver con la filosofía pragmatista norteamericana. Suponiendo que los científicos (mejor dicho, algunos científicos) nos dijeran que no hay libertad, no tendría importancia práctica. Ni siquiera estos científicos (aunque mirasen estúpidamente por encima del hombro) podrían actuar como si la libertad no existiese. En otras palabras, no podemos no presuponer la libertad. Todo nuestro esquema conceptual e institucional y nuestra actividad práctica tiene sentido, entre otras cosas, si presuponemos la libertad. Por cierto, podríamos presuponer que hay unicornios, pero no lo hacemos. 

Si alguien dijera que esto no prueba su existencia (la libertad) habría que decirle que sí, pero incluso aunque fuese cierto ( y no sé cómo podría probarse y con qué tipo de prueba) no tendría efectos prácticos. 

Consejo gratuito: no pierda el tiempo con alguien que afirme que no hay libertad sino determinismo. Me parece más sensato preocuparse por aquellos (como los que viven en el País Vasco -y no son nacionalistas- o en el Irán) que se quejan (¿absurdamente?) por no tener libertad de conciencia, libertad de expresión, libertad de manifestación, libertad de... 

Sebastián Urbina Tortella

PD.
El científico español Andrés Moya, contesta a la pregunta ¿Qué nos hacer ser como somos?:

Como genetista sería fácil responder que la determinación que los genes ejercen sobre nuestro ser, entendido éste como el conjunto de manifestaciones de todo tipo que se despliegan a lo largo de la existencia, es total. Pero esta visión es radicalmente falsa. Los genes influyen pero no marcan nuestra singularidad ni dictan nuestro destino’.

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