jueves, 8 de enero de 2015

CARTA A LOS MUSULMANES.








CARTA A LOS MUSULMANES.

Por Alberto Ramos.
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Publiqué este artículo en mi blog La Tercera Yihad hace tiempo y en otros medios digitales también. Hoy lo recupero en MD porque considero que es de absoluta actualidad. Gracias.

http://www.minutodigital.com/2015/01/06/carta-abierta-a-los-musulmanes-que-se-quejan-del-racismo-y-la-islamofobia-de-los-espanoles/


Mohamed, Mouloud, Abdelkader y compañia. Ustedes viven denunciando en España las continuas ofensas a su religión, las críticas injustas a sus costumbres y modo de vida, las discriminaciones que padecen, las condiciones penosas en las que viven, el rechazo que experimentan, las agresiones diarias que sufren a mano de los españoles, y un sinfín de penurias e injusticias que son el pan (o mejor dicho el cuscús) diario de los buenos musulmanes en la tierra de sus antepasados, Al-Ándalus. Denunciáis todo esto y señaláis con el dedo acusador a los culpables de tantos atropellos contra los seguidores de la verdadera fe: los racistas españoles, los antiislámicos que usurpan vuestra arrebatada propiedad, los odiadores islamófobos.




¡Tienen ustedes toda la razón! Cada día los españoles son más racistas. Cada día son más los infieles que dicen estar hartos de lo que llaman malintencionadamente “la invasión musulmana”, los que despotrican contra la “islamización” de España. Os acusan de manera maliciosa de ser los principales culpables de los altos índices de delincuencia y criminalidad que afectan al país. Os señalan como los responsables de la rápida y creciente degradación de barrios y pueblos donde os habéis instalado. Se muestran molestos e intolerantes con la presencia de vuestras mujeres cubiertas de la cabeza a los pies empujando carritos llenos de hijos por las calles.

Os culpan de la saturación de los servicios públicos, de las colas en los hospitales, del acaparamiento de las ayudas sociales. Os ponen trabas para que podáis traer a vuestros familiares, parientes, vecinos y amigos a esta tierra que es la vuestra. Os exigen que os amoldéis a las leyes y las costumbres del país, y tantas cosas más…
¡Cuanta razón tienen ustedes de quejarse y de denunciar en voz alta esta situación intolerable, que humilla la conciencia humana y evidencia la hipocresía de los supuestos valores cristianos y democráticos de los españoles! Señores, deben denunciar este racismo en las más altas instancias del país, en el Congreso de los Diputados, en los ayuntamientos, ante las ONGs, en las calles si es menester.

Pero haríais mejor aun yendo a vuestros países de origen para informar de esta situación a vuestros compatriotas, que todavía son libres y se encuentran fuera del alcance del racismo que padecen ustedes aquí. Debéis alertar a los miles, centenares de miles y millones de magrebíes y de musulmanes de todos los rincones de la tierra que están listos para ceder al espejismo de las bondades del sistema occidental y que corren el peligro de caer en la trampa horrible que les tienden los racistas españoles.

Señor Rachid, dígale esto a sus hermanos, a sus primos, a sus mujeres, a sus hijos, a sus vecinos que sueñan inocentemente con venir a sufrir lo que sufren ya otros como ustedes: la España racista no quiere de ellos porque en su ceguera islamofóbica los mira (erróneamente) como invasores y depredadores. Expóngale esta siniestra verdad a los suyos. No los deje que se metan en la boca del lobo. Es su deber proteger estos infelices de esta terrible amenaza. Dejarlos venir sería hacerse culpable de inasistencia a personas en peligro.

Y por cierto, señores Mouloud, Abdelkader, todos ustedes que están condenados a vivir en este abominable país racista, no lo duden un instante: rompan sus cadenas, sacudan el polvo de sus babuchas y abandonen este infierno. No les hagan a los racistas por más tiempo el regalo de su enriquecedora presencia. No sean más las víctimas de estos predadores implacables que atacan a sus madres en la calle, violan a sus hijas en cualquier descampado, saquean sus negocios, queman sus coches en los barrios y venden droga a sus hijos, mientras ustedes trabajan arduamente para pagarles las jubilaciones a estos desagradecidos. No lo duden: vénguense ustedes de todos esto años de miedo, sufrimiento, humillación y explotación que han padecido. Priven a los españoles de la oportunidad, el beneficio y la riqueza que ustedes representan y aportan a su decadente sociedad.

Y ya puestos, al partir de este país ingrato, llévense con ustedes a sus amigos los intelectuales, los artistas, los periodistas, los izquierdistas de todo pelo y condición, las ONGs, los socialistas e incluso esas feministas que en el fondo tanto os quieren.
Además de ahorrarles el insoportable castigo de vivir sin ustedes, sería una magnífica venganza contra la España racista, privada así de esa formidable fuerza intelectual y humanista que tanto necesita para curarse de su perversión islamofóbica.

¡Así estarán bien castigados estos racistas españoles! Piensen ustedes, señores Mohamed y Mouloud, en la cara que pondrán los racistas españoles cuando el último barco haya alcanzado la línea del horizonte, cuando el último avión se haya desvanecido en el aire, cuando el último autobús haya pasado del otro lado de la frontera, cuando el último transbordador haya cruzado el Estrecho. Descubrirán, demasiado tarde, que se fue lo mejor que había en el país, que se han quedado entre ellos. Solitos entre racistas.
¡Cuanto nos gustaría que eso ocurriera bien pronto! ¡Cómo nos íbamos a reír entonces!

(Recibido por Internet.) 






Matanza islamista en París

Suma y sigue


Sabemos poco del atentado, salvo quizá lo más preocupante: que no es un hecho aislado, sino más bien todo lo contrario, y que es un golpe brutal del islamismo contra el único medio de comunicación europeo que se había atrevido a desafiarlo abiertamente.
El crimen de hoy se produce en un momento en el que los países occidentales están continuamente desarticulando células y deteniendo terroristas en fase de preparación de atentados. Se cuentan por docenas los detenidos en los últimos meses en Europa Occidental acusados de planificar atentados islamistas o de enviar dinero o personas a luchar a Siria.

Pero nada de esto es suficiente. El catálogo de terroristas islámicos se amplía en todas las direcciones: miembros de redes jerarquizadas o individuos solitarios, inmigrantes de segunda o tercera generación, conversos al islam o nativos, visitantes de campos de entrenamiento o participantes de las guerras de Siria e Irak. Son muchos, de origen y trayectoria tan diversas que, simplemente, las fuerzas de seguridad no pueden pararlos a todos.

A su vez, los métodos con los que atentan en nuestras calles son enormemente heterogéneos: da igual bombas, cuchillos, martillos, kalashnikovs o coches lanzados a toda velocidad. Y comisarías, zonas comerciales o mercadillos navideños. Usan métodos demasiado variados, impensables o inauditos como para preverlos a tiempo.

Así las cosas, no hace falta ser adivino para saber que a la barbarie de la sede de Charlie Hebdo seguirán otras en nuestras calles. ¿Debemos entonces aceptar mansamente los asesinatos periódicos en nuestras ciudades al grito de "Alá es grande"? ¿Cruzar los dedos para no encontrarnos en toda nuestra vida con un terrorista islámico en un centro comercial, un aereopuerto o un estadio de fútbol?

En verdad, no hay nada misterioso e inevitable en los atentados que periódicamente asuelan nuestras calles. El terrorismo no es más que un medio para imponer una voluntad, y en cuanto tal necesita unas condiciones y unas circunstancias, tanto morales como materiales. Que se crean mucho antes de que el crimen se produzca. Desde este punto de vista, las sociedades occidentales constituyen hoy el caldo de cultivo perfecto para los grupos islamistas. Citaré sólo unos ejemplos, quizá los más polémicos.

Los regímenes de libertades permiten a los islamistas hacer proselitismo, recaudar dinero para fundaciones radicales o viajar libremente de país en país. Lo permiten las libertades de culto, opinión, movimientos. Los derechos occidentales son, a día de hoy, un instrumento en manos de quienes los desprecian: los islamistas simplemente usan las libertades occidentales contra ellas mismas, para eliminarlas. Esta cuestión clásica -la de la tolerancia con los intolerantes, la de los límites de derechos y libertades con sus enemigos- les resulta a los europeos desagradable, pero no por eso van a tener que dejar de planteársela en algún momento.

Las sociedades occidentales tienden a tratar al islam como al resto de culturas o religiones presentes en su seno. Los europeos no quieren pensar en que esto pueda ser de otra manera. Pero a la vista está que no es así. Los europeos evitan pensarlo, pero lo cierto es que el proyecto común de los musulmanes -moderados o fanáticos- para Europa es incompatible con las instituciones europeas, y éste es el marco en el que unos asesinan y los otros evitan colaborar con las autoridades en su represión. Tampoco los europeos entienden muy bien esta solidaridad de fondo entre unos y otros. Que es la que ha creado campos de impunidad, no sólo en guetos marginales, sino en las mezquitas más conocidas, donde hace captación de radicales. También a la cuestión de cómo tratar al islam, moderado o no, deberán enfrentarse los europeos tarde o temprano.

Esto respecto a las circunstancias internas de nuestras sociedades. Pero no menos contradictorias son las circunstancias externas. Los ejércitos occidentales luchan contra el yihadismo en países remotos. En el Sahel, Afganistán o Irak se juega buena parte de la lucha contra el terrorismo. Como ocurre con las fuerzas de seguridad, tampoco es suficiente la acción militar. Aunque también esto los occidentales evitan afrontarlo, lo cierto es que tan importantes como las pickups artilladas o los blindados del ISIS en Irak lo son las páginas web, las fundaciones culturales o humanitarias sostenidas por las monarquías islámicas del Golfo Pérsico. ¿Tiene sentido combatir a yihadistas o detenerlos cuando se buscan inversiones de los patrocinadores del islamismo radical? Si la famosa frase de Marx –los capitalistas nos venderán la soga con la que les ahorcaremos– tiene algún sentido, lo tiene con la relación que los occidentales tienen con las monarquías islámicas, que constituyen, en el fondo, el sostén de la ideología islamista cuya última fase es el atentado.

En conclusión: los occidentales se han acostumbrado a combatir el yihadismo y el terrorismo en la última fase del proceso: cuando actúa en París o en Irak. Pero entonces es tan heterogéneo, tan variado y tan extenso que una y otra vez los ataques se suceden. Se muestra imparable, invencible. La clave está más allá del momento. Con una cultura centrada en el instante, en el aquí y el ahora, los occidentales van a tener que afrontar tarde o temprano cuestiones que hoy evitan, y que hasta hace poco parecían impensables: el alcance y los límites de sus sistemas de libertades en relación con los que las niegan; su relación con una religión, la islámica, que representa la negación de los valores e instituciones occidentales; y su relación con países y regímenes que, en última instancia, constituyen el origen primigenio de la ideología que desemboca en las matanzas que se nos hacen habituales.

Mientras las sociedades occidentales no se planteen estas cuestiones, será materialmente imposible evitar que los crímenes islamistas en nuestras calles continúen su progresión. El suma y sigue está garantizado.

(Óscar Elía/ld) 




Hermann Tertsch (ABC), de quien se han reído por sus opiniones los mayores idiotas con micrófono o cuenta de Twitter, titula su columna 'Miedo'.

No es un capítulo de guerra entre civilizaciones la matanza de ayer en París. Sino un ataque de los bárbaros contra la civilización. Lo más preciado en la civilización son la vida y la palabra. Y a matarlas a ambas llegaron a la redacción de «Charlie Hebdo».

En la manera más brutal de recordar que nos quieren dominar, de reclamar su derecho sobre nuestras vidas, de decir que debemos callar porque ellos lo mandan. Han castigado al desobediente. Al que publicó las caricaturas de Alá en valiente solidaridad con un diario danés, «Jyllands Posten».

Decir que el islam no combate al criminal islamismo no es islamofobia. Sino refleja un hecho incontestable. Nuestro problema no es una religión que da derecho al creyente, incluso impone el deber, de ejercer una supremacía sobre los demás. Y que no parece admitir reforma. Tampoco que bajo su hegemonía solo existen estados dictatoriales y fallidos.

Nuestro problema es que aceptamos su lógica también en nuestras sociedades. Y no nos decimos la verdad. Por miedo. Ni pensamos en mañana. Por miedo. La civilización renuncia, por miedo, a la verdad y la palabra. Y sin ellas estamos inermes y estamos perdidos.

(Periodista Digital)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Verdaderos los artículos, basta de humo, lo progre es el opio del pueblo, oscurantismo sin racionalidad de ningún tipo.

Anónimo dijo...

Todos estos intelectualillos y artistas corifeo del poder, pueden serlo porque proceden de paises de raigambre cristiana, griega y romana. Si no no existirían tal cual son. Es muy fácil soltar consignas cuando se tiene el trasero resguardado.