martes, 27 de enero de 2015

ENGAÑO TRAS ENGAÑO













ENGAÑO TRAS ENGAÑO.

(O sea, no se trague lo de ‘la austeridad’ y la opresión capitalista. Ya no cuela. A menos que sea como ellos. Pasen y vean.)


EL POPULISMO DE SYRIZA NO PUEDE PONER EN RIESGO A LA UE.

La victoria aplastante del partido de Alexis Tsipras en las elecciones griegas se convierte en un importante factor de inestabilidad en el seno de la Unión Europea por el radicalismo de sus propuestas y sus afanes populistas. Syriza va a gobernar Grecia porque así lo han querido los electores griegos, sometidos a los rigores de una recesión económica brutal y desencantados con los partidos clásicos por la ineptitud de su gestión y la corrupción de sus dirigentes.

Lo que está por ver es si la asunción de estas nuevas responsabilidades hace que Tsipras se replantee el cariz delirante de sus propuestas o, por el contrario, decide llevar adelante su programa suicida, con los graves efectos que tendría para toda la Zona Euro.

El líder de Syriza ha prometido acabar con las presuntas políticas de austeridad del anterior Gobierno, a pesar de que los niveles de gasto público, endeudamiento y déficit acumulado siguen siendo de los más elevados de toda Europa.  

Paralelamente, Tsipras ha prometido desembarazarse de las obligaciones contraídas por el Estado griego, necesarias para mantener todos estos años una maquinaria pública disparatada, y amenaza con dejar de pagar una parte nada desdeñable de los préstamos concedidos en el pasado. Lo primero es una falsedad que la izquierda europea esgrime para justificar su desaforado estatismo. Lo segundo, una violación flagrante de los acuerdos válidamente adoptados por un Estado soberano, un ataque a la esencia de misma de la Unión Europea y una deslealtad hacia los que han puesto su dinero a disposición del Tesoro heleno que, de ser tolerada, supondría un gravísimo aliciente para los movimientos totalitarios que pugnan en otros países por llegar también al poder.

Grecia ha dilapidado 320.000 millones, recibidos para evitar la quiebra del país, y la primera responsabilidad de la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional es garantizar que, con la flexibilidad que se considere oportuna, los prestatarios no se vean menoscabados en su derecho a recibir lo pactado libremente en su día.

Syriza contará en esta etapa de Gobierno con los 13 diputados del partido derechista Anel, cuyo presidente acusó recientemente a los judíos de disfrutar de privilegios fiscales intolerables, una afirmación que fue tajantemente desmentida a renglón seguido por los portavoces del Gobierno. En los foros políticos y mediáticos parece haber sorprendido que un partido de extrema izquierda como Syriza llegue a un acuerdo de Gobierno con una formación de extrema derecha. Sin embargo, nada más natural -como hemos señalado siempre en Libertad Digital- que los extremos del arco político confluyan en la manera de hacer frente a las cuestiones de mayor calado. En su aversión a la libertad.


En el caso griego, la oposición a la racionalización presupuestaria impuesta por la Troika (BCE, FMI y la Comisión Europea) y el rechazo a las medidas de liberalización de su esclerótica economía son la argamasa que ha soldado esa alianza. La satisfacción con la que partidos ultraderechistas y ultraizquierdistas de todo el continente han saludado la victoria de Syriza y su política de alianzas ratifica, por si fuera necesario, esta confluencia de estrategias y objetivos en los extremos de la política.

La llegada de Syriza al poder en Grecia es un riesgo para la estabilidad de la Unión Europea y, a la vez, una oportunidad para que los electores de otros países vean cómo se desenvuelven los partidos antisistema cuando llegan al Gobierno en un país democrático. Pero las elecciones griegas del pasado domingo encierran también una enseñanza dirigida particularmente a los dos partidos nacionales españoles y una seria advertencia al PSOE. El tránsito del Pasok de la mayoría absoluta a la irrelevancia parlamentaria en sólo cinco años es un aviso en toda regla que los socialistas españoles harían bien en analizar con la máxima atención.

 (edit.ld)


El dilema Griego


Tsipras merecería las alabanzas del resto de Europa como estadista responsable al tiempo que los griegos se sentirían aliviados por haber recuperado su "dignidad" y evitado la ruina total que les espera en las tinieblas exteriores a la Eurozona.

Tras la indiscutida victoria de Syriza en las elecciones legislativas griegas del pasado domingo, el nuevo primer ministro Alexis Tsipras tiene ante sí dos caminos.

 El primero consiste en pedir a Bruselas una significativa quita de la deuda acompañada de una apreciable rebaja de los intereses y de un alargamiento notable del plazo de devolución. Estas medidas irían acompañadas de la relajación de la política de austeridad impuesta hasta ahora por la Troika y de un crédito adicional para aplicar mejoras sustantivas a las pensiones y al salario mínimo, así como ayudas para los afectados por desahucios y para los ciudadanos en estado de precariedad. Es decir, sentarse ante Ángela Merkel, Jean Claude Juncker, Mario Draghi y Christine Lagarde y exigir lo imposible. Este planteamiento no sería aceptado y en caso de de que Tsipras se negase a respetar las condiciones del Memorándum en vigor, Grecia sería expulsada del euro y quizá de la Unión Europea, transformándose en un paria internacional y condenando a sus habitantes a la miseria.

El segundo camino es el de la sensatez, o sea, no solicitar quitas y negociar con flexibilidad e inteligencia una reestructuración de la deuda que haga más llevadero su pago y continuar con las reformas que hagan competitiva la economía griega, a un ritmo algo menos severo, pero con el mismo resultado final. 

Este procedimiento, debidamente escenificado, tendría la gran ventaja de que no crearía vencedores ni vencidos y permitiría salvar la cara tanto al Gobierno griego como a las autoridades comunitarias. Los mercados, que ya están descontando esta posibilidad con alzas en las Bolsas, se tranquilizarían y todo el mundo saldría ganando. Tsipras merecería las alabanzas del resto de Europa como estadista responsable al tiempo que los griegos se sentirían aliviados por haber recuperado su "dignidad" y evitado la ruina total que les espera en las tinieblas exteriores a la Eurozona.

No hay que olvidar que la penosa situación en la que se encuentra Grecia no es fruto de la maldad del capitalismo opresor, sino de la incompetencia de sus clases dirigentes, de la venalidad de sus funcionarios, del fraude fiscal generalizado y de un sistema de beneficios sociales disparatado en su prodigalidad. En la cuna histórica de Europa, casi nadie pagaba impuestos, la profesión de peluquero se consideraba de alto riesgo a efectos de edad de jubilación, los sueldos públicos eran del nivel de los alemanes y cada diputado nacional o europeo disfrutaba de un coche oficial con chófer las veinticuatro horas del día.

 A mayor abundamiento, la entrada en el euro de Grecia fue posible porque las cuentas presentadas a Bruselas estaban trucadas e incluían una cifra de déficit cuatro veces inferior al real, con la bendición de unos auditores de Goldman Sachs debidamente lubricados con minutas de centenares de millones. Más que su dignidad parece que lo que el pueblo heleno ha de recuperar es la honradez, la seriedad y la productividad.

La doctrina de salvar la moneda única costase lo que costase, aplicada en los tres primeros años de la crisis, ha perdido vigencia. España está estabilizada, Irlanda y Portugal fuera de peligro y Chipre es una minucia. En cuanto a Francia e Italia, parece que Valls y Renzi se han puesto en serio a la a la tarea de ganar competitividad y eficiencia. Por tanto, Berlín y Frankfurt, que son los dos verdaderos centros del poder europeo, podrían perfectamente cambiar de enfoque y en vez de tratar de evitar a toda costa el efecto dominó, inclinarse por cortar con firmeza la rama podrida con fines de saneamiento ejemplarizante. 

Más le vale al izquierdista Tsipras y a sus compañeros nacionalistas de derechas calmar su fervor reivindicativo y buscar un acuerdo realista con sus acreedores. Como reza del dicho catalán, quién paga, manda. Olvidarlo suele tener muy malas consecuencias para el rebelde.

(Aleix Vidal Cuadras/La Gaceta)

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