viernes, 8 de julio de 2016

LA PEOR CORRUPCIÓN.








 EL PULSO POR HACERSE CON LA OPOSICIÓN.

La maldad rueda imparable. El personal está más empeñado en presidir la oposición que en facilitar el gobierno de la nación. Aunque parezca lastimoso el rumor, la maldad explica todo. También el orden de las cosas que nos ha traído hasta aquí.

El orden de las cosas, siguiendo el rastro de El orden del discurso de Foucault, viene impuesto por la propiedad electoral que se atribuyen los partidos históricos desde la Transición. Y esa propiedad no es más que un relato que impone el orden en las prioridades de poder. Primero el líder y su adláteres, después el partido con sus rentistas..., y si coincide con ambos intereses, la nación como espacio del bien común. O lo que sea.

En cualquier empresa humana se hubiera resuelto el dilema sin recurrir a nuevas elecciones. La eficacia productiva, la rentabilidad del capital invertido, la seguridad laboral, la renovación tecnológica, la atención a clientes y proveedores, el respeto al medio ambiente y la conservación de los puestos de trabajo hubieran pesado lo suficiente como para no dilatar el problema. Si no es así es porque la política tiene más que ver con el control del poder a cualquier precio y la gestión de egos que con la solución de los problemas sociales.

Y ahí estamos, embarrancados en la disputa por el liderazgo de la oposición en aras de salir bien situados en las próximas, más que en facilitar democráticamente una salida a la nación. Ese es todo el problema de Pedro Sánchez. A pesar de los consejos sensatos de Josep Borrell o Felipe González. O de todo el PSOE, ensimismado por mantener la representación de la izquierda. Como si ese estatus dependiera de imitar toda la casquería populista de Podemos, y no en denunciarla.

Alguien debería reparar, cuando se le llena la boca de democracia, ¿qué democracia es esa que impide que el partido claramente ganador gobierne? Aunque sea en minoría. Aunque sea para zumbarle duro en su debilidad, después. Alguien que pone de fondo una bandera española más grande que el escenario desde donde dice y nada hace por defenderla en tierra hostil debería reflexionar si no se puede poner de acuerdo con su adversario ideológico en las cuatro cosas fundamentales de Estado que cualquier patriota, independiente de su ideología, tendría la obligación de acordar.

Sigo pensando que la peor corrupción que pervierte a España no es la económica, que también, sino la de valores. De valores sencillos: lealtad, honestidad, altruismo, generosidad, coherencia, reconocimiento del adversario, amor por la verdad, respeto por los bienes públicos y sentido del bien común. Parecen una letanía, no desprenden glamour joven, pero sin ellos la vida en sociedad se hace imposible.

(Antonio Robles/ld.)

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