viernes, 30 de diciembre de 2016

LAS MENTIRAS DE LA IZQUIERDA.

 

 

 

 

LAS MENTIRAS DE LA IZQUIERDA.

 

Besteiro señaló que el Frente Popular se basaba en “un Himalaya de falsedades”. Gregorio Marañón fulminaba “esa constante mentira”, así como “la estupidez y canallería” de los rojos. El propio Azaña describió la política de los suyos como “incompetente, tabernaria,  de amigachos, de codicia y botín sin ninguna idea alta”. Podríamos extender largo rato las citas, procedentes no ya de los nacionales, sino de la propia izquierda y los “padres espirituales de la república”.

 

 Pues bien, lo asombroso es que aquella cantidad enorme de falsedades, cocinadas especialmente por los comunistas,  resucitó ya en los últimos años del franquismo (Tuñón de Lara, Jackson, etc.), y desde entonces no ha cesado. Cebrián se ha jactado de haber dado en su periódico “voz a los vencidos” o algo así. Lo que olvida es que esa voz no ha cesado de vomitar calumnias y  embustes, enormes embustes, a partir del más descarado y generador de ellos: la pretensión de que el Frente Popular defendía la libertad y la democracia, lo que ya excusaba sus innumerables y sádicos crímenes, incluso entre ellos mismos, y extendía sobre los vencedores el  peor estigma. Ya he explicado muchas veces la falsedad, realmente estúpida por lo contraria a la evidencia ,de tal aserto, y no lo repetiré ahora.

    La insistencia en tales invenciones o tergiversaciones en la transición obligó a algunos historiadores como los hermanos Salas Larrazábal, Martínez Bande, Ricardo de la Cierva Luis Suárez  y algunos otros a aclarar las cosas, o muchas cosas,  desde las cifras de muertos o de represaliados, hasta el curso de la guerra y la estrategia seguida por ambos bandos, las ayudas recibidas del exterior, etc. 

 

Lo curioso del caso es que, por muy demostrados que quedaron puntos básicos a partir de archivos, declaraciones de los protagonistas, prensa y otras fuentes, los del Himalaya continuaron impertérritos con sus historietas. Podrían haber intentado un debate en serio, como sería lógico en personas con algún nivel u honestidad intelectual,  pero entendieron desde el primer momento que eso era lo que menos les convenía. Con la mayor desfachatez  adoptaron una actitud extremadamente agresiva tratando de “fascistas” o “fachas” o “retrógrados” a los que simplemente exponían los hechos y desmentían sus patrañas. Y negándoles, siempre que les fue posible, el derecho de réplica. 

Esta es una “estrategia” que han mantenido hasta ahora contra viento y marea, a pesar de mis reiteradas incitaciones a debatir. Esos golfantes, pues no merecen otro calificativo,  saben muy bien por qué.  El esperpento intelectual y político pudo continuar gracias a que primero la UCD y luego el PP renunciaron a cualquier defensa de la verdad, es más, se fueron uniendo a los calumniadores e identificando antifranquismo con democracia. 

 

    No voy a hablar ahora de mis libros, en particular Los mitos de la guerra civil y Los mitos del franquismo, sino de otro reciente muy elogiado –no podía ser menos— en El País,  sobre la guerra civil,  debido a la enjundiosa pluma del periodista Jorge Martínez Reverte.  De este autor me he ocupado en algunos artículos fácilmente hallables en Internet: cumple con todos los lamentables rasgos de  este tipo de historiadores. Según él reconoce, la Iglesia “sufrió un auténtico genocidio”, lo cual es cierto, como he insistido mucho;  y debe reconocerse que por su parte es un avance, aunque le falta decir que es el único genocidio cometido en la guerra, a pesar de Preston y compañía. Dice también Martínez que en las batallas murieron 95.000 soldados, dato insuficiente, quizá porque excluye muertos en acciones militares no  propiamente batallas, que aumentarían la cifra hasta unos 130.000 como han señalado los cuidadosos estudios de R. Salas Larrazábal. Datos bien reveladores de que, contra las leyendas, se trató de una contienda de intensidad bastante baja comparada con otras guerras civiles y no civiles del siglo XX, como he expuesto en Los mitos del franquismo.

 En cuanto a la represión de retaguardia, la eleva a 50.000 asesinatos en zona "republicana" y 94.669 fusilados "por los golpistas" durante la guerra y la posguerra. Los “golpistas” fueron realmente los partidos del bando mal llamado republicano, que se sublevaron contra la república en 1934 y la destruyeron en 1936 coaccionando las elecciones y hundiendo al país en una orgía de asesinatos, incendios, huelgas salvajes y despotismos. En cuanto a las cifras (ya la pretensión de llevar la exactitud hasta las unidades revela escasa profesionalidad), fueron muy semejantes en los dos bandos durante la guerra, a las que habría que sumar unas 12.000 en la posguerra,  generalmente chekistas y asesinos abandonados por sus jefes y juzgados y fusilados por los vencedores. 

También he expuesto muchas veces estos datos y no insistiré ahora: baste resaltar nuevamente el desparpajo de este tipo de historiadores. De todos modos, Martínez rebaja considerablemente las cifras dadas por gentes como los de la “memoria histórica”, verdaderos negociantes de la falsificación. El País  da estas  por reales y habla de que se han abierto ya fosas con 133.708 cadáveres, o que murieron 50.000 personas por hambre o enfermedad entre los presos al terminar la guerra, 10.000 por bombardeos (achacables a los nacionales, claro) o que hubo 500.000 personas "arrojadas al exilio". Cifras que por sí solas indican la clase de estafadores con que nos las estamos viendo. Estafa empezada por los “informadores” de El País,  que la refrendan.

    Esta insistencia en las victimas, achacándolas a los vencedores, trata de ocultar la cuestión principal en toda guerra: por qué se produjo. Para entenderlo solo hay que ver lo evidente: el Frente Popular fue, de hecho o de derecho, una alianza entre revolucionarios totalitarios de izquierda y separatistas. Secundada por unos republicanos de izquierda cuya penosa y patética posición explica bastante bien Azaña en sus Diarios.  Se trató, por tanto, de una guerra entre quienes pretendían disgregar España, destruir la cultura cristiana, la propiedad privada, etc., y quienes buscaban justamente lo contrario y que terminaron venciendo después de haber comenzado en inferioridad material abrumadora. Si no se parte de ahí, nada se entiende. Perdieron los partidarios de destruir la Iglesia, desmembrar España y avanzar hacia una “democracia” a la soviética, algo que sigue doliendo en el alma a los que se identifican con ellos.

   Martínez Reverte también se siente experto militar y dictamina, por ejemplo, que la enconada lucha por Teruel carecía de cualquier valor estratégico. Tenía tanto que determinó el desvío de Franco de su proyectado ataque a Madrid y a cambio le permitió dividir en dos el territorio rojo o del Frente Popular. En condiciones digamos normales,  aquella operación habría traído el fin de la guerra, pero Negrín y los suyos continuaron la lucha con la esperanza de meter a España en la contienda europea que ya se vislumbraba claramente, lo que habría multiplicado las víctimas y destrozos. Siempre encontramos, por desgracia esa "estupidez y canallería" que denunciaba Marañón, uno de los padres espirituales de la república.  

Hay un episodio que señalé en Los mitos de la Guerra Civil y que casi todos pasan por alto, a pesar de que resulta extremadamente revelador y explica por sí solo el nivel moral de los perdedores y el propio sentido de la guerra. Pueden verlo en esta sesión de "Cita con la Historia": https://www.youtube.com/watch?v=ZmaG2P_uP20.

    En fin, por no alargarme ahora, dedicaré otro artículo a la joya de la demagogia izquierdista, la imaginaria matanza de la plaza de toros de Badajoz, por supuesto esgrimida por Martínez Reverte, y con la que la propaganda izquierdista ha querido compensar  el impacto de la muy real  matanza de Paracuellos. 

 

(La Gaceta/Pio Moa.)

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