domingo, 29 de enero de 2017

TRUMP, HILLARY Y LA PRENSA.






El «Post» Ignacio Ruiz Quintano

El director del «Washington Post» anda por España impartiendo doctrina liberal


A mi edad (hoy precisamente cumplo años) he sido señalado como Defensor de la Democracia dos veces (en Periodismo de la Complutense como licenciado y en el Centro de Instrucción de Reclutas de Araca como sorche), y puedo entender a Gene Hackman cuando en «Marea roja» exclama:

–¡Estamos aquí para defender la democracia, no para ejercerla!


Lo digo por el director del «Washington Post», que anda por España engordando el narcisismo de la tribu periodística con frases liberales que pule hasta darles «brillo y redondez de moneditas»:
Primera monedita: «La libertad de prensa está en peligro en los Estados Unidos». (Él, sin embargo, sigue al frente del «Post», cuya idea del periodismo democrático la resume en un tuit su columnista Anne Applebaum: «Recuerde: en la Alemania nazi, el mercado de valores subió y subió y siguió subiendo, hasta Stalingrado».)

Segunda monedita: «Los medios jugamos un papel central en la democracia». (No más que los taxistas o los vendedores de babuchas, y, en cualquier caso, ni en «El Federalista» ni en la Constitución del 87 se dice tal cosa de los medios, a los que nadie vota.) Y tercera monedita: «Ha sido el presidente (Trump) el que ha declarado la guerra a los medios».

Cronológicamente, los medios, cuyo negocio era Hillary, declararon la guerra a Trump, y Trump (con esto no contaban los medios) recogió el guante.

–El crimen del primer disparo sigue siendo otra cosa que el crimen de la guerra, y el crimen de la guerra de agresión es otra cosa que el de la guerra injusta –es la visión jurídica de Carl Schmitt.

Si el director del «Post» se pone en la grandilocuencia de la guerra, vayamos a la Ginebra del 23, donde lord Robert Cecil define como agresor a aquel que viole intencionadamente el territorio de otro: «No se trata de cuál sea el lado que tiene una buena razón, sino únicamente de quién haya cometido el primer acto de hostilidad».

Uno se contentaría con poder ejercer un día la democracia como ciudadano.
 

(Ignacio Ruiz Quintano/ABC)

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