lunes, 17 de abril de 2017

FANATISMO.













FANATISMO.

El fanatismo, en sus variadas formas, atraviesa toda la historia de la humanidad. Inicialmente predomina el fanatismo religioso, pero, dado que no pretendo tratar de la historia del fanatismo, podríamos abreviar diciendo que, a partir del siglo XVII, con la revolución científico técnica, y el secularismo creciente, el fanatismo religioso deja de ser dominante, al menos en Europa.


La revolución científico técnica dinamitó muchas de las cosas que por entonces se daban por seguras, afectando a las percepciones que se tenían del universo, la ciencia, la sociedad, la religión, los valores, etcétera.

La última trágica muestra de fanatismo religioso, en Europa, la tenemos con la guerra de treinta años.  Se inicia en Bohemia (Sacro Imperio Romano Germánico) en el año 1618, y termina en el año 1648, con la Paz de Westfalia. Aunque, inicialmente, es un conflicto interno del Sacro Imperio, termina siendo una guerra entre católicos y protestantes, en la que participaron las potencias europeas de los dos bandos. Pero no fue, exclusivamente, una guerra religiosa, ya que también incluyó un conflicto político y económico.  


En todo caso, el final fue una Europa devastada por la muerte, el hambre y las enfermedades. Sólo un ejemplo para darse una idea de la catástrofe. Alrededor del 35% de la población de Alemania murió a causa de la guerra. No debe extrañar que los grandes pensadores, Leibniz entre otros, se dedicaran a descubrir elementos comunes, de ambos bandos, que impidieran la repetición de enfrentamientos tan espantosos.


Esta comprensible obsesión hizo que incluso mentes privilegiadas, como Leibniz, escribieran esto:

‘Me atrevo a decir que este es el empeño supremo de la mente humana y, cuando el proyecto esté acabado, a los humanos no les quedará más remedio que ser felices, pues dispondrán de un instrumento que exalta la razón al igual que el telescopio perfecciona nuestra visión’.

Este milagroso instrumento que nos haría felices se centraba en un método racional, una ciencia unificada y una lengua exacta. Pero los sueños, sueños son. Y, hoy, seguimos teniendo problemas de fanatismo. Hay variaciones, por supuesto, pero la intolerancia, crueldad y el dogmatismo que acompañan al fanatismo no han desparecido en nuestro mundo actual.


Aunque el fascismo (1922) y el nazismo (1933) llegaron al poder a través de la legalidad electoral, una vez que lo detentaron, actuaron cruel y antidemocráticamente. Por ejemplo, eliminaron el pluralismo. Las camisas pardas y negras se encargaron de aplastar cualquier disidencia. Y las consultas electorales que se hicieron estaban totalmente controladas.


 El comunismo llegó a través de la revolución bolchevique de 1917. Digamos, a grandes rasgos, que hay algunas diferencias entre fascismo, nazismo y comunismo. En el primero se enfatiza el completo sometimiento del individuo al Estado. En el segundo, el racismo, la superioridad de la raza aria. En el tercero, la creación de una sociedad sin clases, abolición de la propiedad privada y socialización de los medios de producción. 


Pero, por encima de las diferencias que pueda haber entre ellos, hay importantes elementos comunes. El completo desprecio por la libertad y la dignidad de las personas. La utilización sistemática de la violencia estatal para conseguir sus objetivos y el aplastamiento de cualquier crítica. O sea, totalitarismo. El resultado ha sido millones de muertos y pobreza. Aunque no en igual medida. Nazismo y comunismo superan, en mucho, al fascismo en el macabro recuento de los muertos.


Parecería que las sociedades occidentales, una vez superada esta experiencia horrible e imperdonable, habrían aprendido la lección. Sin embargo, parece que no.


El terrorismo de las Brigadas Rojas italianas o la banda alemana Baader-Meinhof utilizaron la violencia en contextos democráticos. Estaban más interesados en la violencia en sí misma que en lo que pudieran conseguir a través de ella. Por no hablar del terrorismo islamista, al que luego me referiré.


Afortunadamente, hoy no tenemos que sufrir el fascismo, nazismo o comunismo. Pero el fanatismo sigue entre nosotros. Distinguiré dos tipos de fanatismo, el cruento y el incruento. A nivel nacional e internacional.


A nivel nacional, el mes de marzo de 2017, representantes del partido político Vox trataron de dar una charla en la Universidad Complutense, sobre la ideología de género. El acto fue impedido violentamente por un grupo de izquierdistas, autocalificados de ‘antisfascistas’. Aunque no hubo sangre, la violencia, el odio y la intolerancia generan un peligroso caldo de cultivo que facilita el paso al fanatismo cruento. Estos ‘antifascistas’, no son demócratas.


El fanatismo cruento lo cuasi monopoliza la banda terrorista ETA, vinculada al nacionalismo vasco y al socialismo. Además del Grapo, brazo armado del PCE. El nacionalismo identitario catalán, a pesar de los terroristas de Terra Lliure, se ha centrado en la discriminación y coacción de los no catalanistas y la manipulación de las conciencias, a través de los medios de difusión subvencionados y el control del sistema de enseñanza/adoctrinamiento.


A nivel internacional, el fanatismo incruento reproduce- como la violencia izquierdista en la Complutense- las formas agresivas e intolerantes frente al que se desvía de la ‘dictadura políticamente correcta’. La desviación se castiga severamente.


El fanatismo cruento está dominado por el terrorismo islámico, aunque no sea el único. Sus objetivos no son centralmente materiales sino espirituales. Su sagrada causa religiosa les permite someterse a su Dios, incluso hasta la propia muerte. Y satanizar a los que van a matar. Esto ayuda a justificar y eliminar sentimientos de culpa. En su criminal opinión.


PD. Querer a tus padres es lo normal y propio de gente bien nacida. Estar enamorado de tus padres, es una enfermedad. Así pues, la desmesura genera monstruos y provoca monstruosidades.
El fanático, en general de mente utópica, sacraliza su objetivo y pasa por encima de todo para conseguirlo. Sin importarle los muertos que deja a su paso, porque los ha demonizado. Como despreciables representantes- aunque sean ciudadanos de a pie- de una sociedad corrompida, hedonista, secular, dominada por el beneficio. La sagrada causa lo justificaría todo.


Gravísimo e imperdonable error. Lo único sagrado es el respeto por la dignidad de las personas. 


Sebastián Urbina.

(Publicado en ElMundo/Baleares/14/4/2017.)

2 comentarios:

Arcoiris dijo...

Alguna vez lo he repetido. Me conmocionó en su día la sentencia: “El hombre siente horror a lo que le es diverso”. Donde pone “horror” hay que entender recelo, miedo, odio, aversión, rechazo, etc. Creo que la vida me ha demostrado que sólo la cultura, la civilización, la educación adecuada, pueden hacer que, mal que bien, se pueda disimular este atavismo, esta fatalidad. Y, al contrario, el provincianismo extremo, la incultura, el rupestrismo cultural más absoluto pueden desnudarnos de la capacidad para abrazar sin dobleces a todos nuestros hermanos. Creo, pues, que hay que ser muy, pero que muy bruto y primitivo para pretender que son siempre y necesariamente los demás quienes están equivocados y, peor aún, los ajusticiables.

Sebastián Urbina dijo...

Estoy muy de acuerdo.