martes, 29 de agosto de 2017

OIGA, ESCUCHE.










OIGA, ESCUCHE.

En la época del terror vasco era costumbre que los etarras y asimilados respondieran que no reconocían la autoridad del tribunal que habría de juzgarles. Era un lugar común aceptado por todas las partes. Los etarras vivían ariscamente fuera de la ley y los jueces vivían caldeadamente dentro. 

El equilibrio entre legalidades duraba hasta que el juez dictaba sentencia y entraba en escena el poder, que no es más que la capacidad de aplicar la ley. Y los etarras se preparaban para seguir viviendo fuera de la ley pero dentro de la cárcel. Hace tiempo que los impulsores del Proceso secesionista catalán imitan a etarras y asimilados, probablemente por la evidencia de un suelo común. 

La presentación, ayer, de una llamada ley [sic] de transitoriedad [sic] jurídica [sic] y fundacional [sic] de la República [sic] -la deydelá para abreviar con las únicas palabras verdaderas del enunciado- es la manera de la semana, como de costumbre algo tortuosa, con que el gobierno desleal se niega a reconocer la autoridad democrática. Como de costumbre, también, el Gobierno se ha aprestado a responder que la deydelá será recurrida y no entrará en vigor. El Gobierno cumple su obligación. Pero su reacción, reducida a eso, vacía de discurso, acaba contaminándose de la ficción nacionalista. 

Examinadas las acciones probadas de los etarras, el tribunal desgranaba los artículos del Código Penal que se habían vulnerado. Era lógico que lo hicieran aunque los etarras no reconocieran el Código. Una vez hecho eso y fijada la pena correspondiente llegaba un gran momento: los etarras seguían sin reconocer la ley, pero la ley sí los reconocía a ellos. Y entraban al furgón. 

Nadie duda de que el gobierno nacionalista quiebra la ley. ¡Ni el propio gobierno nacionalista! La inquietud española no está en el dictamen, sino en cómo el Estado va a hacer cumplir la ley. Y la inquietud crece con gestos como el de la impostada indiferencia con que el presidente Rajoy se refirió ("No hemos escuchado nada") al indigno abucheo de Barcelona.

 Porque su problema, y el nuestro, no son cuatro maleducados (cifra el sumamente agudo Rivera) sino que el productor, guionista y coreógrafo de los abucheos desfilara a su lado en la manifestación. Este otoño, en Cataluña, se producirá una situación traumática, inédita desde el golpe del 23 de febrero.

 Una intervención como la que el Estado se verá obligado a practicar requiere una densa espuma de palabras, a modo de la que extienden los bomberos en la inminencia de un aterrizaje forzoso. Pero hasta ahora, ciertamente, no hemos escuchado nada.

(Arcadi Espada/El Mundo.)

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