domingo, 18 de marzo de 2018

EL PELIGRO DEL ABURRIMIENTO











EL PELIGRO DEL ABURRIMIENTO.



¿Por qué aburrimiento? Con independencia de los matices personales, es decir, de las diferentes formas en que las personas se aburren, hay un sistema político que tiene mucho que ver con el aburrimiento. Es la democracia.



La democracia es aburrida. Basta ver las imágenes de los parlamentos. Diputados con cara somnolienta. Algunos dormitando. Otros jugando con el móvil, y un largo etcétera de actividades al margen de la estricta labor parlamentaria. Por no hablar de muchos discursos, que invitan a la siesta.



Una vez que las sociedades se han- momentáneamente- pacificado- y hablo preferentemente, aunque no exclusivamente, de Europa- la tarea política se centra en cuestiones que no son apasionantes. Solicitud de subvenciones europeas para paliar los efectos del granizo, agilizar las reclamaciones por daños debidos a la sequía, controlar la velocidad en las carreteras y los puntos del carnet que hay que eliminar, decidir si hay que subir un punto en el IRPF, y un largo etcétera de problemas que suelen interesar a los directamente afectados. Pero no apasionan.



Fijémonos en un detalle significativo. Se ha puesto de moda viajar a lo loco. El turismo de riesgo consiste, por ejemplo, en viajar a un país en guerra. O lugares exóticos en los que la gente trata de huir, por diversos motivos. Todos peligrosos. Este turismo de enajenados- adrenalina a tope y riesgo- va en aumento. De cada vez hay más gente que quiere emociones fuertes. Ya no basta el sexo duro, a dúo, trío, con sofisticadas sustancias psicotrópicas que incentivan el vivir despendolado y sin frenos. Esto, una vez repetido, resulta insuficiente.

Y es que el mundo de las emociones y sensaciones tiene esto. Te acostumbras a subirte a una montaña rusa y
terminas sin emocionarte. ¡Quiero más adrenalina! Necesitas ir al ‘Medusa Steel Coaster’, en México, con una altura de 36 metros y una velocidad de 93 Km/h. De
cada vez más emoción. O me aburro, tío.



Muchos ciudadanos se aburren en la aburrida democracia. Necesitan emociones fuertes, aunque sean subvencionadas. ¿Quién se las puede ofrecer? Drogas y sexo duro aparte, fascistas, comunistas, nazis,
populistas y utopías. Se sustituyen los aburridos formalismos y formulismos democrático-parlamentarios por la vociferante y amenazante ocupación callejera. Recordemos Mayo del 68. Levantar barricadas, organizar comunas, quemar coches, enfrentarse a la policía, romper escaparates, etcétera.

¿Era gente hambrienta? No. Eran, mayoritariamente, estudiantes ‘maoístas’ que se enfrentaban al Estado democrático (según ellos, ‘fascista’) de Francia. Su ideal era la China de Mao. O sea, la exaltación utópica.



  ¿Por qué son tan emocionantes, para cierta gente, los fascismos, comunismos, nazismos, populismos y utopías redentoras? En primer lugar, digamos lo que tienen en común. Que son proyectos totalitarios. Y esto se ve con más claridad cuando tienen el poder. Estos proyectos
totalitarios ofrecen un apasionante mundo nuevo, que eliminará este mundo viejo, corrupto e injusto, y resolverá- mágicamente- todos los problemas que nos aquejan.



Claro que habrá que destruirlo todo, o casi todo. Pero esto provoca chorros de adrenalina. Una consecuencia de estas propuestas milagrosas es que los individuos se convierten en miembros de una manada. Y los que no aceptan ser piezas del rebaño, son señalados. Como traidores al gran cambio que limpiará el aire enrarecido que nos
aliena y esclaviza. Y ya sabemos lo que pasa con los señalados.



Lamentablemente, la historia nos muestra que, de vez en cuando, millones de individuos se convierten en masa. Pasó en la muy culta Alemania. Jaurías vociferantes de bípedos convencidos de poseer la verdad absoluta y de tener una misión histórica que cumplir. Salvando
las distancias, el supremacismo xenófobo catalanista, o los populistas antisistema de Podemos.


¿Qué explicación tiene que miles de jóvenes europeos se apuntaran al terrorista ‘Estado Islámico? No es por ignorancia. Prensa, radio, televisión, llevan años contando las monstruosidades de estos criminales fanáticos. Y, sin embargo, muchos jóvenes- y no tan jóvenes- se apuntaron. Se trata de emociones apasionantes. Ametrallar,
matar, torturar, violar... ¿Y qué decir de las voluntarias esclavas sexuales? Porque no todo es engaño, aunque también lo haya.



Una manera de entender estos comportamientos, incomprensibles para muchos de nosotros, es asumir que estas y otras personas- fanatismos aparte- no saben qué hacer con su vida. Se aburren y no lo soportan. Y no vale decir que han tenido una vida difícil. Millones de personas han tenido, y tienen, una vida difícil sin que hayan decidido embarcarse en una aventura suicida, criminal y absurda.

¿Tendrá algo que ver la socorrida crisis de valores?
 

Es verdad que las sociedades democráticas podrían ofrecer más para que estas cosas no sucedieran. Especialmente entre los más jóvenes. Pero no estoy seguro de que, además de garantizar sanidad y educación-
y aparte de las ayudas sociales para los sin techo y similares-, las sociedades democráticas deban tratar como niños a los ciudadanos. Este camino conduce a una peligrosa y empobrecedora infantilización de la sociedad.



Tampoco creo que la alternativa sea exigir heroicidad a las personas. Afortunadamente, el nivel de riqueza de las naciones europeas permite que se mejoren las condiciones de vida, en general. Y esto es bueno. Pero es bueno si se ofrecen oportunidades para mejorar, no para
amamantar. Las oportunidades requieren un esfuerzo del que recibe la oportunidad. Tengo que sentir que estoy siendo protagonista- no absoluto- de mi vida, a pesar de azares e inconvenientes. Pero si soy un caracol, no soy responsable.

Me parece conveniente distinguir entre perfeccionismo personal y perfeccionismo social. El perfeccionismo social consiste en que alguien tiene suficiente poder para imponer el Bien Absoluto, que justificaría eliminar al disidente. Esto supone despreciar la libertad y la dignidad de los otros. Es lo que hacen las doctrinas totalitarias, como las mencionadas.


El perfeccionismo individual permite dar sentido a la vida. Quiero ser mejor y me esfuerzo para conseguirlo. Esto es bueno para ti, y para la sociedad. Y da menos oportunidades al potencialmente peligroso y destructivo aburrimiento.

 Bertrand Russell: ‘Para llevar una vida feliz es esencial una cierta capacidad de tolerancia al aburrimiento’.

 Sebastián Urbina. 

(Publicado en ElMundo/Baleares/16/Marzo/2018.)

1 comentario:

Benja dijo...

Yo siempre digo que el que se aburre es porque quiere. Ahora, si a los políticos se eligieran en una lista abierta y no cerrada, puede que se espabilaran para poder ser reelegidos otra vez.