viernes, 9 de marzo de 2018

MUJERES INTELIGENTES






 MUJERES INTELIGENTES.

NO A LA GUERRA.

La periodista Julia Otero publicó hace unos días un tuit en el que me llamaba "oprimida" y "cómplice de los opresores". Es cierto que lo hizo refugiándose en Simone de Beauvoir. Estuve a punto de reírme de ella y un poco también de mí misma: "¿Oprimida yo? ¡No sabe usted de quién habla!". Pero luego me acordé de otros presuntos oprimidos/opresores y me contuve.

La acusación de colaboracionismo es un recurso típico del pensamiento colectivista. Venga: totalitario. Sin ir más lejos, tampoco de Otero, ahí está el nacionalismo y su señalamiento de los constitucionalistas catalanes como cómplices de la opresión española. Incluso como criaturas patológicas, quebradas por el autoodio. "¡Mal catalán!" "¡Mala mujer!".

 El mismo reproche, la misma perversión ideológica. Como el nacionalismo, como todas las políticas identitarias, el feminismo de tercera ola pretende anular al individuo. En este caso, arrebata a las mujeres su capacidad de libre pensamiento y decisión. Las incrusta en un bloque sentimental y político. Y si discrepan, las señala, las lincha y hasta les niega la condición de mujer. Porque llamar a una mujer cómplice del machismo es llamarla algo más que traidora de género. Es llamarla media mujer.


Frente a este nuevo feminismo, agresivo y retro, cabe volver a reivindicar la más brillante conquista de la modernidad: el reconocimiento del individuo. Único, singular, ciudadano, con su voz y voto intransferibles y su igualdad protegida por ley. Y por eso pregunto: si no aceptamos que un hombre hable en nuestro nombre por el mero hecho de ser hombre, ¿por qué hemos de aceptar ahora que lo haga una mujer? ¿En razón de qué? ¿De sus ovarios?

 Angela Merkel tiene más en común con Emmanuel Macron que con Cristina KirchnerMeryl Streep, con Michael Moore que con Kathryn Bigelow. Julia Otero, con Jordi Évole que conmigo. No somos un colectivo homogéneo porque ningún colectivo puede serlo.

Al mobbing en las redes y el pressing en las redacciones, este 8-M suma otro ingrediente, que tampoco es exclusivo de España. Hace ya unos años que el movimiento feminista empezó a derrapar hacia un victimismo pueril, puritano y paralizante. Su retórica es puro helio inyectado en la realidad. Casos de mujeres asesinadas o agredidas son exhibidos como prueba de la violencia intrínseca del hombre y del sistema.

Se obvia la posibilidad de que las mujeres queramos trabajar a tiempo parcial, como en la híperigualitarista Holanda. Las estadísticas se inflan hasta pintar un infierno laboral, de mujeres explotadas y humilladas por sus jefes y colegas. ¿Y todo para qué? La exageración no impulsa el progreso. Y menos cuando su agenda es ideológica.

Lean el informe de FEDEA que ayer citaba El País: en España está prohibido pagar a una mujer menos que a un hombre por el mismo trabajo desde 1980la brecha salarial se ha reducido un tercio desde 2002; hoy las mujeres ganarían un 12% menos que los hombres en «trabajos similares». Ojo, similares. ¿Qué pasará entonces en los idénticos? Que la brecha será menor.

Y esa diferencia, ¿a qué se debe exactamente? ¿Sólo a un rancio y estúpido prejuicio machista? ¿Y cómo incide en el empleo el hecho elemental de la maternidad, inimputable a ningún presunto heteropatriarcado, salvo que la Madre Naturaleza sea en realidad un Padrastro Tiránico? Y, por cierto, en recuerdo de Jordan B. Peterson: ¿será verdad, como demuestran la Psicología Evolutiva y la Biología, que a las mujeres nos interesan más los trabajos relacionados con las personas y a los hombres más las profesiones vinculadas a las cosas? Maestra frente a banquero. Psicóloga frente a ingeniero. Está claro quiénes cobran más.

La murga retrofeminista sería reducible a un bongo más de la orquesta antisistema si no tuviera consecuencias. Y si esas consecuencias no fueran tan negativas: el victimismo y la guerra de sexos. Como proclama el manifiesto que un grupo de mujeres presentamos anteayer, no nacemos víctimas. Y sobre todo no lo hacemos en España. Piensen medio minuto en la España franquista y en el Irán contemporáneo, por llamarlo de alguna manera. Comparen luego el shock que produjo el destape de Marisol y la vida que llevan hoy sus hijas o vecinas. Y por último miren a su alrededor: a la política, la cultura, la judicatura o los medios de comunicación.

Las mujeres españolas han protagonizado una de las más espectaculares revoluciones culturales de cualquier país y cualquier tiempo. Hoy no sólo viven más años que los hombres, bendita Biología discriminadora. Fracasan menos en el colegio. Van más a la universidad. Y tienen una libertad añadida a las que acumulan los hombres: la de elegir si, además de buenas profesionales, quieren ser madres. Esa libertad tiene un coste, claro. Como toda libertad. No hay libertad sin responsabilidad. Y sin grandeza.

Las mujeres de hoy tienen una decisión crucial que tomar. Y la toman en función de su edad, personalidad e intereses. En general, a los 20 años anteponen su carrera a la maternidad. Pasados los 30 empiezan a dudar. Llegados los 40 algunas se arrepienten, bien de no haber tenido hijos, bien de haberlos tenido tarde, bien de no haberles dedicado el tiempo suficiente. Es el coste que asumen, cada vez con más ayudas -los permisos de paternidad, las jornadas reducidas, la conciliación en casa- pero desde su condición única y peculiar.

Que no es fruto de ninguna imposición heteropatriarcal. Que no la inventó Occidente ni el capitalismo ni Mariano Rajoy. Que simplemente es consecuencia de dos hechos básicos: nosotras parimos y, sí, nosotras decidimos. Hay mujeres inteligentes, fuertes y formadas que voluntariamente deciden cuidar de sus niños. Que renuncian a un ascenso. Que prefieren la felicidad familiar, o cualquier otra cosa, al éxito material y profesional. Es lo que Susan Pinker ha llamado «el síndrome de la vicepresidenta», cada vez más extendido.

 El retrofeminismo no quiere verlo porque rompe sus esquemas, que paradójicamente, o no tanto, son profundamente masculinos. Digámoslo sobriamente: para ser una mujer no hace falta actuar como un hombre. Ni tampoco llorar como un bebé.

Nada hay más paralizante, contrario al pleno despliegue del potencial de una mujer, que el victimismo. Y nada más peligroso para la convivencia y la salud democráticas. El victimismo es uno de los peores vicios de nuestro tiempo. Está vinculado a la infantilización del mundo contemporáneo y su principal efecto político es el populismo. Para un demagogo de medio pelo o coleta el paraíso son millones de víctimas necesitadas de un salvador. Sí, de un macho. Y bien alfa.

Y con el populismo, la polarización. Esta huelga no es a favor de la mujer, sino en contra del hombre. "¡No, no!", bramarán. Pero, a ver: ¿contra quién si no protestan? ¿Quién es el culpable de la discriminación? Si no es la Virgen María, será San José. Y eso que, en su caso, no hubo ni mano en la rodilla. A falta de enemigos reales, el nuevo feminismo ha decidido librar una guerra contra un espectro. Weinstein es un hombre raro entre los hombres, porque, ¡incluso entre los hombres!, lo raro es ser un criminal. Un piropo no es una agresión sexual. Y los sentimientos no son hechos. Esto último lo digo por la encuesta de El País según la cual un tercio de las mujeres españolas se han "sentido" acosadas alguna vez.

El puritanismo nunca es inocente. Siempre es castrador, de uno u otro sexo. Y en este caso de los dos. A nadie interesa una guerra de sexos. Y desde luego no nos interesa a las mujeres. Primero, porque la fuerza no es nuestro fuerte. Salvo que consigamos emascular a nuestros enemigos, hacerlos a todos peluditos y suaves como un Platero metrosexual.

Y, segundo, y ahora en serio, porque necesitamos aliados. Hombres capaces y resueltos con los que seguir avanzando en el camino de la libertad y la igualdad. Frente a la huelga del 8-M, firmemos la paz sexual. Y que sea fecunda. Y placentera.


(Cayetana Álvarez de Toledo es portavoz de Libres e Iguales./ElMundo.)







EL SÍNDROME DEL REBAÑO.

Desde la publicación, con mi firma entre otras, del manifiesto No nacemos víctimas, que se distancia de una corriente "supuestamente feminista que pretende hablar en nombre de todas las mujeres, imponerles su forma de pensar y retratarlas como víctimas de nacimiento de lo que llaman el heteropatriarcado", he podido ver confirmada la justeza de esa y otras afirmaciones que se hacían en el texto.

 El carácter coactivo, impositivo, intolerante y contrario a la libertad de ese supuesto feminismo se ha visto corroborado punto por punto en sus ataques a las firmantes del manifiesto que escapaba a su ortodoxia. E igual en sus ataques hacia otras muchas mujeres que no aceptaron sumarse a una huelga feminista que esas dogmáticas sectarias querían de obligado cumplimiento para demostrar que son ellas –y ellos, no olvidemos a los patriarcas masculinos de este secuestrado 8-M– las que nos dominan a todas.

Como firmante del manifiesto me he enterado estos días, leyendo a esas supuestas feministas y feministos –que también hay hombrecitos que nos imparten lecciones de cómo debemos ser las mujeres y qué debemos pensar y que no– de varias cosas que desconocía sobre mi persona. Una de ellas es que he llegado al poder. Eso dijeron de nosotras, de entrada, los que se pusieron rabiosos con el manifiesto. Yo, como comprenderán, al enterarme de que había llegado al poder lo celebré mucho, sobre todo porque no era verdad.

Y aún me hizo más gracia que lo dijera un supuesto periodista, totalmente feministo, que está en tertulias estrella a las que a mí no me han llevado nunca, a pesar de mis poderes, aunque también es cierto que en esos programas hay tan poco periodismo y tanta manipulación que es mejor no ir jamás. Eso sí, allí ese menda lerenda cobrará mucho más que una periodista de base. Para terminar con él: anunció que se quedaba con nuestros nombres, ¡qué miedo!

Por suerte no vivimos bajo una dictadura, ni la franquista ni la soviética, así que aire.

Luego me enteré, siempre por ser firmante del manifiesto, de que era una mujer de éxito. Albricias. Quién me lo iba a decir. Paren las máquinas, que lo voy a celebrar a lo grande. Todo son buenas noticias, qué importa que no sean verdad. Pero no lo decían en plan bien, sino todo lo contrario. Resulta que, según las supuestas feministas y feministos, las mujeres que tienen éxito "en ámbitos masculinos" –definan, por favor– padecen el síndrome de la abeja reina y no entendemos ni somos bienvenidas en la sororidad de las abejas obreras, machacadas por la desigualdad, la precariedad y el machismo estructural de la sociedad capitalista.

No hace falta que diga quiénes sí están en la lista blanca de las abejas obreras de la sororidad, pero por si acaso. Están, por ejemplo, esas pobres periodistas de éxito, que dirigen o presentan programas de primera línea en cadenas de tele y radio y llamaron sonoramente a la huelga y la hicieron, abandonando sus puestos de dirección o similares. Fruto de su inteligencia política fue que durante la jornada, en no pocos programas de esas cadenas, salieran sólo hombres. Además de sores, unas genias.

Algunos programas se suspendieron, lo que privó a las periodistas que sí querían trabajar de un dinero que, tal como están las cosas en el sector, es muy necesario. Pero todo sea por las abejitas obreras y su estafa, pues ni son obreras ni pobres ni sufren brecha salarial ni tienen problemas de conciliación, que con dinero eso se arregla.

Como el manifiesto se publicó en El País, allí mismo, para compensar la heterodoxia, nos han dedicado una pieza, en el suplemento Moda, ¡qué sarcasmo!, donde una periodista que no sé si es abeja obrera o reina por un día pero que trabaja en el primer periódico de España, un lujazo, hacía el análisis del síndrome que padecemos un poco más y nos destinan al psiquiátrico, como en otro lugar y otros tiempos– y nos acusaba: de ignorar la brecha salarial, de negar la realidad de la violencia machista, de ignorar las desigualdades globales más allá de nuestro "privilegio" y de no tener conciencia de grupo ni de clase.

Espero que le paguen bien por poner una tras otra todas esas mentiras. Al menos, que valga la pena por la pasta.

Sólo una cosa era más o menos verdad: que no tenemos, bueno, no tengo yo al menos, conciencia de grupo o de clase. Eso es una mierda comunistoide, para empezar. Y una mierda que ha llevado siempre a lo mismo: a que un pequeño grupo, que se declara portador de la conciencia de clase, quiera imponer su dominio sobre esa clase. Cuando consigue llegar al poder, la esclaviza. Pues no.

Frente a esa falacia de la conciencia de clase, frente al intento de imponer una uniformidad de pensamiento y de conducta, yo defiendo el respeto a la individualidad de las mujeres y de los hombres, y acuso al feminismo radical de no defender los intereses de las mujeres, sino los suyos.


La huelga, que fue impulsada desde los grandes medios de comunicación, generó un clima en el que la disidencia era un pecado y resultaba obligatorio unirse a ella si no querías ser señalada o denunciada. Se trataba de crear un rebaño sumiso y obediente a los dogmas del feminismo radical. Y no, yo no soy de unirme a rebaños. Nunca he podido con eso.

Ni cuando en España el rebaño estaba callado bajo la dictadura ni ahora. Siempre he valorado mi libertad, y no sólo valorado: es un instinto, algo contra lo que no podría ir aunque quisiera. Someterme, seguir la corriente, apuntarme a carros ganadores, eso no lo aprendí, no lo sé hacer ni puedo hacerlo. Por ese instinto de libertad, rechazo ese supuesto feminismo que quiere imponerse como única manera de ser y pensar de las mujeres.

Por eso no estaré de su lado, sino enfrente. Y lo hago perfectamente consciente de que, como siempre ocurre cuando no se entra en el redil, quedarse fuera significa pagar un precio. Seré abeja, pero no seré oveja.

(Cristina Losada/ld.)






‘El feminismo basa en el odio al varón su razón de ser’.

Agustín Benito (La Gaceta.)
La Vicesecretaría de Acción Social de VOX, Rocío Monasterio, explica las razones por las que no secundará la huelga feminista el 8M.

Una de ellas es la Vicesecretaría de Acción Social de VOX, Rocío Monasterio, que en declaraciones a La Gaceta señala que el paro está basado en planteamientos absurdos y el “odio” al varón. “Quieren imponer la dictadura de la ideología de género, y decretar la muerte civil de todo el que se desmarca de esa doctrina”, dice, antes de asegurar que celebra el Día de la Mujer “todos los días del año salvo uno”. “Y lo hago sin demonizar al hombre y defendiendo la verdadera igualdad”, apostilla.
Asegura además que las feministas “pretenden recortarnos la libertad, controlarnos y ponernos bajo su tutela” y tilda de “humillantes” las cuotas dado que las mujeres “quieren llegar altos puestos ejecutivos por mérito y excelencia”.
En este sentido, manifiesta que son muchas las mujeres que defienden la “igualdad real en derechos y oportunidades” y que “no creen en el odio impulsado por los colectivos feministas y la izquierda, que, a su juicio, se ha quedado sin discurso ideológico y quiere utilizar a las mujeres como “objeto revolucionario”. “Nosotras no somos unas víctimas de la sociedad, no tenemos al varón y al heteropatriarcado como enemigo”, añade.



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