miércoles, 14 de marzo de 2018

ODIO, DEPENDE.






ODIO, DEPENDE.

Vaya por delante que estoy en contra de los mensajes de odio lanzados, especialmente en redes sociales, contra la presunta asesina del niño Gabriel, de ocho años. O del que sea.

Dicen los progres y asimilados, que lo hacen porque es mujer, negra e inmigrante.

Esto me parece vomitivo. Si a mi me preguntaran por esta presunta asesina, diría que es una 'asquerosa asesina'. Si el asesino- presunto- hubiera sido un hombre blanco del Partido Popular. Pongamos que, encima, va a misa. Pues bien, yo diría exactamente lo mismo. 'Asqueroso asesino'.

Pero a las feministas, progres y asimilados, les parece mal que se diga lo mismo a Julia-la presunta asesina- que a un hombre blanco de derechas. Si el presunto asesino es un un hombre blanco- si es de derechas mucho peor- que le den. Pueden decir lo que quieran. Aquí el odio es libre.

Pero si es mujer, negra e inmigrante, silencio.

Pues yo lo digo. Que os den. Esta es la izquiera repulsiva que, en el Reino Unido, miró para otro lado cuando violaban niñas. Resulta que los violadores eran musulmanes pakistaníes. No queda bien denunciarles. Es racismo. Que os den.) 



GABRIEL, LAS REDES SOCIALES Y EL PERIODISMO.

Cada vez que copa la actualidad una noticia con un fuerte contenido humano –como el asesinato de un niño o la muerte de un torero, por poner sólo dos ejemplos–, nos escandalizamos de lo que se ve y se lee en las redes sociales, ay qué malas.
Voces indignadas que arrojan cenizas sobre sus cabezas y se rasgan las vestiduras por lo que dicen cuentas anónimas de Twitter cuyo alcance es minúsculo, pero que por supuesto callan ante el despliegue nauseabundo de despropósitos de buena parte del periodismo escrito y la totalidad de las televisiones de consumo masivo.
Entrevistas a personas rotas a las que la mínima decencia exige dejar en paz, sentimentalismo a granel, rumores sin confirmar a los que se da continuamente rango de noticia, detalles tan escabrosos como dolorosos que se airean sin ningún miramiento, testimonios preparados para transmitir una imagen lo más patética posible, corresponsales que no conocen el decoro, asaltos a las vidas privadas de personas sin ningún protagonismo real en los hechos y que no han pedido ni necesitan verse en las televisiones…
El catálogo de horrores es infinito, y, por si no fuera suficiente, mientras demuestran que cualquier cosa vale con tal de aumentar un punto de share, nos atizan hermosas lecciones de ética periodista. Y ojo, no estamos hablando de exabruptos anónimos en 280 caracteres, sino de estrellas multimillonarias, de colaboradores que ganan un auténtico pastón y de programas con todos los recursos para hacer eso que ellos llaman "¡periodismo!".
Si en las últimas semanas el periodismo español ha demostrado que sabe mentir masivamente para ocultar una verdad que no le conviene –la auténtica naturaleza de la huelga comunista disfrazada de feminismo del pasado día ocho–, desde el domingo nos está demostrando una vez más que no tiene ningún reparo en aprovecharse de la tragedia y el dolor ajenos para ganar un poco más de dinero.
Ante este panorama, no es de extrañar que esta sea una de las profesiones más desprestigiadas y que, en conjunto, la credibilidad de los grandes medios esté por los suelos. Pero no se preocupen, que la culpa de todo la tienen las barbaridades que se sueltan en las redes sociales, Twitter y las fake news de los rusos sobre Trump. Lo han dicho en La Sexta y allí hacen ¡periodismo!.

(Carmelo Jordá/ld.)

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