miércoles, 21 de marzo de 2018

VENTA AMBULANTE.







VENTA AMBULANTE, DELITO FLAGRANTE.

Dejémonos de medias tintas, quitémonos los maricomplejines y llamemos a las cosas por sus nombres y a las gentes por la índole de su actividad. 

Los manteros son unos ladrones. Roban a los comerciantes honrados, roban a los fabricantes solventes, roban espacios públicos, roban puestos de trabajo, roban a los ayuntamientos, roban a la Seguridad Social y roban al Ministerio de Hacienda, es decir, roban a todo el mundo, menos a ellos y a sus cómplices. 

Y ahora, encima, sacando pecho y vigorosos músculos, ya que por su aspecto físico y su rebosante salud parecen chicarrones del norte alimentados con las sopitas y el buen vino que distribuye entre ellos el misericordioso estado de bienestar, se dedican a romper escaparates, patear parabrisas y capós, rajar ruedas, quemar contenedores, acosar a los viandantes, saquear supermercados, agredir a los policías y corear estribillos polpotistas.

 Todo eso, menos lo último (por desgracia), es ilegal, y poli-ilegales son, por lo tanto, tengan o no tengan papeles, sean o no sean de raza negra y coman o no coman jamón, los energúmenos, los vivales, los cuentistas, los chantajistas y los carotas, jaleados por los facciosos de Podemos y consentidos por la demagogia imperante, que convierten en puertos de arrebatacapas, asaltos a la Bastilla, acorazados Potemkin y rastrillos de monipodio el centro de nuestras ciudades, los paseos marítimos de nuestro litoral y las ágoras de nuestras fiestas. 

Bailarles el agua no es compasión, ni solidaridad, ni libertad, ni fraternidad, ni igualdad. Caiga sobre ellos por razones humanitarias en amparo de sus víctimas todo el peso de la ley y también el del escarnio público y privado sobre el partido que propone legalizar los duros de madera, sus cómplices en los medios de comunicación y los listillos que arramblan con lo que se malvende en las aceras.

 El que compra a un ladrón, cien años sin perdón.

(F. Sánchez Dragó/El MUndo.)

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